THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Que el rencor aburra a Trump

«Habrá que decir que Trump es un ‘deal maker’ excepcional, y recordar que los mejores ‘hacedores de tratos’ logran que nadie pierda»

Opinión
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Que el rencor aburra a Trump

Ilustración: Alejandra Svriz.

Quienes queremos creer que la OTAN no ha muerto, ni debemos dejarla morir; que el vínculo transatlántico es una magnífica alianza; que los valores occidentales han hecho florecer la democracia liberal y el mercado libre, y que todo ello merece todos los esfuerzos (y más) para ser preservados, buscamos resquicios que permitan seguir confiando en los Estados Unidos como nuestro inexpugnable baluarte… y queremos pensar también en el inquilino de la Casa Blanca como en alguien mucho más importante que «un nuevo sheriff de la ciudad».

Sólo diez días después del espectáculo televisado de la retransmisión en directo del tensísimo examen (de 50 minutos) al que Donald Trump y J.D. Vance sometieron a Volodomir Zelenski en el Despacho Oval de la Casa Blanca… y -sobre todo- de los 10 minutos de displicente bronca viral de los americanos al ucranio… Europa ha reinventado el término «the coalition of the willing» como embrión de una Coalición para la Defensa de las democracias occidentales, por si falla(ra) el paraguas estadounidense. 

La expresión no es nueva. Nos hartamos de oír hablar de la ‘coalition of the willing’ en la segunda guerra de Irak, en 2003, cuando -desde Europa- Francia y Alemania dieron la espalda a George Bush, hijo, en su (digamos) represalia iraquí por el ataque del 11-S de 2001. Aunque el precedente no fue demasiado exitoso, la expresión sirve para defender el refuerzo de la inversión -y la determinación- para la defensa europea, con o sin ayuda estadounidense.

«El rencor es empobrecedor y aburridísimo, y hay que conseguir que aburra al rencoroso. La fórmula-Meloni para neutralizarlo es enjabonar la vanidad trumpiana»

Esta es la cara positiva de esta crisis. Para que el reverso no salga cruz habría que recuperar a la Administración Trump en la necesaria ‘coalition of the willing’: aquella con capacidad efectiva para seguir defendiendo los valores occidentales de democracia y libertad con los que queremos seguir viviendo. 

Giorgia Meloni, quizá la líder de las democracias occidentales con más inteligencia política de estos últimos tiempos, abrió camino en ese intento de recuperación de Trump al pedirle que no entregue Ucrania como Biden abandonó Afganistán. 

Un ‘dos por uno’ de libro. Primero menciona el objeto del rencor de Trump: Biden y todo lo que pueda haber hecho o dejado de hacer su predecesor. Y luego coloca el temible espejo con un amable mensaje que tiene la siguiente traducción: tu aborrecido Biden entregó a los afganos a las garras de los talibanes, sus verdugos, ¿serás tú capaz -querido Don- de entregar a los ucranios a la voluntad de su invasor ruso?

De momento, no parece que Meloni haya tenido todo el éxito necesario, pero ha tocado la tecla imprescindible para una eventual recuperación de Trump hacia el ‘lado correcto de la historia’: que el aburrido rencor quede esquinado por el abrazo de la chispeante vanidad.  

Decimos que la envidia y la ambición son los dos motores (no exactamente positivos) con más potencia para dirigir las decisiones humanas. De acuerdo, sí, pero cuando tus valores esenciales son el dinero y el poder, y has logrado ser multimillonario gracias a tu personalísima trayectoria empresarial, y presidente de los Estados Unidos con más de 77 millones de votos, casi el 50% del voto popular y una inapelable victoria en todos los Estados indecisos, el margen para la envidia y la ambición se reduce estrepitosamente. 

