THE OBJECTIVE
Román Cendoya

Muro en alto

«Sánchez propone modificar la Constitución. Transformarla para que deje de ser punto de encuentro y pase a ser un muro levantado para consagrar su permanencia en el poder»

Opinión
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Muro en alto

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

Sorprende ver la celebración de la Constitución española presidida por un perjuro junto a un gabinete de personas iguales. En sus tomas de posesión, el presidente Sánchez y todos los miembros de su Gobierno prometieron cumplir y hacer cumplir la Constitución. Algunos por imperativo legal. Qué más da. Lo hicieron. Y una vez más, como todo en el Gobierno de Sánchez, fue mentira. Una más pero especialmente grave. Pedro Sánchez se salta sin pudor la Constitución de 1978 una y otra vez. Su ley de amnistía es una violación total de la Constitución. El financiamiento especial para Cataluña tampoco es constitucional. La okupación totalitaria de todos los poderes e instituciones del Estado viola la constitucionalmente establecida separación de poderes. Y el PSOE como organización, con Pedro Sánchez a la cabeza, nada tiene que ver con el funcionamiento democrático de los partidos que indica la Constitución en el artículo 6 y recoge la Ley Orgánica 6/2002 de 27 de junio de Partidos Políticos.

La Constitución consagra la igualdad de todos los españoles. El Gobierno de Sánchez, surgido después de su derrota en las elecciones generales de 2023, se sostiene gracias al reconocimiento del privilegio —desigualdad— en favor de los nazionalistas catalanes y vascos que le dan la mayoría de gobierno. El único proyecto político de Sánchez es la permanencia en el poder. No hay ideas ni respeto al marco legal. 

Sánchez es el reflejo de la ausencia de ideas y de proyecto político de la izquierda mundial. El 9 de noviembre de 1989, el Muro de Berlín fue derribado por las ansias de libertad de cientos de millones de ciudadanos que no aguantaban más seguir sometidos al comunismo. El derribo del muro, que no la caída, fue la constatación del fracaso económico, cultural y social del modelo de la izquierda. Pedro Sánchez, puño izquierdo en alto, cantaba hace una semana La Internacional, ese himno que entonan los que levantan muros que dividen la humanidad y que tanto daño han causado.

El derribo del muro dejó sin soporte a la izquierda. Los estrategas zurdos lo convirtieron en «la caída del muro» para disfrazar su fracaso. Con la caída se pretende trasladar a la sociedad que su desmoronamiento fue espontáneo. Sin motivación. No. El muro fue derribado para que triunfara la libertad. Sin ideología que imponer las izquierdas se inventaron un progresismo social, un neomarxismo castrante de la libertad, construido sobre palabras bonitas —igualdad, sostenibilidad, multiculturalidad, globalidad…—. Términos relativos, pero orientados a la conquista del poder, para así someter al pueblo a su ingeniería social mientras sus líderes disfrutan de los mayores privilegios. La autocracia democrática. Una nueva forma de dictadura económica y social en la que la neoizquierda, elitista y superpija, ha abandonado a los obreros. Es muy llamativo que los caviares se sorprendan al ver como el cinturón rojo de París les abandonó para votar por Le Pen o los obreros americanos, junto con los emigrantes hispanos, hayan abandonado a los demócratas para votar por Trump.

La concepción totalitaria de Sánchez le lleva a interpretar el poder como un derecho natural propio. El Estado pasa a ser una institución a su servicio y al de los suyos. Pedro Sánchez, su esposa, su hermano y toda la peña de colegas, amiguetes y arribistas son un ejemplo mundial de esa neoizquierda caviar que se apropia y utiliza el Estado, de forma torticera, cayendo en la corrupción generalizada. La falta de ética y conciencia, por ausencia de ideología, les lleva a la negación de la realidad. Ellos, que son los autores materiales de la degeneración del Estado, se sienten víctimas. Y, a pesar de las evidencias, denuncian que se les ataca pretendiendo hacer creer que de su corrupción «no hay nada».

«Pedro Sánchez, su esposa, su hermano y toda la peña de colegas, amiguetes y arribistas son un ejemplo mundial de esa neoizquierda caviar que se apropia y utiliza el Estado, de forma torticera, cayendo en la corrupción generalizada»

Lamentablemente, la izquierda y el comunismo fueron poderosos cuando existía el muro. Tenían un modelo que se enfrentaba al otro. La izquierda frente a la derecha. Capitalismo contra socialismo. Dictadura, supuestamente del proletariado, frente a democracia liberal. Uno contra el otro. División. Muro.

El progresismo cabalga sobre diagnósticos sociales, pero sin soluciones adecuadas a la realidad. La falta de discurso político, la ausencia de modelo propio, provoca que las neoizquierdas fomenten la división de la sociedad en dos bloques. Estás conmigo o contra mí. Sin razón. Sin pensamiento. Sin debate. Levantan muros virtuales, muros políticos, donde no hay razón, sino trinchera.

Hay que reconocer a Pedro Sánchez que en el totalitarismo no disimula. En su discurso de investidura ya anunció que levantaba un muro. Cada día que pasa hace el muro más alto. Él ofrece estar en el lado del poder. Sólo se puede estar ahí si la adhesión es inquebrantable y la lealtad infinita. No hay ideas porque es incapaz de mantener una idea y una promesa más allá de una mañana. Con él, como buen autócrata, podrás recibir dádivas, privilegios y prebendas. Él, como su puño, mantiene el muro en alto. Todos los que no están con él están con «la derecha reaccionaria». Son de «la derecha extrema y de la extrema derecha». Pedro Sánchez, para desgracia de todos, sólo sabe enfrentar, dividir y mentir.

La Constitución Española de 1978 es el marco político que más paz, unidad y progreso ha traído a los españoles. El PSOE jugó un importante papel en su redacción.  Al presidente ni le importa, ni le interesa. Para él no existe nada que no sea el poder junto a su mujer. Pedro Sánchez propone modificar la Constitución. Que deje de ser el punto de encuentro para transformarla en un muro alto. Un muro levantado, como su puño, para consagrar la desigualdad, el privilegio y sobre todo su impunidad —junto a la de su familia— así como su permanencia eterna en el poder.

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