¿Qué es Vox?
«Ni el liberal-conservador, ni el nacional-católico, ni el nacionalista constituyen un error neto. Simplemente, son proyectos demasiado humildes»
Si usted atiende a medios como La Sexta, la Ser o El País, usted ya conoce la respuesta: ¡Vox es ultraderecha, mega-turbo-extrema derecha! Y dado que la mera derecha ya es, de por sí, malísima, Vox entonces ha acelerado hacia el Mal Total.
Es probable que usted no crea en el Diablo ni semejantes supersticiones pretéritas (¡es usted tan moderno!). Sin embargo, ¿fenómenos como Vox no le hacen, acaso, comprender mejor a cuantos sostenían antaño doctrinas semejantes? Tal partido, según usted sabe, representa un canal de odio hacia mujeres, homosexuales, bisexuales, pansexuales y transexuales; hacia extranjeros, catalanes, vascos, gallegos y musulmanes; hacia los pobres, hacia los progres, hacia los pobres progres y hacia los progres ricos… ¡Se diría que si Vox, ya puesto, no odia a la humanidad entera, es solo porque, como partido que es, de algunos al menos habrá de recabar votos! Pero a los animales, esos que aún no votan, ¡a esos sí que los odia Vox sin ambages! Por eso defiende la caza y la tauromaquia, y quién sabe si la vivisección.
En suma, usted tiene las cosas clarísimas y, por supuesto, ha llegado a semejantes conclusiones de modo por completo independiente. Al igual, por cierto, que cada uno de los periodistas y voceros que, desde la inmensa mayoría de medios, recitan al unísono una cantinela similar. ¡Posee usted ideas tan claras y distintas en este punto, que Descartes le envidiaría sobremanera! Cuando escribió su Discurso del método, ¡sin duda pensaba en gente como usted, el bueno del francés aquel! Este artículo, por consiguiente, no es para su persona.
Pues en este artículo vamos a partir justo de la hipótesis contraria. Vamos a abordar la cuestión de la naturaleza de Vox desde la impresión de que no se trata de un asunto que esté en absoluto saldado. Vamos a partir de la idea de que Vox representa aún, para muchos, un OPNI: un Objeto Político No Identificado. Y, naturalmente, vamos a tratar de arrojar algo de luz (pese a nuestras carencias) sobre tan peliaguda cuestión.
Volvamos un momento a Descartes. Afirmaba este, en su quinta regla para la dirección del espíritu, que convenía reducir las preguntas complicadas y oscuras a otras más sencillas y luego ya, desde ellas, ascender paso a paso a una visión global. Más adelante, en su regla décimo cuarta, nos aconsejaba usar figuras visibles para ello: así ayudaríamos a nuestro entendimiento con otra facultad poderosísima, la imaginación.
«Una buena imagen para entender esta postura es la que considera a Vox como un retorno al Partido Popular bueno, a menudo entendido como el PP de Aznar»
Obedezcamos, pues, al filósofo. Y sopesemos aquí tres ideas sencillas. Tres figuras que, según algunos, responden a la pregunta que nos planteamos: ¿qué es Vox? Destripemos un tanto nuestras conclusiones, eso sí: no veremos solo tres imágenes simples de Vox, sino también simplonas. Equivocadas. Ahora bien, explicar en qué yerran las tres nos ayudará, al final, a dar el cuarto paso: esbozar de qué va, en realidad, eso de Vox.
1. Vox es un partido liberal-conservador
Una buena imagen para entender esta postura es la que considera a Vox como un retorno al Partido Popular bueno, a menudo entendido como el PP de Aznar. Es decir, Vox debería constituir una especie de corrección a las derivas posteriores de esa formación (con Rajoy, con Casado, con Feijóo). Por resumir el asunto, se trataría de ofrecer un partido un poquito más liberal en economía que el socialdemocratizado PP (cuyo ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, llegó en su día a blasonar de subir los impuestos más que la izquierda). Y, al mismo tiempo, se trataría de presentar un partido un poquito más conservador en asuntos morales que el PP actual. Como reza el antiguo dicho, «liberal en todo, menos en lo de los maricones». Ese sería el Vox ideal.
