Putinejos en Madrid
«La democracia es el sistema de organización de la convivencia más generoso, ya que permite tener presencia pública incluso a los que quieren acabar con ella»

Los asistentes a la Cumbre de Patriotas en Madrid. | Europa Press
La democracia no es solo el mejor sistema de organización de la convivencia en una nación, sino también el más generoso, ya que permite tener presencia pública incluso a aquellos que quieren acabar con ella.
Un sistema que garantiza la libre concurrencia electoral incluso a aquellos que, de llegar al poder, cercenarían de cuajo cualquier elección competitiva en la que ellos tuviesen una mínima posibilidad de perder.
Un sistema que protege a todas las minorías, incluso a aquellas que en caso de devenir en mayoritarias gracias al azar electoral expulsarían al resto de contendientes del terreno de juego a cajas destempladas justificando este hecho en la voluntad popular.
Un sistema que, en fin, ha permitido que este fin de semana se reuniesen en Madrid muchos de los partidos europeos patrocinados (algunos de ellos incluso económicamente) por el sátrapa ruso Vladimir Putin, principal enemigo de este oasis de democracia, libertad, derechos y bienestar que se llama Unión Europea.
Un grupo que hubiera hecho las delicias de Fritz Lang y que en una suerte de pasarela Cibeles del mal gusto ha reunido a Marine Le Pen, recordwoman en la difícil disciplina de perder elecciones presidenciales, Viktor Orban, plusmarquista bífido en el complejo arte de lamer las botas al mismo tiempo a la Rusia de Putin y a los EEUU de Trump mientras deseuropeíza Hungría; y mi favorito, Matteo Salvini, un tipo que no solo declaró la independencia de Padania respecto a Italia, sino que además fue el principal aliado internacional de Carles Puigdemont en el ridículo intento perpetrado por su troupe de tarados de independizar a las bravas a Cataluña del resto de España, un intento en el que por cierto y como han desvelado incontables informes, también recibió ayuda por parte de su atareadisimo y omnipresente primo Vladi.
Todos ellos reunidos en torno al líder más sorprendente e inesperado de la ultraderecha mundial, Santiago Abascal, el único defensor de la iniciativa privada de occidente que siempre ha trabajado en lo público saltando hábilmente de chiringuito político en chiringuito político y de puesto de libre designación en la administración pública en puesto de libre designación en la administración pública hasta finalmente fundar un partido que le ha permitido descansar como merecía y tener el tiempo suficiente para acudir al gimnasio.
Un grupo, como ven, de patriotas a tiempo parcial que ha logrado que aquel concepto expresado en su día por Pablo Iglesias de «cabalgar contradicciones» se llene por fin de contenidos y alcance su máxima potencia.
Un Pablo Iglesias con el que, por cierto, comparten todos ellos patrocinio putinejo y acceso a la vida pública gracias a la generosidad de nuestro sistema democrático. Justo lo contrario que sucede en Rusia.