THE OBJECTIVE
Marta Martín Llaguno

No es la regulación: ¡es el hastío, idiota!

«La clave es reconstruir una cultura informativa que priorice la profundidad sobre el eslogan y la verdad sobre la conveniencia. Que resucite a la ciudadanía»

Opinión
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No es la regulación: ¡es el hastío, idiota!

Ilustración de Alejandra Svriz.

Acaba de publicarse Digital 2025, el informe que disecciona las tendencias de uso de internet y redes sociales. Desde 2011, este estudio se ha convertido en una referencia anual para entender la evolución digital. Las conclusiones confirman lo que sabíamos: el acceso a internet es ya (casi) universal, el tiempo de conexión sigue aumentando y, ¡ojo al dato!, la principal razón para utilizar redes sociales (excepto para las generaciones más jóvenes) sigue siendo la búsqueda de información.

Aquí llega la paradoja: buscamos, sí… pero nos informamos cada vez peor porque lo hacemos en un ecosistema donde, dicen, se multiplica la desinformación. Este es el fundamento que, especialmente en los últimos meses, ha convertido la red en un campo de batalla ideológico, donde dos modelos antagónicos luchan por «preservar» la verdad.

Por un lado, Trump confía en la autorregulación del usuario y en el libre mercado de ideas. Con la libertad de expresión como estandarte, su modelo parte de la premisa de que la información debe regularse sola, sin árbitros ni verificadores. X (antes Twitter) fue la primera en liberar su moderación de contenidos y, en enero de este año, viendo el cambio en el clima de opinión, Meta ha seguido su estela. Zuckerberg, que puede ser todo menos tonto, ha eliminado verificadores y ha dejado la fiscalización de la veracidad en manos de los usuarios mediante las «notas de la comunidad».

Sobre el papel, la idea es tentadora: menos intervención, más libertad. En la práctica, las redes pueden fácilmente convertirse en un lodazal donde la viralidad prime sobre la veracidad y la verdad se disuelva como un azucarillo en el mercado de opiniones. ¿Jungla o ágora? Veremos.

En el otro extremo, el modelo europeo que, tras coquetear con la soft law, terminó por decantarse por más vigilancia activa con el Reglamento de Servicios Digitales (DSA, por sus siglas en inglés). Aprobado hace un año, se ha presentado como un «escudo protector» contra el caos informativo. El DSA obliga a las plataformas a asumir más responsabilidad en la moderación de contenidos, garantizar la transparencia algorítmica y combatir la desinformación.

«Cuando los gobiernos se erigen en árbitros de la verdad, la pregunta no es si habrá abusos, sino cuántos y con qué impunidad»

De hecho, el DSA impone requisitos draconianos sobre la publicidad dirigida, eliminación de contenido ilegal y verificación de la información. Y si las plataformas no cumplen, se enfrentan a sanciones millonarias.

En teoría, todo impecable. En la práctica, la historia nos enseña que cuando los gobiernos se erigen en árbitros de la verdad, la pregunta no es si habrá abusos, sino cuántos y con qué impunidad.

Porque hay dos cuestiones del millón: ¿quién decide qué es información veraz y qué es desinformación?, y ¿quién vigila al vigilante? El DSA ya sirve de excusa para prácticas más que preocupantes y en España, algunos denuncian que con diferentes estrategias –que dan para otra columna– se está usando y se va a usar para bloquear contenidos incómodos para el poder. Veremos también.

Pero más allá del duelo entre autogestión libertaria y regulación paternalista, para mí el problema más profundo es otro. Un segundo informe relevante, el Digital News Report, del Instituto Reuters, lleva años alertándonos de un fenómeno muy preocupante: la evitación selectiva de noticias. Huimos de informaciones periodísticas por diversas razones: sobresaturación, pesimismo… desidia.

«Decimos que nos interesa saber, pero evitamos las noticias. Queremos estar informados, pero desconfiamos de los medios»

En 2024 este fenómeno se dispara en España. Demoledor. Decimos que nos interesa saber, pero evitamos las noticias. Queremos estar informados, pero desconfiamos de los medios. Hay una sensación de que todo está politizado y de que nada tiene solución. El resultado es peligroso: una ciudadanía anestesiada, desbordada y completamente vulnerable al relato más manipulador.

Estos días asisto al congreso del proyecto ReMed (Regulación y Responsabilidad en un Sistema Mediático Híbrido) que lidera la Universidad de Navarra celebrado en Praga, donde se busca conciliar libertad de expresión y regulación sin caer ni en la censura ni en la jungla.

Pero la clave no son solo las plataformas digitales. La clave es reconstruir una cultura informativa que priorice el pensamiento crítico sobre la inmediatez, la profundidad sobre el eslogan, y la verdad sobre la conveniencia.

En definitiva, la clave es resucitar a la ciudadanía. Porque sin ciudadanos informados una democracia no es democracia. Tela. Ahí lo llevan.

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