Idafismo
«Son los verdugos voluntarios del sanchismo. Un ejército en pantuflas que señala, estigmatiza y ridiculiza a quienes compartimos nuestra visión del mundo»

El periodista Idafe Martín. | Telecinco
Leo a Ketty Garat en este periódico que el jefe de gabinete de Pedro Sánchez ha fichado al agitador mediático Idafe Martín para el nuevo enfoque comunicativo de Moncloa, que será aún más duro y «más agresivo» viendo «el actual contexto de ofensiva judicial, política y mediática».
Idafe Martín es uno de los muchos hijos de este tiempo frágil y acelerado. Las redes sociales, especialmente Twitter, auparon a muchas personas sin audacia ni talento. El fenómeno tenía dos explicaciones: la brevedad del texto permitía que gente sin argumentos ni hondura abordara la realidad política y la lejanía daba la posibilidad a los cobardes de parecer valientes.
Usando bromas, insultos, sofismas, lemas y pancartas, cualquier indocumentado podía hacerse pasar por un librepensador. Un fastfood intelectual que, en tiempos de urgencias y simpleza, sació a una parte indeterminada de nuestra sociedad. Personas que no leen periódicos, ni escuchan radio, ni ven informativos, y que se sienten informados leyendo las capturas de los idafes de la vida. Sus razonamientos esqueléticos. Sus «nosotros contra ellos». Y su velado «déjeme, señora, que ya me sacrifico yo y pienso por usted». El idafismo es que los tontos nos tomen por tontos.
Hablo en pasado porque ha decaído el fenómeno y Elon Musk ha convertido X en un lugar extraño, en un karaoke centroeuropeo, donde personas misteriosas cantan canciones desconocidas en idiomas incomprensibles y donde, sin embargo, lo estamos pasando absurdamente y tristemente bien.
Fonsi Loaiza, Protestona, Idafe Martín… eran una manada que se retroalimentaba, que compartía enemigo y que iba recrudeciendo sus mensajes. Llegando al insulto. Al desprecio. Y a algo peor: a la condescendencia. Y a su máximo exponente, que es el mesianismo. Creerse guías, elevados sobre el vulgar pueblo, ciego y desinformado, al que ellos habían venido a iluminar desde el sofá de su casa, con una bolsa de Risketos y una lata de Steinburg junto a su ordenador.
«Me inquieta que un presidente de Gobierno tenga la necesidad de contratar a uno de estos señores maleducados y provocadores»
Hasta ahí, ningún problema. Cada cual sabrá qué hace con su vida. Los que escriben y los que les aplauden. Los que insultan y los que celebran el insulto. Las redes sociales son desconcertantes y en ese desconcierto ya hace tiempo que prefiero no inmiscuirme. Ya somos mayores todos para saber qué decimos, qué leemos y qué compartimos.
Pero sí me inquieta que un presidente de Gobierno tenga la necesidad de contratar a uno de estos señores maleducados y provocadores, con mensajes tan nocivos para nuestra convivencia, que ven el debate público como un problema, que tan empeñados están en callar a los que no les dan la razón.
Son los verdugos voluntarios del sanchismo. Un ejército en pantuflas que envenena los espacios públicos, que señala, estigmatiza y ridiculiza a quienes compartimos nuestra visión del mundo. Que ven la política como un campo de batalla y no como lo que debe ser, un espacio para el diálogo, un armisticio perpetuo, un lugar donde defender las ideas propias y cuestionar las ajenas.
«No es que Sánchez quiera acabar con el fango, lo que pretende es patrimonializarlo»
Es paradójico que el presidente que quiere acabar con «el fango» fiche a un verdadero especialista en cochiqueras y estiércol. Ya hizo algo parecido Pedro Sánchez cuando criticó el anonimato en redes tras haber subvencionado aquella cuenta tan sofocante que era Mr. Handsome. No es que Sánchez quiera acabar con el fango, lo que pretende es patrimonializarlo.
Se despedía Idafe hace unos días en su cuenta de X. Firmaría el contrato y querría centrarse en sus nuevas obligaciones laborales, por respeto a la ciudadanía que le paga, supongo. Su último post era la recomendación de un emocionante artículo de Martín Caparrós en El País. Acaba Idafe su texto con «un abrazo, maestro». Pobre Martín, pensaba. Tantos años de enseñanza para que ahora le salgan alumnos tan poco aplicados como este.
Si de verdad Idafe quiere aprender de Martín Caparrós, que lo lea y lo haga suyo. Caparrós escribió, precisamente: «Que la mediocridad, al fin y al cabo, es la forma más cómoda de la resignación, y vivimos tiempos resignados. Tiempos, se diría, muy mediocres —si el adjetivo no sonara, a veces, demasiado optimista». Para que añadir más al maestro.