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Carlos Padilla

El clasismo de Gabriel Rufián

«¿Interesarse por la calidad del Estado de derecho en España es solo cosa de pijos que esquían en Baqueira y se llaman Cayetano?»

Opinión
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El clasismo de Gabriel Rufián

El portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, Gabriel Rufián. | Ricardo Rubio (Europa Press)

En aparición estelar del sábado noche en La Sexta, nuestro más célebre diputado twittero, Gabriel Rufián, exclamó: «A alguien que llega a las nueve de la noche a su casa cobrando 900€, ¿cómo le puedes pedir que se ponga a pensar?» Pareciera que, descontextualizado, podría estar refiriéndose a los sindicatos que, sin pensar, convocaron una manifestación contra la oposición este pasado domingo. Una manifestación contra la postura del PP en torno a un decreto que acabó siendo aprobado con los votos favorables de los populares. Una manifestación que contaremos a nuestros nietos, una convocatoria con menos sentido que el final de Los Serrano. Pero no, nuestro insigne diputado, hablaba de Desokupa: «Cuando ese currante pone la tele, ve a Dani Esteve y dice: ‘Este es de los míos’»

Lleva tiempo Rufián, ya menos excitado que en sus primeros años en el Congreso, con la pachorra discursiva de hacer pausas de tonadillera en cada intervención pública que hace. Es curioso. Esos silencios son al discurso lo que las salsas a la carne, intentan disimular que, en realidad, el filete no es de buena calidad y la perorata es un batiburrillo efectista que se desmonta fácil. Desde que se fue Joan Tardá del Congreso, un Tardà que ejercía el papel de poli serio del grupo parlamentario de ERC, Rufián tuvo que transitar de payasín a pretendido hombre de rectas virtudes. Ya no más impresoras que llevar a la Cámara, no más esposas o camisetas reivindicativas; ahora traje y si hace falta corbata. Y se intenta elevar Rufián, mientras sigue con las pausas, en referente de la izquierda que se preocupa por las cosas del comer, aunque le salga el clasismo por los platós.

«Bajo el prisma rufianesco, el ‘currela’ está muy cansado para pensar»

«Al pobre solo le preocupa la nevera», sostiene Rufián, «porque la nevera no miente», nos ilumina, mente preclara, el de Santa Coloma de Gramanet. Es repugnante que se instale esta idea entre quienes dicen hablar en defensa de la clase trabajadora. Unos currantes que deben ser poco menos que seres a los que la patria, la igualdad, la justicia, no les va. Ellos a su plato de lentejas, a su yogur por las noches, porque, bajo el prisma rufianesco, el currela está muy cansado para pensar. Entre leer a Gramsci y jalear a Dani Esteve, está claro, en una de las habituales divisiones estúpidas de nuestra vida pública. Rufián imita lo que ya dijo Julia Anguita, que el hombre que no tenga sus necesidades básicas cubiertas, no sabe distinguir sus intereses.

Pero Rufián no es Anguita, aunque se esfuerce. Y al menos el político cordobés no se escondió nunca tras una bandera con la que reclamar soberanía territorial y fiscal, mis queridos esmirriados. Tampoco recuerdo que Anguita se quejara porque a sus primos de Jaén les pagaban la beca comedor y a él no. Pero por si tenía dudas Rufián, por supuesto que a un currante que echa horas en una furgoneta, le puede cabrear ver como políticos indultan a otros políticos, ¿O a ese currante le quitan la multa de tráfico que le pusieron mientras estaban bajando un mueble? ¿Interesarse por la calidad de su Estado de derecho es solo cosa de pijos que esquían en Baqueira y se llaman Cayetano? Joderse porque se les perdona la deuda a comunidades ricas mientras eres un jornalero extremeño, ¿es posible, Rufián?

En mitad del debate de investidura de Sánchez en noviembre de 2023, trajeado y sin esposas de plástico, Rufián exhibió de nuevo ese clasismo mezclado con soberbia: «¿Saben lo que contesta la inmensa mayoría de la gente cuando les preguntan lo de ‘amnistía sí’ o ‘amnistía no’? Que me da igual, yo lo que quiero es comer y que no gobierne la derecha». Oh, nuestro diputado tuitero ahondando en las fake news, no se había leído las encuestas que demostraban que más de la mitad de los españoles estaban en contra de la amnistía porque «era un privilegio y una injusticia». Pero él dale que dale con el «que me quedo sin comer» de los desamparados. Rufián, bon vivant, tipo con vis cómica, quiere erigirse en faro progresista. «Es mucho más complicado entender un desahucio que una bandera», le dijo, todo preocupado, a Javier Gallego. Si es que es gracioso, el joío.

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