The Objective
Manuel Arias Maldonado

Geopolítica del desorden

«Mientras el orden internacional se desordena, la agenda política española se caracteriza por el provincianismo cortoplacista y el autoengaño colectivo»

Opinión
Geopolítica del desorden

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay una secuencia en Addieu Philippine, debut como realizador cinematográfico del francés Jacques Rozier en 1962, en la que una familia de clase trabajadora se reúne a almorzar en compañía de un amigo que acaba de servir en Argelia. Cuando la conversación se ocupa de la Guerra Fría, el abuelo interviene lleno de jocundia: tanto los americanos como los rusos, dice, tienen miedo de los chinos. ¡China es el peligro! Seiscientos millones son ya, insiste. ¡Cuidado con China! Nadie parece hacerle demasiado caso; la China de Mao a duras penas podía alimentar entonces a todos sus habitantes. Fundido a negro.

Más de 60 años después, sus palabras han ganado una involuntaria cualidad profética. China se ha convertido en una potencia; su población asciende a 1.400 millones de personas y sus fuerzas armadas alcanzan los dos millones. Si su ejército atacase Taiwán uno de estos días, no está muy claro que Estados Unidos honrase su viejo compromiso de defender a los habitantes de la isla. Porque ya hemos visto cómo se las gasta la nueva administración norteamericana: sus dirigentes parecen creer que América solo será grande de nuevo si el orden internacional es reorganizado conforme a una nueva política de alianzas.

Es algo que los europeos, acostumbrados a vivir bajo el paraguas defensivo desplegado por los estadounidenses y dispuestos todavía a creer en la noción del derecho internacional, estamos comprobando con alarma. Y es que el tiempo pasa: los traumas de la primera mitad del siglo XX se alejan irremediablemente de nosotros, abriendo nuevas oportunidades para la incurable propensión humana al conflicto y el desastre. Ni siquiera la Guerra Fría nos sirve de referencia, habida cuenta de la viejísima historia que une y separa a Ucrania de Rusia y viceversa; aquello que era distintivo del telón de acero —el enfrentamiento entre dos formas antagónicas de organización social— ha desaparecido.

Ni siquiera China es comunista en un sentido relevante; esa pantalla la hemos pasado ya. Dedicados a acumular soft power, los países europeos han descuidado aquello que proporciona —el término es feliz— autonomía estratégica: capacidad defensiva, vigor económico, impulso demográfico. Eso no convierte a la Unión Europea en un fracaso; nadie podía imaginar que los norteamericanos llegasen a darnos la espalda. Pero hicimos una apuesta que ahora somos incapaces de sostener. Y de poco sirve lamentarse o protestar: estamos donde estamos; nadie va a venir a sacarnos del atolladero.

De ahí que la tarea más urgente ahora mismo consista en hacerse cargo de la situación; incluso si el trumpismo resultase ser solo un paréntesis histórico, los europeos no pueden seguir haciendo declaraciones grandilocuentes sin más respaldo que las apelaciones a la moralidad. En eso aciertan los realistas: sin el apoyo militar de Estados Unidos, nuestras democracias no están en condiciones de prestar una ayuda significativa a los ucranianos; sus declaraciones de apoyo a Zelenski equivalen así al intento por persuadir a Trump de que no se vaya. Si se marcha del todo, hará realidad el viejo sueño de la izquierda europea: ¡OTAN no, bases fuera!

“No se trata de hacerle la guerra a Rusia, sino de ganar autonomía para hacer frente a un mundo multipolar”

Y por eso hay motivos para preocuparse: nuestros líderes, a salvo de excepciones como ese Macron que lleva años ejerciendo de Casandra, no saben por dónde empezar. En ninguna parte queda eso más claro que en España, donde la fuerza de nuestros gobernantes se va por la boca del tuit. Nadie parece dispuesto a explicar a los votantes qué sacrificios requeriría hacer una contribución significativa a cualquiera de los frentes arriba identificados. Porque no se trata de hacerle la guerra a Rusia, sino de ganar autonomía para hacer frente a un mundo multipolar donde el asilo europeo corre el riesgo de quedar fuera de juego.

Mientras el orden internacional se desordena a ojos vista, de hecho, la agenda política española se caracteriza por el provincianismo cortoplacista y el autoengaño colectivo: se nos propone trabajar menos, asegurándosenos que así se mejorará la productividad; debatimos de qué manera puede contentarse fiscalmente al separatismo catalán, pues de ello depende la permanencia en Moncloa de Pedro Sánchez; y la Ministra de Seguridad Social —quien ahora se dice representante del «Ministerio de las personas»— niega que el sistema de pensiones sea insostenible a medio plazo. Debates de altura.

En resumen: los españoles no estamos para heroicidades. Y lo mismo puede decirse de la Unión Europea: incluso si ahora quisiera, no podría. ¿Podrá algún día? Todavía no sabemos si quiere; tampoco si los países que forman parte de ella —junto al Reino Unido— lograrán ponerse de acuerdo. Sigan atentos a sus pantallas.

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