Trump y los aranceles
«Europa debe ser leal institucionalmente con EEUU y si no lo es, no tendrá legitimidad para criticar que Trump responda a la deslealtad europea con otra»
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Ilustración de Alejandra Svriz
Todo liberal que se precie, humildemente así me declaro, es partidario del libre comercio entre países. Cualquier instrumento que dificulte o restrinja el intercambio internacional de bienes y servicios constituye una herramienta de intervención del mercado y por ello es intrínsecamente perversa e ineficiente.
Pero es que, además, el estudio de la teoría de las ventajas comparativas conduce a la convicción intelectual sobre la bondad del comercio internacional. En su formulación, David Ricardo demuestra que incluso hasta para dos países que respectivamente fueran el más y el menos eficiente en la producción de todos los bienes, resulta positivo comerciar entre ambos con tal de que cada uno de ellos se especialice en la producción de aquellos bienes en los que tenga mayor ventaja comparativa o menor desventaja comparativa respectivamente. No es preciso producir a menor coste ninguno de los bienes -ventaja absoluta-, para que a un país le resulte positivo comerciar con otro, es suficiente con él fabrique y exporte los bienes cuyo coste de oportunidad al producirlos sean menores e importe el resto, es decir aquellos cuya producción le generaría un mayor coste de oportunidad.
Los postulados de Ricardo se han visto por lo general confirmados por la evidencia empírica existiendo multitud de ejemplos históricos demostrativos de cómo la apertura de las fronteras comerciales ha contribuido al progreso económico de un país. Sin ir más lejos, en España se comprobó que el abandono del sueño autárquico y la apuesta por las relaciones económicas internacionales fue causa significativa del rápido crecimiento económico que tuvo lugar en nuestro país a partir de 1960. En el ámbito europeo, basta recordar que el Tratado por el que se creó la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) fue el antecedente del Mercado Común ha acabado desembocando en lo que hoy es la Unión Europea, institución que ha añadido objetivos políticos a los económicos que motivaron sus antecedentes.
En otras áreas geográficas han existido y existen otras experiencias que, de modo análogo a la europea, pretenden también favorecer el comercio entre países pertenecientes a una misma región del planeta. La llamada globalización no sería sino una culminación lógica de las diversas experiencias en marcha. Todo responde en definitiva a una creencia básica según la cual la imposición de aranceles es negativa tanto para el país que los impone como para aquél al que se le imponen.
De acuerdo con lo expuesto hasta ahora, en principio cualquier liberal debería mirar con desagrado un anuncio como el realizado por Donald Trump en la campaña electoral que le ha llevado a ganar la carrera presidencial de los Estados Unidos en orden a recuperar una política arancelaria que parecía superada. Dicho lo que se acaba de decir debe reconocerse que ningún principio, ni siquiera uno tan característico del ideario liberal como el referido al libre comercio, puede entenderse con una concepción tan fundamentalista que impida ver y reconocer el entorno en el que se ha de operar. Probablemente la anunciada utilización del instrumento arancelario por Trump es un paradigma de la necesidad emplear matices y excepciones a la hora de entender el respeto a los principios.
«La elevación por EE UU de los aranceles a los productos importados de China resulta lógica ante la competencia desleal de Pekín»
Así, la elevación por EEUU de los aranceles impuestos a los productos importados desde China resulta más que lógica obligada como mecanismo de defensa ante la competencia desleal practicada por el gigante oriental. Las empresas de un país que no respeta los derechos humanos, en el que no existe libertad sindical y en el que los presos trabajan sin salario obteniendo como contraprestación rebajas de su condena, están en condiciones de fabricar -de hecho, así lo hacen- los diferentes productos que fabrica a un coste significativamente inferior a aquel en el que incurren las empresas de los países en los que introducen sus bienes. Consentir ese modo desigual de competir supone cavar la tumba de las empresas nacionales para el país que lo permita. De ahí que los aranceles que Trump quiere imponer a los productos fabricados en China están más que justificados. No es él el que quiebra el libre comercio entre EEUU y China, es ésta el que lo viene quebrando desde hace tiempo por lo que lo anunciado por el nuevo presidente norteamericano no es sino un mecanismo de legítima defensa.
Sin duda que, con menor intensidad en la causa originaria, tampoco se puede criticar que Trump aumentase la restricción arancelaria a los productos originarios europeos sin criticar previamente el enorme proteccionismo que destila la PAC aplicada por la UE. No es de recibo que desde Europa pidamos a la Administración norteamericana el respeto al principio de libre comercio cuando somos los primeros en incumplirlo.
Junto a estos casos básicamente económicos, la novedad en el uso de los aranceles que proyecta Trump apunta también a una idea más amplia según la cual, no parece dispuesto a favorecer el intercambio comercial entre los EEUU y aquellos países que no respeten el principio de lealtad mutua. Acaba de demostrarlo en el incidente -llamémosle así- con Colombia que ha sido resuelto con inusitada rapidez. Veamos, resulta que un número de colombianos entraron ilegalmente en los EEUU y se mantenían de forma ilegal en dicho país. Localizados e identificados, la Administración norteamericana decide repatriarlos a su país de nacionalidad y de origen, momento en el que Petro decide impedir que sean repatriados.
Con el mayor de los sentidos comunes, Trump considera esto una deslealtad institucional del Gobierno colombiano y con buen criterio anuncia la ruptura de la lealtad comercial mutua y un subidón de los aranceles a la importación de productos que procedan de Colombia. El resultado final es bien conocido, Petro ha tenido que envainarse su bravuconada. ¿Es criticable que Trump decida no mantener la lealtad comercial con un país que le es desleal institucionalmente? No, salvo para los que pretenden que los EEUU se comporte como la Madre Teresa del mundo.
«Los europeos hemos de estar dispuestos al necesario sacrificio económico que supone el inevitable aumento de los gastos en defensa»
Y ojo al dato, que con toda la razón Trump parece dispuesto a no mantener el status quo con los países europeos por el que éstos descargan en EEUU la responsabilidad de la defensa de Europa. Piensan los norteamericanos, y es verdad, que ya nos han salvado de tres guerras, las dos llamadas mundiales y la fría. Y que es hora ya de que en el esfuerzo colectivo por evitar la cuarta con la que amenaza Putin un día sí y otra también, los europeos hemos de estar dispuestos al necesario sacrificio económico que se concreta en el inevitable aumento de los gastos en defensa. Europa debe ser leal institucionalmente con los EEUU y si no lo es, no tendrá legitimidad para criticar que Trump apueste por responder a la deslealtad europea con otra deslealtad en forma de posibles subidas arancelarias a los productos europeos que quieran introducirse en el mercado norteamericano.
De momento, ante el escenario descrito, casi todos los dirigentes europeos están moviéndose con prudencia. Casi todos menos uno, Pedro Sánchez, que de modo absolutamente irresponsable parece decidido a asumir el rol de líder europeo antiTrump, alimentando su disfraz con declaraciones improcedentes refiriéndose al Gobierno de la «tecnocasta» o irrespetuosas al hablar de «ese país que está al Norte del Golfo de México». Las consecuencias para España de esta estrambótica conducta del que pretende aparecer como el Petro europeo acabarán siendo catastróficas para España como en su día lo fueron las que se produjeron por la irrespetuosa permanencia en su silla de Zapatero -entonces Bambi en afortunada imagen ideada por Alfonso Guerra- cuando desfilaba la bandera norteamericana por las calles de Madrid.