La hora de Europa
«Buscar un chivo expiatorio fuera de la UE no nos ayudará a superar nuestras debilidades. Como advierten Vance y Draghi, el problema lo tenemos dentro»

Ilustración de Alejandra Svriz
A nadie le gusta que expongan sus defectos, y menos aún en público. Eso fue precisamente lo que le ocurrió a la Unión Europea con J.D. Vance en Múnich. Sin embargo, muchos de los problemas que señaló el vicepresidente de Estados Unidos provienen de su propio país: desde la crisis de la libertad de expresión y la democracia, no olvidemos el asalto al Capitolio, hasta el populismo o el wokismo. El discurso de Vance sacudió los cimientos de la relación transatlántica y apunta a una reacción europea sin precedentes, salvo que estemos dispuestos a resignarnos a la irrelevancia.
En el ámbito político, Europa no es mejor que Estados Unidos. También aquí enfrentamos crisis democráticas, con países que no respetan la separación de poderes y presionan al poder judicial y a los medios de comunicación. Hemos adoptado las políticas woke importadas de universidades estadounidenses, y censuramos ideologías contrarias o las tachamos de provocadoras a la vez que usamos encapuchados, al estilo Ku Klux Klan europeo, para evitar escucharlas. Cancelamos a actores que no siguen los cánones identitarios, al igual que Hollywood, y censuramos plataformas donde proliferan comentarios que desafían nuestra visión de lo correcto, según nuestra propia cámara de eco, aunque el sentido común vaya en otra dirección.
En España, discursos que antes pasaban desapercibidos ahora resuenan con más fuerza solo porque se atreven a señalar que el emperador identitario va desnudo. Basta recordar el caso de la productora María Luisa Gutiérrez en los Goya, defendiendo la libertad de expresión y mencionando a las víctimas del terrorismo y a los agricultores, o la intervención de Santiago Segura con su famoso «iros a cagar» en respuesta a las acusaciones de fascismo contra su socia.
La política tradicional, en muchas ocasiones, se aleja de los problemas reales de la ciudadanía. Se desperdician recursos en juicios sumarísimos donde la ideología pesa más que los derechos y libertades. Nuestros representantes parecen más preocupados por pisar moqueta que por frenar el alza de los precios de la vivienda, y se dedican a actuar como Savonarolas en lugar de elaborar leyes eficaces. La sociedad, con más sentido común que esa supuesta élite, acaba buscando soluciones que no encuentra y, en su desesperación, abraza al primer populista que pisa el barro de una realidad compleja de desentrañar, para la que ya no sirven ni las recetas del pasado ni los prejuicios ideológicos, sean de izquierda o de derecha.
Económicamente, Europa no crece, no innova y regula en exceso. Mario Draghi realizó una autocrítica demoledora en el Financial Times, señalando que las barreras internas y los obstáculos regulatorios resultan más perjudiciales que cualquier arancel estadounidense, especialmente en el sector servicios, donde el exceso normativo limita las ganancias de las tecnológicas. Europa envejece y, en países como España, se prioriza a los pensionistas –cautivos electorales- por encima de los jóvenes que deberán sostener el sistema en el futuro. Mientras tanto, los Veintisiete siguen sin saber cómo afrontar, de manera conjunta, retos como la inmigración ilegal, la desindustrialización o la pérdida del tren tecnológico.
«Von der Leyen ha dado espacio a la extrema derecha italiana y al iliberalismo húngaro en la elaboración de políticas de la UE»
A esto se suma el problema del liderazgo europeo, cuyo vacío ha sido llenado por la propuesta de paz de Trump para Ucrania, en la que, por ahora, la UE ha quedado al margen. Con una Francia debilitada y una Alemania en proceso de formar gobierno, se entiende el impacto del discurso de Vance en Múnich. Allí, el Gobierno alemán optó por excluir a los partidos extremistas de la Conferencia de Seguridad, algo que el vicepresidente estadounidense no dejó pasar. Criticó la ausencia de partidos populistas votados por la ciudadanía en el debate público, una estrategia que, lejos de debilitarlos, los fortalece y polariza aún más a la sociedad.
