Contra la bondad
«Vivimos un tiempo de ficción. Instalados en la pose permanente, en el dedo acusador, en la era de la deshumanización más grande que ha conocido madre»
Vivimos un tiempo de gran responsabilidad. Hay que estar comprometidos con la movilidad sostenible, con lo que ocurre en Gaza, posicionarse contra el fascismo, el heteropatriarcado y Masterchef, cuidar la salud mental, elegir bando entre Broncano y Motos, alejarse de los que dicen «felices fiestas» en lugar de «feliz Navidad», hablar mucho sobre lo que hace Ayuso aunque vivas en Ribadesella… Todo eso no son más que corrientes que nos llevan al mismo lugar: mostrar la bondad. Lo bondadosos que somos. Buenas personas, siempre en el lado correcto de la Historia.
Quiero anunciar que yo no lo soy. No soy una buena persona todo el rato, todos los días, a todas horas. Les anuncio que soy falible, soy humano, que me equivoco y tengo martes, a veces simplemente minutos de un jueves, en que no me importa nada Gaza, Ucrania o la pobreza infantil, me importan mis neuras, íntimas, caprichosas, apenas bondadosas. Peco de irresponsable, lo asumo, y tendré que unirme al batallón de tipos que se quedaron por el camino porque no eran lo suficientemente magnánimos. Aunque siendo sinceros, nadie, ni siquiera el Padre Ángel o el cocinero José Andrés, son siempre buenos. Todo el mundo tiene una mala tarde.
Más que un tiempo de gran responsabilidad, vivimos un tiempo de ficción. Instalados en la pose permanente, en el dedo acusador, en la era de la deshumanización más grande que ha conocido madre. Porque en redes ya no somos personas, somos actores que actuamos como si fuéramos seres humanos, y el guion siempre es el mismo, mostrar la bondad. Lo comentó Juan Carlos Ortega en El purgatorio, como vemos a cómicos, tertulianos, periodistas exhibiendo la bondad mediante el compromiso. «Y es que al ser buenas personas hacen activismo para defender la bondad».
Y ¿en contra de la bondad quién va a estar? Es como sacar la carta de los derechos humanos en una conversación, te pillé, ¿o es que acaso estás eres un negacionista de esos? Léase negacionista como todo lo que no te guste, otra palabra más del diccionario prostituida hasta la raíz. Es fácil jugar contra el mal absoluto, y ese puede estar encarnado en Trump, Sánchez, Errejón, Abascal, Elon Musk, qué sé yo, pero es mucho más interesante jugar sabiendo que el mal absoluto no existe, que los enemigos perfectos solo están en las pelis de Bond, incluso que las víctimas no son todo el rato víctimas.
«Me cansa hasta la extenuación esta ficción de no haber roto un plato, preocupaciones responsables y vocecitas impostadas»
Hubo unos jóvenes profesores de Ciencias Políticas de la Complutense que hace ya más de una década quisieron traer aires nuevos a la política, de hecho, querían pergeñar un nuevo hombre. Una nueva manera de ser humano, más bondadoso, más comprometido, y no hará falta que cuente como ha acabado el proyecto. Y si pudiéramos extraer una lección, si es que acaso tuvieran la honradez de apuntarla, deberían saber que está mal situarse por encima del resto de mortales. Más formados, más educados, nunca casta, revolucionarios, ecologistas de verdad y no como tu tío Paco con su C15, infinitamente más preocupados que tú por el racismo en Wisconsin, y ante todo, seres bondadosos.
Si nos parece mal ver a un influencer ir a Valencia para grabarse vídeos mientras coge una pala manchada de barro, ¿por qué sigue teniendo tanto prestigio la exhibición de la bondad? No digo que haya que presumir de la maldad que somos capaces de causar, pero me cansa hasta la extenuación esta ficción de no haber roto un plato, de familias perfectas, vidas encauzadas, aciertos permanentes, preocupaciones responsables y vocecitas impostadas. Por eso me gustó cuando Irene Montero contó cómo Yolanda Díaz pidió su dimisión a gritos. Coño, por fin, algo de verdad, aunque sea en privado. Porque somos humanos y esto es, entre otras cosas, ser hipócrita, falso, malvado (solo un rato o un rato largo) y pese a ello, la balanza siempre se inclina del lado bueno.
Por eso estoy a favor de las buenas personas, de intentar serlo, que no siempre es fácil. Por ello hay que estar en contra de la bondad como argumento, como elemento de marketing, como carta con la que debatir, como galón que colgarte en el pecho, como habilidad política. En contra de la bondad, sí, incluso en Navidad.