A la derecha social le gusta Vance
«Sí, los enemigos están dentro. Son los que piensan que Occidente ha contaminado al resto del planeta con su economía, religión, política y cultura»

El vicepresidente de EEUU J. D. Vance durante la cumbre con Volodimir Zelenski. | Reuters
En este caso no importa lo que digan los políticos del PP y Vox. No hace falta más que preguntar en nuestro entorno por las ideas expresadas por J. D. Vance en la conferencia de Múnich. A la derecha social le ha gustado porque señala como defectos de la Unión Europea lo que el establishment de Bruselas presentaba como triunfos civilizatorios, ajenos a cualquier debate o duda.
Esa separación entre la élite política europea y el común de los mortales, más allá de técnicas populistas, es una verdad como un templo. Esa burocracia bruselense, además de hablar de democracia, como dijo Vance, debería vivirla con todas sus consecuencias. No es aconsejable poner las urnas y luego legislar para prohibir y adoctrinar sin escuchar a sus adversarios.
Tampoco lo es hablar de libertad pero después dedicarse a cancelar y negar debates. Las autoridades europeas, las de siempre, creyeron que podían moldear a los ciudadanos a su gusto, cuando la realidad es, dijo Vance, que “no se puede obligar a la gente a pensar, sentir o creer”. Esta Unión Europea no ha aprendido nada de la victoria sobre el comunismo en la Guerra Fría: cualquier tipo de imposición, incluso la que tiene apariencia democrática, acaba fracasando.
Han intentado sustituir la fe y los valores europeos por una amalgama incoherente de ecologismo, pacifismo, multiculturalismo y feminismo, envuelto en un absurdo sentimiento de culpa antieuropeo. Miren a nuestros políticos: es muy difícil encontrar a alguien que se sienta orgulloso de la Europa anterior a la creación de la UE. Y quien lo hace es rápidamente tildado de “extrema derecha”. Si ahora sentir interés o satisfacción por la civilización europea previa a la UE es cosa de fachas, podemos hacernos una idea de la campaña de limpieza ideológica a la que hemos sido sometidos.
La vuelta de tuerca de esa mentalidad progresista fue la oleada woke que arrancó en Estados Unidos. Hasta Vance lo confesó. Cualquiera que esté al tanto de la historia política y de las ideas de las últimas décadas conoce cómo el posmodernismo y la deconstrucción han degradado la cultura, la ciencia y la razón. Este paradigma progresista no ha redundado en más conocimiento, sino en el tachado agresivo de la sabiduría anterior y su sustitución por el relativismo más acongojante. Parece mentira que no se hayan dado cuenta de que cuando se trabaja por el vaciado espiritual de una sociedad y se le niegan los criterios con los que ha nacido y prosperado, se acaba provocando una reacción. Ahora se asustan de que haya partidos que crezcan a costa de los errores de la Unión Europea.
«El establishment bruselense ha olvidado que los europeos solo quieren prosperar sin ordenanzas constantes y absurdas»
¿Qué pueden pensar muchos ciudadanos cuando ven en Bruselas y en sus gobiernos nacionales a un poder que se muestra tirano con los europeos y servil con quienes quieren debilitar su comunidad? Una buena parte de la gente piensa que esa tiranía se ha metido en los hogares y en las conciencias, en las costumbres y tradiciones, en la fe y la cultura. El establishment bruselense ha olvidado que los europeos solo quieren prosperar con su familia siendo ellos mismos, sin ordenanzas constantes y absurdas. Creen con razón que tenemos un Gran Hermano que nos vigila y conoce nuestros datos, opiniones, hábitos y andanzas. De hecho, el universo progre solo se ha levantado contra X (antes Twitter) cuando ha dejado de ser un mundo woke.
Sí, los enemigos también están dentro. Son los que piensan que Occidente ha sido una basura que ha contaminado al resto del planeta con su economía, religión, política y cultura. Son esos que sostienen que Europa fue una máquina de explotación que debe desaparecer como civilización para dar cabida a los supuestamente explotados. Son todos aquellos que aquí quieren cancelar museos, escritores y artistas porque les resultan «machistas» o «esclavistas». Son los que laminan los programas educativos y universitarios para ahormarlos a su ideología woke, o que censuran las opiniones y el lenguaje que no coincide con el dogma del progreso. Todos estos han enfermado a Europa. Son una plaga como lo fueron los totalitarios del siglo XX, aquellos fascistas, nazis y comunistas que castraron la libertad como identidad de Europa para construir una civilización nueva ajustada a su ideología excluyente e “indiscutible”.
Por eso Vance dijo en Múnich que era incomprensible que no se debatiera con partidos también europeos que han obtenido un considerable respaldo social, y que tienen otra opinión sobre la política y lo político. ¿Por qué no debatir? El motivo es que han sustituido el diálogo en libertad por el «cordón sanitario» y el insulto. Pero Europa no es su establishment ni la doctrina que sustenta. No se puede decir a millones de personas aquí y en el resto del continente que su forma de vivir, pensar y expresarse, siempre dentro de la legalidad, no es digna de estar en la esfera pública.
Nada de esto puede ser “fascismo”, sino todo lo contrario. Es el reconocimiento del pluralismo en libertad y un alegato por el significado de la democracia, que no es otro que la garantía del ejercicio de los derechos individuales. Por eso a la derecha social le han gustado las palabras de Vance, y por eso ha triunfado en Estados Unidos. Al fondo está el proyecto de ingeniería social que vivimos desde hace décadas y que ahora se ha encontrado con un escollo que parece insalvable. Más claro: no se puede mantener la comunidad política despreciando sus raíces y la coherencia de sus principios, y sin defender sus fronteras. Es un hecho histórico.