Instrucciones para aburrirse
«Reivindico el aburrimiento. Del aburrimiento surge sentido, reflexión. El aburrimiento que hace falta es el de la infancia»
Por ejemplo, yendo a misa. Yo de niño en misa me aburría muchísimo. En mi mente, jugaba al FIFA, o al Call of Duty. Hacía listas de cosas. Pensaba en la carta de los reyes. Era aburridísimo. O, por ejemplo, yendo a clase. De lo que sea. Que sea puramente transaccional: tengo que hacer esto para aprobar, pero no estoy aprendiendo nada, no me estoy estimulando. Ir al cine. Aburrirse en el cine es un gusto adquirido; me encanta dormitar en una película, sentir que pasa el tiempo, ir yendo y viniendo de la trama. El cineasta iraní Abbas Kiarostami decía que prefería las películas que te hacían dormir. «Estos filmes son lo suficientemente amables como para concederte una buena siesta y no dejarte perturbado cuando sales de la sala. Algunas películas me han hecho dormitar en el cine, pero después me han hecho pasar la noche en vela, me he despertado pensando en ellas por la mañana, y he seguido pensando en ellas durante semanas».
Conducir muchas horas. Es también aburridísimo. Tengo un coche muy viejo que solo uso para hacer siempre el mismo trayecto, Madrid-Mazarrón, para ver a mi padre. Hay una recta llegando a Albacete que es soporífera. Aunque voy escuchando podcasts o música, y realmente me gusta conducir, me aburro muchísimo. Ir al gimnasio. Las reuniones por Teams en las que realmente tienes que hacer como que escuchas. Las conferencias a las siete de la tarde. Las presentaciones de libros (es un formato ya tan muerto, tan poco estimulante).
«¿Con el teléfono no nos aburrimos? Creo que sí, pero es otro tipo de aburrimiento. Es un aburrimiento ansioso, improductivo»
Me he dado cuenta de que todas las cosas que he mencionado son aburridas porque, generalmente, no se puede usar el teléfono. ¿Con el teléfono no nos aburrimos? Creo que sí, pero es otro tipo de aburrimiento. Es un aburrimiento ansioso, improductivo. En el scroll infinito en TikTok, X o Instagram hay una búsqueda en vano. ¿Qué es lo que estamos buscando?
En un ensayo de la estupenda revista Aeon, Dougald Hine se preguntaba, ya hace una década, cómo es posible que nos aburramos si tenemos Google. Hine dice que el aburrimiento es un invento moderno, de la era industrial, que «trajo consigo un aburrimiento endémico propio de la división del trabajo, el alejamiento de la producción del consumo, y la racionalización de la actividad laboral para maximizar la producción». Con la llegada de internet, y sus ideales de democratización y liberalización de la información, pensábamos que se acabaría el aburrimiento. ¡Teníamos todo el conocimiento humano en la palma de la mano! Pero tener mucha información no es lo mismo que saber extraer «sentido» de ella. Y cada vez es más difícil: cualquiera que pase un rato en X, TikTok o Instagram verá que se mezclan la información sobre Siria con mensajes personales de amigos o vídeos graciosos. Ya no se puede «navegar» por la web, ahora uno acaba ahogado en ella.
De ahí mi reivindicación del aburrimiento. Del aburrimiento surge sentido, reflexión. El aburrimiento que hace falta es el de la infancia, de mirar por la ventana de clase y resoplar porque todavía quedan 45 minutos de clase. El de cuando podíamos estar sentados en la tapa del váter sin el móvil. El aburrimiento de mirar el gotelé y ver formas extrañas y caras (este es un aburrimiento muy de niño de clase media española) y quedarse dormido sin querer, de puro sopor.
Una cosa también muy aburrida son las cenas de Nochebuena. Normalmente no se habla de las cenas familiares como algo aburrido, sino como algo dramático, el cuñado con el que discutes, cuando se habla de política o de herencias. Pero eso no es lo más convencional. También hay mucha charla lubricante soporífera. Cuanto más aburrida sea, mejor. Pregúntale a tu prima qué tal la oposición, a tu primo sobre bitcoin, a tu tío sobre su jubilación. Y abúrrete. Y no mires el móvil; mejor duérmete con las reposiciones de programas antiguos en TVE.