No voy a negar que los partidarios de esta visión cuentan con algunos adeptos. Sus sostenedores a menudo proceden de clases altas, preferentemente madrileñas: respetables señoras que escuchan a Federico por las mañanas y a las cuales Federico convenció hace años de que ellas no eran la derecha de siempre, no, no: en realidad ellas eran liberales. Apúnteselo bien, señora, antes de pasar a la publicidad: li-be-ral.
Hay barrios enteros donde prolifera este modo de ver las cosas, lo reconozco; barrios donde aún se considera que el mayor enemigo posible es el comunismo, como en la Guerra Civil, como durante la Guerra Fría, como toda la vida. Es cierto que los comunistas ya no son lo que eran antes: baste comparar a La Pasionaria con Vladímir Putin, a Lenin con Hamás. Pero es que el mundo cambia. Y por ello hay que centrarse, como El gatopardo, en que no cambie lo importante: que al cielo, al final, irán los de siempre. Los mismos que a la confitería del barrio Salamanca, por cierto. O al club de golf de La Moraleja. La gente bien.
No obstante, y pese a todo este apoyo social, las carencias de esta visión resultan también patentes. Para empezar, Aznar, el bueno de este relato, ya no es tan bueno: ahora anda haciéndole carantoñas a Joe Biden o Kamala Harris, adalides ambos del wokismo que, se supone, esta visión liberal-conservadora debería combatir. ¿Se ha izquierdizado también Aznar? ¿O resulta coherente que quien defendía, al cabo, el establishment anglosajón del año 2000, también siga defendiendo ese establishment veinticinco años más tarde? Si este fuera el caso, Aznar no habría cambiado tanto. Seguiría mirando en la misma dirección, a algún punto indefinido entre el Pentágono, en Arlington, y los seminarios de la Universidad de Columbia, en Nueva York.
«Reducir el significado de Vox al de ‘partido católico’ resultaría más confuso que iluminador»
Otra dificultad para quienes defienden esta visión de Vox —incluso algunos que están o estaban hasta hace poco dentro de ese partido— es que nunca explican por qué su proyecto liberal-conservador, que lleva décadas fracasando, ahora debería, de repente, triunfar. Miremos a nuestro derredor: las gentes de occidente, a la que se le promete libertad, dicen que sí, muy bien, que ellos serán individuos desligados de todo y muy liberales en lo que les convenga, claro. Pero que, de todos modos, el Estado les tiene que garantizar que, si esa aventura de la libertad les sale mal, él vendrá a sostenerlos con sus redes benéficas y benevolentes. Liberal cuando salen bien las cosas, socialdemócrata cuando me fallan: la mentalidad actual, hija de las últimas décadas en que se ha hablado mucho de derechos y romper ligazones, y poco de comunidad o crear lazos, produce esta peculiar mezcla de liberales-socialdemócratas interesados. Ante quienes no parece que la propuesta liberal antigua, que según algunos Vox representaría, pudiera triunfar.
En cuanto al lado conservador del proyecto que estamos comentando, su fiasco es aún más patente: por doquier se ha ido retrocediendo en aquello que los conservadores reputan importante (familia, aborto, educación, eutanasia…), para beneplácito del progresismo y, por qué no decirlo, también un poco de los presuntos aliados liberales, que nunca vieron del todo claro lo pesados que se ponían los conservadores en esas cosas. ¿Qué sentido tiene, para un conservador, volver a ensayar la alianza liberal-conservadora, que lo ha conducido hasta su derrota actual?
