Más Europa, no menos
«La solución no es una unión de patriotas, cómplices melifluos de sus enemigos. El patriotismo solo conduce a la ruptura y, a la larga, a la guerra»

Ilustración: Alejandra Svriz.
Lo primero es que hay que preguntarse con honestidad intelectual es si Europa sigue siendo una buena idea o no. Y la mejor forma de responder es imaginarse su disolución. ¿Alguien se imagina el regreso de la peseta? ¿España sola ante Marruecos? ¿El fin de la compra de deuda soberana por el Banco Central Europeo? La respuesta para España es obvia. Pero también para el resto de los 27 países que integran la Unión Europea. Europa es la solución, no el problema. Se necesita más Europa, no menos. Que los países que aún no lo son, pero sí forman parte del pacto de libre comercio y circulación (espacio Schengen), se sumen a la Unión Europea, y que Irlanda y Chipre, que son de la Unión, se sumen a Schengen. Y que Suecia y compañía se incorporen al euro.
Ahora se ha puesto de moda decir, incluso por las mentes más brillantes y sofisticadas, que Europa sólo produce regulación y que una costosa burocracia vive a cuerpo de rey en Bruselas (Estrasburgo y Luxemburgo), a costa de nuestros impuestos. El epítome que resume esta visión, es que, frente a la inteligencia artificial de Estados Unidos y ahora China, Europa regula que las tapas de las botellas de plástico no se separen del envase por razones ecológicas más que discutibles. De acuerdo, es ridículo. Pero también es verdad que todos los países europeos son democráticos, y en ellos imperan el Estado de derecho y la libertad individual, a pesar de la peligrosa deriva del nacionalista Viktor Orbán en Hungría. Europa es un jardín, un museo y un refugio. Se puede recorrer en tren entre ciudades y a pie cada dentro de cada ciudad, marcas culturales que sintetizó George Steiner en su clásico La idea de Europa, que incluye también la vigencia del mundo clásico, la cultura del café, la libertad de cátedra, la defensa de las humanidades y la prensa libre. Su legado está también descrito en Nobleza de espíritu de Rob Riemen, presidente del Nexus Instituut, un think tank tan europeo que se ocupa cada año de responder una pregunta existencial: «¿Qué nos hace humanos?» o «¿Por qué existe el mal?».
A través de Europa, domesticada la naturaleza hasta convertirla en paisaje, se puede conducir sin problemas, con un sistema unificado de señales y bajo una misma premisa lógica. Se puede consumir un yogur en Dinamarca y Portugal con las mismas garantías sanitarias y la misma información dietética. Las fronteras han desaparecido, un milagro al que nos hemos acostumbrado, y el euro es la moneda de veinte países. Europa regula para que todo esto sea posible, pero también Europa manda hombres al espacio e investiga las caprichosas partículas elementales. En Cornualles, el Finisterre inglés, a siete horas y media de tren de Londres, el jardín de la iglesia de Santa María de Penzance fue financiado por la Unión Europea, antes de que la demagogia del Brexit pusiera la primera piedra del caos que estaos viviendo en la actualidad. Eso es Europa: rosas y hortensias vigorosas en el claustro de una nave gótica.
«Europa es todo aquello que queda entre la Rusia del nuevo zar y la América del primer presidente iliberal en la vieja cuna de la democracia moderna»
La traición de Donald Trump a Ucrania, previsible para cualquiera que supiera leer, y la rehabilitación de Vladímir Putin, un asesino confeso y un dictador que ha dañado sobre todo a los rusos, son un llamado de alerta urgente para Europa, que es todo aquello que queda entre la Rusia del nuevo zar y la América del primer presidente iliberal en la vieja cuna de la democracia moderna. Ambos, países, por cierto, pueden y deben regresar a la senda europea libre, a la que pertenecen. La solución no es una Europa de patriotas, cómplices melifluos de sus enemigos. El patriotismo solo conduce a la ruptura y, a la larga, a la guerra. La única forma de evitar las reivindicaciones patrióticas incompatibles entre sí entre un rumano y un húngaro, entre un esloveno y un serbio, entre un checo y un eslovaco es Europa. Patriota es una forma cobarde de evitar lo que de verdad los define, el nacionalismo trompetero.
Europa necesita menos nacionalistas y más estadistas. Menos himnos y más ciudadanos. Menos banderas y más funcionarios públicos con competencias transversales. Que el cruce, el intercambio, la mezcla sea mayor, no menor. Y esto pasa por avalar los títulos universitarios técnicos de manera automática, por una enseñanza de la historia compartida y no por su caricatura idealizada de 27 sagas nacionales; por tener claramente identificados a sus enemigos internos (los islamistas, que no los musulmanes; y los patriotas, que no los conservadores); por apostar por la tecnología y por la defensa.
La guerra de Ucrania enseña en realidad que Rusia no es un rival militar. Putin puede destruir el mundo con un botón, pero no puede evitar que Ucrania penetre y retenga parte de su territorio, ni puede ocupar Kiev en seis días ni en tres años. Rusia tiene poder energético; de ahí la necesidad urgente de energía nuclear para Europa. Rusia tiene guerra sucia de propaganda; por eso existe la urgente necesidad de ganar el relato. Y Rusia tiene armas atómicas, pero su uso sería ahora sí el fin de la historia y todo perdería sentido, también para Rusia; por lo tanto, es una hipótesis sobre la que apenas vale perder el tiempo, siempre y cuando la disuasión sea mantenida activa por Inglaterra y Francia.
Cuando Europa no llega a tiempo pasa lo que sucedió con Yugoslavia: un país convertido en seis –siete– retazos. Porque el otro enemigo interno de Europa es el cantonalismo, que no es sólo catalán o vasco sino bretón, flamenco o normando. La necesidad humana de pertenencia, el llamado de la tribu, que como la religión introduce alivio psicológico ante el abismo de la existencia —estudiada magistralmente por Tsvetan Todorov— hace difícil el reto de Europa: la única utopía histórica cuyo saldo hasta ahora es positivo. Pero no imposible. La pedagogía que necesita es barata y sus frutos están al alcance de la mano.