Europa después de Trump
«Corremos el riesgo de quedarnos solos teorizando —moralizando— sobre un mundo que parece estar desapareciendo ante nuestros ojos»

Ilustración de Alejandra Svriz
Están siendo días agitados y confusos: el segundo desembarco de Donald Trump en la Casa Blanca ha venido acompañado de un aluvión de órdenes ejecutivas —alguna tan chocante como la que autoriza a Elon Musk y sus muchachos a eliminar agencias federales y consultar datos públicos sin aparente cobertura legal— y demostrado su voluntad de acabar con el imperfecto orden liberal internacional que conocíamos. Nos vamos familiarizando con los conceptos que describen lo que sucede: presidencia imperial, neomercantilismo, actualización de la Doctrina Monroe. Y aunque es dudoso que Trump haga todo lo que dice querer hacer, su rápido movimiento respecto a Ucrania funciona como el asesinato inicial con el que un terrorista deja claro a sus rehenes que lo suyo va en serio.
Enternece recordar los tiempos en los que se acusaba a Estados Unidos de actuar como una suerte de tiranía mundial encubierta: porque es ahora cuando el gigante norteamericano saca de verdad los pies del tiesto y pone a sus aliados —he aquí la novedad— contra las cuerdas. Might is right: la escala del país es tal que sus amenazas surten más efecto que las que pueda hacer Andorra. Asunto distinto es que las acciones de Trump vayan a ser eficaces a la hora de cumplir su promesa electoral; en buena medida, el éxito norteamericano se ha basado en su condición de sociedad abierta basada en reglas, respetuosa de la separación de poderes y del imperio de la ley, receptora de inmigrantes y orientada a la innovación. Si eso cambia, quizá el rendimiento de la sociedad estadounidense lo haga también.
«Los líderes europeos parecen tener los mejores deseos, pero nada que se parezca a un plan»
Es pronto para saberlo. De hecho, resulta fascinante comprobar —con las redes sociales es mucho más fácil hacerlo— el debate que han suscitado las decisiones de Trump y, en particular, el discurso de su vicepresidente Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich. No es, por cierto, un discurso tan incendiario como sugieren los titulares de prensa; algunos de sus argumentos merecen consideración e indignarse contra ellos no lleva demasiado lejos: es verdad que la anulación de las elecciones rumanas fue turbia y es verdad que los europeos no pueden dejar de hacerse cargo de los gastos de su propia defensa. Más discutible fue que hiciera campaña por los partidos de la derecha radical europea en un discurso institucional y que defienda la solución propuesta para Ucrania.
Pero incluso la jugada de Trump encuentra defensores en Europa, a la que pone delante de sus contradicciones. De momento, los líderes europeos parecen tener los mejores deseos, pero nada que se parezca a un plan. La dificultad es comprensible: si no hay un teléfono europeo, como ironizaba Kissinger, es porque no hay tampoco una voluntad política común. Aunque Macron lo ha intentado más de una vez, cuesta decir a los europeos que los tiempos están cambiando y que el mantenimiento de nuestro bienestar —que a tantos hoy no alcanza— requiere de cambios radicales: se les ha dicho lo contrario durante tanto tiempo, que hoy creemos tener algo así como un derecho a que se cumplan nuestros derechos.
«Anuncian más de lo mismo: una suspensión de las reglas fiscales para financiar el aumento del gasto en defensa sin tocar el gasto social»
Así que nuestros líderes dirán en privado que Mario Draghi tiene razón cuando denuncia las barreras que frenan el desarrollo del mercado único europeo, pero no harán nada para eliminarlas. Por el contrario, se anuncia más de lo mismo: una suspensión de las reglas fiscales que permita financiar el aumento del gasto en defensa sin tocar el gasto social. ¡Respiren tranquilos nuestros pensionistas! Ya dijo el Gobierno español hace un par de semanas que debe duplicarse el presupuesto comunitario para luchar contra el cambio climático; si se crean unos nuevos Fondos Next Generation, añadió, tanto mejor. Sobre la necesidad de estimular el crecimiento económico y aumentar la competitividad, apenas encontramos unas tímidas alusiones de la Comisión Europea.
Nadie sabe hacia dónde vamos. Y eso, claro, asusta al más pintado. Pero corremos el riesgo de quedarnos solos teorizando —moralizando— sobre un mundo que parece estar desapareciendo ante nuestros ojos.