Por último, hay un sólido argumento para no considerar que Vox es simplemente «el retorno del PP bueno», «un PP algo más liberal en economía y algo más conservador en lo moral». Y es que su líder, Santiago Abascal, ha negado, explícito, que lo sea. Va ya para siete años, en el libro La España viva, lo expuso de modo nítido: lo bueno de que Vidal-Quadras abandonara el partido en 2015 es que Vox ya podía decir cosas distintas a las que había dicho el PP quince años antes. Dicho de otro modo, Vox ya podía tener una voz propia, no ser solo el Pepito Grillo de terceros. Dicho aún de otro modo: Vox ya podía ser un proyecto político, no solo una corrección.
2. Vox es un partido nacional-católico
Desmontar esta imagen de Vox resultará más sencillo que hacerlo con la anterior: bastará, para ello, fijarse en cuán iluso sería un partido católico que anduviese desavenido con la jerarquía católica. Bien es verdad que en España tenemos ya experiencia de ello: el régimen de Franco, que se apoyaba en el catolicismo, vivió sus últimos años tan enfrentado a la Iglesia, que incluso tuvo que destinar una cárcel concreta, la de Zamora, para los sacerdotes que le eran rebeldes. Por no hablar de que algún ministro suyo estuvo a punto de ser excomulgado (el caso Añoveros). Pero, en suma, todo aquello salió mal. Así que tendría poco sentido repetirlo. No, Vox no puede caer en idéntico fallo: un partido católico enzarzado con la jerarquía eclesial.
Esto no significa, claro está, que los principios de Vox sean incompatibles con la fe católica; bien al contrario, se trata del único partido que hoy día defiende en el Congreso de los Diputados los cuatro principios que el papa Benedicto XVI consideró no negociables para un cristiano: la defensa de la vida, de la familia, de la libertad educativa y del bien común. Pero esos principios parecen haber pasado a un segundo plano a ojos del episcopado español de nuestros días, que impulsa proyectos legislativos para regularizar millones de inmigrantes, pero ninguno para limitar el aborto, mientras en sus ondas radiofónicas o televisivas se menosprecia el combate contra este último. Ya nos lo advirtió un intelectual católico como Ricardo Calleja, a cuenta de las últimas elecciones generales: al fin y al cabo, lo de los cuatro principios innegociables de Ratzinger no era, en su opinión, tan, tan importante: no vayamos a tomarnos la palabra «innegociable» como si de verdad significara «innegociable», que eso sería exagerar.
Con este panorama, reducir el significado de Vox al de «partido católico» resultaría más confuso que iluminador. Sí, es cierto que las propuestas de Vox sobre inmigración, por ejemplo, no chocan en nada con las de la verdadera doctrina católica sobre el asunto. Pues esta reconoce que los Estados tienen derecho a limitarla en aras de su propio bien (parágrafo 2241.2 del Catecismo de la Iglesia Católica). Ahora bien, todos sabemos que una cosa es lo que defienden las religiones, y otra lo que sus autoridades practican (de hecho, el propio Jesús de Nazaret sufrió en sus carnes tal discrepancia). A día de hoy, el clero católico ha decidido, desde su cabeza, hacer mucho hincapié en su apoyo a los flujos migratorios y poco hincapié en su denuncia de todo lo injusto que estos acarrean. Así que no tiene sentido ver a Vox, al que sí preocupa sobremanera esto último, como mera correa de transmisión de un alto clero tan alejado en esto de él.
Vox, en suma, podrá ser un partido inspirado en principios cristianos; pero, desde luego, no abrazado a la Iglesia católica, cuyos jerarcas prefieren otros abrazos. Demos al césar lo que es del césar; a Dios, lo que es de Dios; y a los obispos, también lo suyo. Parece natural.
3. Vox es un partido nacionalista
Este punto también es de sencillo tratamiento, si bien nos ayudará a empezar a entender lo que sí es Vox de verdad.
Por ejemplo, si entendemos «nacionalista» como «aquel que defiende su nación», entonces sería fácil concluir que Vox es nacionalista. Pero este tipo de razonamientos tiene un problema: si el nacionalista es el único que defiende su nación, ¿entonces el socialista es el único que defiende lo social, o el carterista el único que defiende las carteras? Las cosas son, por fortuna, algo menos simples.
