El año del muro
«Vivir enfangado en la mentira, la arbitrariedad y la corrupción conforman un dragón de tres cabezas que hacen odioso al poderoso»
Termina el año del muro. Por ser precisos, termina el primer año del muro y empieza el segundo. Pero el primero ha dejado impresa una indeleble lección al primer promotor y constructor de su muralla: el apuesto hombre del muro no puede ni salir a la calle (…ni ir a aprender snowboard…) sin ser abucheado. Si su propósito era atrincherarse detrás de su muro, un año después ha podido comprobar lo estrecha, incómoda y despreciada que ha quedado su trinchera.
Lo mejor del año del muro, si quisiéramos, son las enseñanzas de lo que no debe hacer jamás un dirigente político, por muy poderoso que se sienta… o por muy frágil en su apariencia de poder que se sepa. Nunca debe abusar, a la vez, de la mentira, la arbitrariedad y la cleptomanía. Podrá engañarse y contarse que todos, alguna vez, han mentido. Podrá justificar su nepotismo con el manido argumento de que el poder, por sí mismo, es una invitación a la arbitrariedad. Y podrá alegar que, quien más quien menos, a todo el mundo se le enredó en alguna ocasión un boli entre los papeles de una reunión.
Pero no. Sabe que vivir en la mentira, garantizar que la arbitrariedad es tu única ley y enfangarte en la cleptomanía de la corrupción conforman un dragón de tres cabezas que hacen odioso al poderoso, por muy inatacable que él se crea. Si cayó tan bajo como para enlodarse con el tridente de la mentira, la arbitrariedad y la cleptomanía es porque solo es un mediocre con ínfulas.
Nuestro Pedro comprobó la dureza de su muro en Paiporta, aquel 3 de noviembre que nunca podrá olvidar. Se habían cumplido ya cinco días tras la catástrofe, que ni previó (quizá era imposible siquiera imaginar la magnitud de la tragedia), ni ayudó a paliar (con una parálisis gubernamental que exhibió su obsceno desprecio a las 223 víctimas mortales, a los 80 pueblos y a los cientos de miles de afectados en aquellos primeros días de abandono).
La auténtica máquina del fango que llevaba aventando todo el año en sus rimbombantes declaraciones públicas se puso en marcha aquel 29 de octubre y aún no es posible prever todo lo que se llevará por delante.
Las imágenes de su huida de Paiporta son el más gráfico resumen del desmoronamiento de su propio muro. El enfado de la gente se dirigía mucho más hacia él que hacia un empequeñecido Mazón, porque es en Su Persona donde reside la principal responsabilidad del desgobierno que padecieron -y padecen- los afectados por la dana. De poco sirvió que la propaganda gubernamental intentara -e intente- que toda la responsabilidad por el desgobierno de esos días se limite a frívolas ineficacias autonómicas.
No cuela porque quien gusta tanto de exhibirse como muy poderoso no puede eludir que se le reclamen las pruebas de su presunto poder cuando más falta hace. No hay larguísima comida de Mazón capaz de tapar la inacción del Gobierno de Sánchez en las vitales primeras horas, ni la parsimonia en las ayudas cuando se cumplen ya dos largos meses. ¿Qué habría sido de la zona sin los voluntarios? Sin el acicate moral de su ayuda desinteresada y sin la alerta de su movilización en las conciencias de la nación.
El derrumbamiento de su muro en Paiporta acompañará siempre a Sánchez, por mucho que logre mutualizar su propio desgobierno en diversas impericias autonómicas.
Podría intentar aprender del Rey… No, no podría porque eso le exigiría entender la infinita distancia que separa su displicente potestas y la serena auctoritas de quien sí sabe estar, también en los momentos más difíciles. Para aprender algo necesitaría corregir su acreditada desfachatez y, a la vez, ensayar una ejemplaridad que le es absolutamente ajena.
El siguiente derrumbamiento mural ocurrirá en los tribunales. Esto lo veremos en toda su magnitud en el segundo año del muro. Porque es muy difícil convivir con investigados por corrupción en tu casa, en tu familia y en ese núcleo político de tu máxima confianza que te llevó a La Moncloa… y con tan pesado equipaje salir indemne. Por mucho que tu imputado Fiscal General (gran especialista en borrados informáticos), y tu presidente del Tribunal Constitucional (del polvo del camino) se afanen para que el desmoronamiento de tu entorno no te apaste.
Como los peñascos de su muro se caen con más rapidez de lo que él y los suyos se afanan en subirlos, este 2025 reforzará su construcción con la enésima invocación a Franco. Si pudiera, el anciano dictador se troncharía en su viajera tumba viendo lo mucho que necesita invocar su memoria nuestro muy franquista presidente del Gobierno.
El spoiler es que no cuela. No hay cien (ni cien mil) actos franquistas capaces de ocultar los daños de las pedradas de su muro. Lo inevitable es que esta semana empieza el segundo año del muro y resulta acuciante que, por fin, éste sea el último. Porque la tarea de reparación es y será ingente.