Quedan otros dos motores: el rencor y la vanidad. Y de ambos nuestro ‘querido Don’ parece ir bien servido. El inicio de la bronca a Zelenski en el Despacho Oval exhibió la fuerza del rencor. Se ha contado mucho que el vicepresidente Vance reclamó a Zelenski que diera las gracias por el apoyo estadounidense a su lucha contra Putin. La clave es que se lo pidió después de recordarle que sí había dado -efusiva y públicamente- las gracias a su aborrecida anterior Administración el día en el que participó en un acto en apoyo a Kamala Harris. 

«Fuiste a Pensilvania e hiciste campaña por la oposición», le recriminó Vance antes de exigirle que diera reiteradamente las gracias a Trump. El 22 de septiembre, mes y medio antes de las elecciones del 5 de noviembre, Zelenski visitó la Planta de Municiones del Ejército en Scranton, la localidad natal de Biden, en Pensilvania. Llegó en un avión del ejército de EEUU y estuvo acompañado, únicamente, por destacados dirigentes demócratas. Cuatro días después, el 26, se reunió en la Casa Blanca con el entonces presidente Biden y su vicepresidenta y candidata demócrata Harris. Y allí Kamala expresó su «compromiso inquebrantable de apoyar a Ucrania»

Hay munición para el rencor múltiple: Zelenski no hizo gesto alguno con los republicanos en campaña, su respaldo a los demócratas se apoyó, también, en el ejército estadounidense, y no eligió cualquier sitio para dar las gracias a la anterior Administración sino el muy relevante Estado de Pensilvania, con un guiño a Biden. Además, si Harris proclamó entonces su «compromiso inquebrantable de apoyar a Ucrania», el rencor anima a hacer exactamente lo contrario. 

¿Muy pueril? Sí, ¿y? Los humanos somos, sobre todo, humanos. Y los muy poderosos no están exentos de las más burdas exhibiciones del rencor. Peor aún: tienen menos frenos que el común de los mortales para reprimir esa funesta forma de idiocia. Por cierto, ese mismo rencor explica la desconfianza y el desdén de Trump hacia la Unión Europea y la mayoría de sus líderes: les (nos) ve como una extensión de Biden, Harris, el Partido Demócrata y el universo woke… Y, en bastantes cosas, no le falta razón. 

El rencor es empobrecedor y aburridísimo, y hay que conseguir que aburra al rencoroso. La fórmula-Meloni para neutralizarlo es enjabonar la vanidad trumpiana. Y si de vanidad también vamos todos bien servidos, lo está muy especialmente cualquier mandamás que exhibe sus triunfos pasados como presunta garantía de infalibilidad futura. 

Trump se vanagloria de que su multimillonaria trayectoria obedece a sus habilidades como negociador: es un ‘deal maker’, dicen sus corifeos. «Negociar es un arte, y yo soy el mejor en eso», ha dicho Trump de sí mismo. 

Habrá que decir que sí, que Trump es un ‘deal maker’ excepcional, sin duda. Y recordar que los mejores ‘hacedores de tratos’ logran que nadie pierda. No son simples árbitros en simples juegos de suma cero. Ni mucho menos son perniciosas élites extractivas (casi seguro, progresistas) en juegos de suma negativa. Son habilidosos componedores de acuerdos de suma positiva. ¡Ánimo, Donald, que usted es el mejor en eso!

De momento, las Bolsas de valores de todo el mundo, y particularmente las estadounidenses, han hecho sonar su voz de alarma. Recibieron el mandato de Trump con enorme entusiasmo alcista, que se ha frenado para precipitarse a la baja entre la bronca en el Despacho Oval y los anuncios de inacabables aranceles de quita y pon. 

Es el momento de arrumbar el rencor, que es muy aburrido. Un gran ‘deal maker’ no pierde su valioso tiempo ni en rencores ni en rencillas: se ocupa de lo importante. Ojalá nuestro imbatible ‘deal maker’ sepa que lo importante -también para él y, desde luego, para EEUU- es que Occidente prevalezca.

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