Estuve en el infierno, pero ya he vuelto
«El infierno tiene que estar casi vacío, a juzgar por tantos personajes del espectáculo que cuentan que han logrado salir de allí y vienen a explicárnoslo»

El actor Robert Downey Jr., uno de esos individuos que descendieron a los infiernos y volvieron para presumir de ello. | CraSH (Zuma Press)
El infierno debe de estar realmente vacío, como suponía Orígenes, y como piadosamente desearía el actual Papa, pese a que numerosos concilios han dejado bien claro que el infierno realmente existe, y que además está llenísimo (pero aún hay sitio al fondo).
No se discute que muchos réprobos merezcan por sus pecados arder durante toda la eternidad en esos pavorosos lagos de fuego y azufre, e incluso ser incesantemente devoradas sus entrañas por Satanás, como le pasa a Judas Iscariote, según Dante imaginó, supongo que a partir del mito griego de Prometeo. Pero Orígenes y el Papa Francisco, confiados en ese atributo de Dios que es la infinita bondad, sospechan que incluso esos réprobos serán liberados de sus castigos.
-Hala, salgan ya, no se quejarán, han ardido ustedes en la caldera sólo cien mil años.
Será la apocatástasis, la restauración. Gran esperanza y alivio para Judas. El infierno vacío. Me pregunto: ¿a qué se dedicarán entonces Satanás y demás demonios? ¿Se resignarán a subir al cielo e integrarse en los coros de los ángeles? Antes que eso quizá preferirán quedarse allá abajo. En el infierno vacío. Ya no podrán torturar a nadie, claro, ni oírles gritar y aullar desesperados. Se aburrirán. Pero eso es fuente de sabiduría. Pensarán. Tampoco está mal.
Eso pasará –si pasa: está por ver– al final de los tiempos, pero a mí me parece que el infierno tiene que estar ya ahora casi vacío, a juzgar por las declaraciones de tantos personajes públicos, especialmente gente del espectáculo y de la cultura, que, en número creciente cada año, cuentan que estuvieron allí, han logrado salir, y vienen a explicárnoslo, para nuestro solaz y edificación.
Bradley Cooper, Brad Pitt, Ben Affleck, Eric Clapton, Daniel Radcliffe, Leonard Cohen, Robert Downey Jr, Gwyneth Paltrow, por sólo citar a algunos actores extranjeros. Pero también la confesión a tumba abierta de que pasaron por el infierno –¡y de que han salido!– está de moda entre los españoles.
-Salí de aquel infierno por mi familia. Ellos no merecían verme así…
Cuando se ponen a hablar de su vida se complacen, venciendo el pudor, en revelar valientemente que en determinada época de su vida, casi siempre coincidente con los años jóvenes, hicieron muchas tonterías, cometieron excesos y errores catastróficos, se pusieron a sí mismos y a sus seres más queridos en peligro, coquetearon con la autodestrucción, se vieron tentados por el nihilismo del alcohol, la cocaína, el sexo desorejado, la anorexia, las pastillas, cualquier adicción que te imagines.
-¿Y te ayudaba a escribir?
-Al principio, sí, me daba valor, pero luego, al revés… Es muy traicionera, la firulina… No, no vale la pena, créeme.
También:
-Gastaba al día XXX. Comprendía que así no podía seguir. Pedí socorro. Por suerte, conté con la ayuda de Fulanito… ¡Un ángel!
Están muy bien estas confesiones personales, pues sin ellas las entrevistas con estos profesionales del espectáculo serían letárgicas. No tienen gran cosa que decir –nadie lo tiene– y el papel y las horas de programación hay que llenarlas como sea. Y las entrevistas irremediablemente banales, si están aderezadas con una buena historia de caída y redención pueden ser muy entretenidas. Tienen ese punto embarazoso, y ese punto de veracidad, de desnudez…
-Bueno, no me gusta mucho hablar de aquello, pero… Sí, yo iba sin frenos por la vida. Directo al precipicio. Mi mujer aguantó carros y carretas, pero al final me dejó, claro, no se lo reprocho. (No, ahora tengo otra, pero seguimos siendo buenos amigos). Yo era insoportable. Era un zombi. Hubiera podido morir en un descuido. Cuando me despertaba por la mañana, lo primero en lo que pensaba era en «eso». Se alteró mi carácter, gritaba por todo. Y qué manera de sufrir. ¿Y cuánto duró aquello? Años, años. No podía seguir así. Muy a menudo pensaba incluso en matarme. Aquello te juro que no se lo deseo a nadie… Lo dejé en 1998 y desde entonces no he probado ni gota.
Para hacer estas confesiones conviene bajar la voz, adoptar un tono intimista pero reservado, afectar la lejanía de quien en el fondo está de vuelta de todo. Uno les ve mientras dicen estas cosas y piensa: «¡Caramba! ¡Pues no se notan esos excesos! ¡Tiene un aspecto estupendo! Claro, aquello le pasó hace mucho tiempo y se ha recuperado que da gozo verlo».
¿Pero por qué cuentan estas cosas? Es como una coquetería inversa, una manera de hacerse perdonar su condición de estrellas, de mostrar las propias flaquezas y decirle al conmovido televidente y a su lata de cerveza: «Estoy más cerca de ti de lo que crees, soy un poco como tú. Tú estás tirando tu vida a los cerdos y yo he tirado al viento mi sarta de diamantes».