En realidad, un socialista defiende solo un tipo de sociedad: aquella en la que él domina cada vez más áreas de la economía. Y un carterista defiende solo un porvenir para las carteras: el de pasar, desde tu bolsillo, al suyo. (Dejemos para otra ocasión trazar, pues, los oportunos paralelismos entre el socialista y el carterista).
De igual manera, el nacionalista defiende solo un tipo de naciones: aquellas en las que prima solo su identidad. Por eso los nacionalistas checos combatieron enseguida el alemán que hablaba todo el mundo, como Kafka, en su capital, Praga; por eso los nacionalistas catalanes o vascos combaten la lengua más hablada en sus comunidades, el español; por eso un nacionalista español se esforzaría en igualar a todos los españoles bajo una misma identidad, sea la castellana, la madrileña o la andaluza.
Y es justo ahí donde Vox resulta bastante deficiente como nacionalista españolazo. Basta ver sus campañas electorales o sus intervenciones en Cataluña: lejos de repudiar el catalán, utilizan esa lengua, junto con la española; lejos de decirles a los catalanes que se tienen que subsumir en una identidad “estatal” o jacobina, Vox se les presenta como el que mejor puede preservar la milenaria herencia catalana (que si ha pervivido es, justo, porque ha convivido con las del resto de España, porque ha formado parte de España).
¿Significa esto que Vox no defiende a la nación española? Todo lo contrario: la defiende, pero sin centrar la atención, como haría un jacobino, en igualarnos a todos bajo una única identidad uniforme. Porque el problema para un español no son otros españoles distintos; el problema para un español (como para un francés, un italiano o un húngaro, por cierto, con lo cual una nueva idea de Europa también puede surgir de ahí) es un nuevo establishment mundial que aspira a dominarnos a todos. Un establishment al que beneficia la inmigración masiva, aunque muchos católicos no se den cuenta; un establishment que no tiene nada que ver con la URSS de antaño, aunque muchos liberal-conservadores tampoco se den cuenta.
«La mejor palabra que describe a Vox y su defensa de la nación española es patriotismo o soberanismo, no tanto nacionalismo»
Y por eso la mejor palabra que describe a Vox y su defensa de la nación española es patriotismo o soberanismo, no tanto nacionalismo. No se trata de eliminar todas las diferencias entre los españoles, sino solo aquellas que nos impiden hacer frente a los poderes que quieren subyugarnos; no se trata de uniformidad, sino de unión. Porque la unión hace la fuerza; y hará falta mucha fuerza para combatir los nuevos poderes económico-político-culturales que quieren erigirse como señores del mundo. Y que ya lo están consiguiendo.
Para vencer este combate y para atesorar esta fuerza hará falta poner en orden nuestras cuentas públicas, bien es cierto: y ahí los liberales verán muchas de sus preocupaciones atendidas. Será preciso recuperar lo mejor de nuestra herencia hispánica: y ahí los conservadores verán muchos de sus anhelos reflejados. Necesitaremos familias fuertes, a las que no desangren los 100.000 abortos anuales que ya nos rodean, con una educación decente y orientadas al bien común: y ahí los católicos que escuchen a Benedicto XVI (y no se crean mucho a Ricardo Calleja) se sentirán escuchados.
Y con esto llegamos a la principal conclusión de este artículo. En realidad, ni el Vox liberal-conservador en que creen algunos, ni el nacional-católico que postulan otros, ni el nacionalista que vislumbran otros más, constituyen un error neto. Simplemente, son proyectos demasiado humildes, diseños poco ambiciosos, imágenes aún atrapadas en simplezas del pasado. Vox es, al menos en sus ideas, mucho más. Y, si atendemos a lo que le está ocurriendo a formaciones soberanistas similares en el resto del mundo, también su futuro es mucho más.
Pero nada de esto se lo contarán a usted en el resto de medios de comunicación de masas, esos que despachan todo el asunto con que Vox es ultraderecha y ya está.