El grito
«¿Por qué grita María Jesús Montero? Cada intervención es una concatenación de frases cortas. Todo al tono, nada al fondo. Sólo victimismo, ninguna alternativa»

Detalle de 'El grito' de Edvard Munch.
«¡Qué viejo, qué usado es siempre el ruido! Pero tú, silencio mío, eres siempre nuevo y original!», escribió en un aforismo Juan Ramón Jiménez. No hay seducción en el grito, ni duda, ni matices. Quien eleva la voz baja todo lo demás. No hay bibliotecas alborotadas ni hay pensamiento hondo que no pueda ser expresado en un susurro.
¿Por qué grita todo el rato María Jesús Montero? Cito a Juan Ramón porque la nueva secretaria general del PSOE de Andalucía estuvo en Huelva el otro día. Tuve a bien ver por streaming su intervención. Y una vez terminada, ya con toda la militancia en pie aplaudiendo y gritándole «presidenta», con las membranas aún temblando en los pequeños altavoces de mi ordenador, me pregunté: ¿Qué ha dicho? Y lo más importante: ¿Por qué lo ha dicho así?
«El expresionismo es la voluntad de expresar el mundo interior del hombre, compuesto de impulsos dramáticos, violencia y preguntas sin respuestas», confesó Edvard Munch, autor del popular cuadro El Grito. El socialismo andaluz necesitaba un desfibrilador, y Pedro Sánchez lo ha encontrado en su vicepresidenta. Tras el perfil pausado, casi íntimo, de Juan Espadas, era necesaria una imagen más vibrante, más retadora. Un antagonismo para el -cada vez más- flemático presidente Juanma Moreno. Alguien que sacuda el avispero. Que acelere el debate. Que rapte la atención de los indecisos, si es que alguno queda.
La consigna está clara: triunfalismo, pasión y vehemencia. Montero la ha acatado disciplinada. Cada intervención es una concatenación de frases cortas, fervorosas, ametralladas. Gestos rotundos. Brazos en alto. Todo al tono, pero casi nada al fondo. Los mensajes políticos, la seducción electoral, es puramente formal. En lo de debajo, sólo terrenos comunes, victimismo y ninguna alternativa. Se habla de una Andalucía difícil de reconocer. Se habla de la mujer como colectivo. Se despachan con brochazos los verdaderos retos futuros que tiene mi comunidad.
Se escucha cada vez, y me parece un síntoma preocupante, que al pueblo hay que hablarle en el lenguaje del pueblo. Mascarle las cosas. Usar metáforas cotidianas. Naranjas, lechugas, acentos exagerados. Y creo que es una idea antigua, inútil en nuestros tiempos y que perjudica a todos: al político que imposta y al ciudadano que no se siente interpelado.
«Recuperar el pulso de un partido obsesionándose con el cómo y no con el qué puede encubar monstruos futuros»
El «pueblo» tendrá días mejores y días peores. Tendrá más o menos tiempo, más o menos prejuicios, más o menos motivos, para dejarse arrastrar a un lado o a otro del tablero; pero el «pueblo» sabe lo que hay, porque ya son muchos años en esto. Al otro lado de la pantalla. Por eso creo que es pronto para los gritos. Que ya llegará el frenesí electoral, que ya llegarán los carteles y los lemas. Pero que este es momento de siembra. De convencimiento. De hondura.
Recuperar el pulso de un partido obsesionándose con el cómo y no con el qué puede encubar monstruos futuros. Cuando llegue el momento de apretar, todo parecerá haberse dicho. La música es calma e intensidad, pasión y fiereza, sutilezas y confesiones. De tanto pisar el acelerador, como bien sabemos lo malos conductores, sólo podemos conseguir averías y humo.
Habla María Jesús Montero de nervios en Juanma Moreno y, paradójicamente, cuando lo dice, parecen aflorar los nervios propios. Si los ciudadanos tienen dudas, jamás le van a pedir respuestas al ruido.