Felipe VI, el rey de todos
«El Rey es hoy el hombre que representa como nadie el compromiso inequívoco con su país y es también la persona que garantiza la estabilidad y la seguridad»
Habría que concederle la medalla a la paciencia, si existiera. La medalla a la tolerancia, si existiera; la medalla a la contención con la que soporta las andanadas que le llegan desde algunas instituciones y despachos de poder.
El rey Felipe es hoy el hombre que representa como nadie el compromiso inequívoco con su país, y es también la persona que garantiza como nadie la estabilidad y la seguridad. No porque las competencias que recoge la Constitución blindan esas garantías, sino porque D. Felipe trabaja para su país con tanta intensidad y empeño que, cuando parece que España se descompone, que los que mandan parecen más interesados en destrozarla que en potenciarla, infinidad de ojos se dirigen hacia la Zarzuela con la confianza de que allí alguien va a actuar con serenidad defendiendo la identidad y principios del país que merecemos.
Lo hará además sin pasarse ni un milímetro en sus atribuciones constitucionales, pero sin ceder ni un milímetro en sus responsabilidades. Sin ansias de poder, sin más ambiciones que las de honrar a la institución que representa, la Corona. Y sin más objetivo que defender los intereses de los ciudadanos y ganarse su respeto.
Suenan estas frases a cursilada, a jabón, a peloteo. Pues bueno. Mejor expresar respeto por un hombre que se lo gana a pulso día a día, que ponerse a los pies de quien no tiene más afán que perpetuarse en el poder. Con una corte de personajes que le demuestran servilismo absoluto, como el de las sectas que siguen al líder incluso cuando les empuja a apostatar públicamente de lo que defendían o, en el caso extremo, les exige la inmolación.
Al Rey Felipe lo han descubierto infinidad de españoles a raíz de su compromiso personal, íntimo, con los afectados por la DANA. Y, no contentos, continuó su presencia en Valencia días después para demostrar la seriedad de ese compromiso. Han hecho falta las imágenes de él y de la reina Letizia en su primera visita aguantando a pie firme los gritos acusatorios, los abrazos que se notaban sinceros, las palabras de comprensión, para que al fin advirtieran esos españoles poco interesados por mantenerse informados que, más allá de los distintos gobiernos, existía una Jefatura del Estado. De Estado. De todos. Que con neutralidad exquisita, sin casarse con nadie, porque no pueden ni deben mostrar simpatía o animosidad hacia quienes han sido elegidos por la mayoría, estaba ahí donde hacía falta.
«Felipe VI merecería la medalla de la paciencia, si existiera, y también la de la tolerancia y de la contención»
Y seguirá estando donde haga falta. Caiga quien caiga y por grandes que sean las zancadillas que se les intentan poner desde algunos centros de poder. De ahí la reflexión de que Felipe VI, el rey de todos, merecería la medalla de la paciencia, si existiera, y también la de la tolerancia y de la contención. A veces se adivina que hace esfuerzos para que no se note que se muerde la lengua para no expresar la rabia o el dolor que le invade.
Acaba de hacer cambios en su Casa. Es de las pocas iniciativas que puede tomar sin que se le exija el visto bueno previo del Gobierno. Hace pocos meses llevó a la Jefatura de la Casa del Rey a un diplomático de larga trayectoria profesional al que acababan de hacer chivo expiatorio de una peripecia gubernamental que salió mal: traer a España al líder del Frente Polisario para ser tratado del covid.
No era la primera vez que un miembro del Polisario venía a España, pero ese tipo de operaciones hay que saberlas hacer y negociarlas con quien se debe negociar, no a capón. Sin embargo, el círculo presidencial pretendió traer a Brahim Gali de tapadillo, pensando que los marroquíes no se iban a enterar; cuando es de dominio público que los servicios de información marroquíes están al tanto de todo, incluidos los movimientos polisarios y, también, las interioridades monclovitas.
Para pasar página al fiasco, desde Moncloa se puso la cruz a la entonces ministra de Exteriores y a su jefe de gabinete, que en pocas semanas sería nombrado embajador en Moscú. Fuera la embajada de Rusia, y condena al ostracismo, de donde lo rescató Borrell, que conocía la valía de Camilo Villarino. Al poco tiempo fue recuperado por Felipe VI, que le nombró a Camilo Villarino Jefe de su Casa.
«En España marcamos la nota desde las más altas instancias, haciendo de menos al jefe del Estado»
Ahora se completa el equipo de Zarzuela con dos mujeres, una letrada de las Cortes para la Secretaría General de la Casa y una diplomática para la Consejería responsable de las relaciones exteriores.
No son de ninguna cuerda política, ni familiares de nadie, ni tienen relación privilegiada con personas que forman parte del equipo de la Casa del Rey. Se trata de profesionales que conocen perfectamente los asuntos de Estado tras haber superado las correspondientes oposiciones y ocupar cargos de responsabilidad en el exterior una y la otra en el Congreso de los Diputados como letrada. Nada que ver, ni de lejos, con la mayoría de los 800 cargos de asesores del Gobierno que, en la casi totalidad de los casos, han sido contratados por sus relaciones con altos cargos de Moncloa o ministros.
Zarzuela es otra cosa. Felipe VI es otra cosa. Porque sus competencias están muy definidas, pero además porque las cumple de forma exquisita, sabiendo que ese cumplimiento estricto es la mejor forma de ejercer sus responsabilidades, y que los españoles respeten a la Corona y a la Monarquía parlamentaria como forma de Estado. Que, no hay que olvidarlo, es la forma de Estado de países que son hoy ejemplo de democracia.
Pero en España marcamos la nota desde las más altas instancias, haciendo de menos al jefe del Estado, dando bofetadas al protocolo y, con frecuencia, cayendo en la mala educación.