Si la CDU/CSU gana las elecciones en Alemania, ha prometido un cordón sanitario contra la AfD, una decisión comprensible por el blanqueamiento del nazismo dentro del partido, similar a la estrategia de Macron contra Le Pen, quien, sin embargo, sigue ganando apoyo en cada elección. La pregunta es si los cordones sanitarios son realmente eficaces o si es preferible permitir que estos partidos accedan al gobierno y expongan su incompetencia y contradicciones, como sucedió en Italia con Salvini y Di Maio, o como ocurre en España con Sumar, Podemos o los independentistas. En el ámbito europeo, los partidos euroescépticos y antieuropeos ya representan más del 25% del electorado. Von der Leyen ha dado espacio a la extrema derecha italiana y al iliberalismo húngaro en la elaboración de políticas de la UE, obligándolos a rendir cuentas por sus resultados. Lejos de socavar la democracia, esto demuestra que las instituciones europeas responden a los cambios de opinión, como se ha visto en cuestiones como la inmigración.
Nos guste o no, Europa está más polarizada que nunca, y esta división ha llegado a las instituciones europeas, impulsada por los Estados miembros. Las visiones de la UE —una más nacionalista e intergubernamental, otra más federal y supranacional— siempre han coexistido, pero ahora se hacen más evidentes en el tablero político, lo que también las convierte en foco de atención para los medios y la ciudadanía.
La pregunta clave en Múnich fue si la UE será capaz de afrontar los retos económicos, migratorios, tecnológicos y de seguridad que tiene por delante. Hasta ahora, Europa ha ido siempre a remolque de los acontecimientos, pero su actitud reactiva se transforma en proactiva en momentos de crisis. Los Veintisiete han tenido tiempo desde la anexión de Crimea en 2014 para reforzar su defensa frente a Rusia, pero desde los años 50 han preferido delegar su seguridad en la OTAN, donde, como ha dejado claro Trump, «quien paga, manda». Las culturas de defensa en Europa son muy distintas, y la realidad es que pocos europeos están dispuestos a arriesgar su vida para defender la democracia y los valores de la UE frente a la dictadura rusa. Si no estamos dispuestos a hacerlo, ¿con qué autoridad moral exigimos a Trump que lo haga, cuando su prioridad es construir resorts y contener a China?
«La negociación de la paz en Ucrania, sin la participación de la UE y fuera de territorio europeo, es una prueba de fuego»
Europa debe dejar de comportarse como una adolescente pedigüeña que no se levanta de la cama. Es hora de alcanzar la mayoría de edad, de trabajar y costear sus necesidades sin depender de terceros a los que luego critica por chantajearla con la energía, la defensa o el comercio. ¿Dónde está la unión bancaria? ¿El mercado de capitales europeo? ¿La Unión de la Energía entre los Veintisiete? ¿El acuerdo con Mercosur, que nunca se ratifica? ¿La Europa digital, en la que llevamos invirtiendo fondos sin resultados? ¿La derogación de regulaciones de sostenibilidad absurdas que ahogan la innovación y desincentivan a las empresas? ¿La defensa europea, ahora más urgente que nunca, cuando el paradigma del orden internacional está cambiando y debemos decidir si queremos formar parte de él?
La negociación de la paz en Ucrania, sin la participación de la UE y fuera de territorio europeo (en Arabia Saudí) es una prueba de fuego. Kiev y Bruselas deben estar presentes en la mesa de negociación para evitar que el agresor, Putin, sea recompensado y, sobre todo, porque Europa tendrá que desplegar efectivos para garantizar la paz y financiar la reconstrucción de un país candidato a la adhesión.
Este es el verdadero problema de la UE: generar expectativas que nunca terminan de cumplirse, ya sea por la desconexión de la élite reguladora de Bruselas o por el egoísmo de los Estados miembros. Nos hinchamos a criticar a Trump, con razón, porque no es un modelo de nada y tiene poco de lo que presumir, pero no aceptamos que su administración nos señale nuestras propias debilidades en nuestra propia casa. Acusamos a la Casa Blanca de imperialista y de interferir en nuestras elecciones, mientras no dejamos de opinar sobre las suyas. Nos escandalizamos cuando evidencian nuestras carencias en defensa. Buscar un chivo expiatorio fuera de la UE no nos hará más fuertes ni nos ayudará a superar nuestras debilidades. Como advierten Vance y Draghi, el problema lo tenemos dentro. Es la hora de Europa.