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Félix de Azúa

El mal fario

«Sea por la corrupción y la brutalidad americana, sea por el miedo y la estupidez europea, mal lo tenemos. Será un triunfo si logramos derribar al tiranillo español»

Opinión
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El mal fario

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ya es mala suerte haber heredado del Caudillo a un imitador sin talento como Sánchez, un tipo sin la más mínima conciencia, ni moral, ni vergüenza, que sólo persigue tener contento a su espejo. Pero la cosa se agrava cuando en otras partes del mundo se imponen los mismos aventureros sin escrúpulos, brutales defensores de sí mismos a costa de todos los demás.

Que Putin domine una mafia granítica de plutócratas mega millonarios se acomoda a la tradición rusa de los zaristas y estalinistas. Que Trump imponga sus delirios al globo ya es más duro de tragar, pero, de todos modos, aún está por ver si lo logrará, dado que en EEUU hay, en verdad, un denso entramado democrático que puede equilibrarlo en los puntos más disparatados. Pero que, en Alemania, Italia, Hungría, Rumania y otros países europeos vaya tomando cuerpo un grupo de partidos que apoyan a Putin, eso resulta perfectamente incomprensible.

Quizás el peor sea el caso de Hungría, país que fue sometido a todas las humillaciones y represiones comunistas y finalmente invadido y sometido por tanques rusos. ¿Lo han olvidado? ¿Qué le pasa a esa gente que, por otra parte, formaba la mitad del imperio austro-húngaro? ¿De pronto su pasado histórico es la Unión Soviética?

Es en verdad un caso de mala suerte que renazca lo peor de Europa a menos de un siglo de haber provocado la más grande carnicería de todos los tiempos. ¿Mala suerte? ¿O tendencia imparable de las masas que no guarda relación alguna con el pasado? La situación es desconcertante porque, además, buena parte de los desesperados que apoyan a Putin también apoyan a Trump. Es decir, que están reclamando de modo evidente un dictador. Exactamente como sucedió en el primer tercio del siglo XX.

Que las masas pidan a gritos que las encadenen de una vez, y que las liberen de la libertad, resultaría cómico si no fuera trágico. Amigos que conocen bien los países del Este me aseguran que mucha gente de la vieja área soviética añora los tiempos en que no tenían que trabajar demasiado, ni decidir nada, y aunque no había distracciones o entretenimientos que no fueran los aprobados por el partido comunista, podían dedicarse a la holganza y al vodka en un océano de ineptitud absoluta. Lo mismo me dice una persona bien enterada sobre la catástrofe de la antigua Alemania oriental en las pasadas elecciones. Añoran la seguridad y la vagancia de los tiempos estalinistas. Lo único que tenías que hacer era agachar la cabeza y callar.

«La situación es desconcertante porque, además, buena parte de los desesperados que apoyan a Putin también apoyan a Trump»

Es chocante, ya lo sé, pero mucha gente mira con envidia a los chinos, que pueden comprar todas las chucherías occidentales, incluidas las más caras, pero tienen también el mayor poder militar del globo. Y eso se consigue tan sólo mediante la renuncia a la libertad personal y adorar al Emperador. Sale barato, creen, y es lo que hacían nuestros abuelos.

Más extraño resulta lo de Trump. No hay en los EEUU tradición alguna de autoritarismo por parte de la población. Es una situación más similar al sometimiento de algunas ciudades y Estados a las mafias criminales durante los roaring twenties del siglo XX. En aquellos fatídicos años los dueños del crimen organizado lograron comprar y corromper a buena parte de las cúpulas políticas, financieras, policiales y administrativas, con lo que se hicieron dueños de extensos territorios. El más conocido fue Chicago, pero no era el único ni mucho menos. Da toda la impresión de que el poder de Trump va por esa senda, en la que, por cierto, han estado ocupados buena parte de sus antepasados.

En todo caso, sea por la corrupción y la brutalidad americana, sea por el miedo y la estupidez europea, mal lo tenemos. Será un triunfo si logramos, por lo menos, derribar al tiranillo español. Como en el siglo pasado, vamos a necesitar toda la fuerza moral que quede en las minorías para no dejar un recuerdo histórico de población acanallada, como la que soportó a Fernando VII.

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