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Benito Arruñada

Europa y su miopía hedonista

«La UE usa cada nuevo problema como excusa para exacerbar su estatismo, pese a ser éste la causa primordial de su decadencia»

Opinión
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Europa y su miopía hedonista

Imagen generada por IA. | Benito Arruñada

Europa tiende a buscar soluciones rápidas que alivian sus problemas inmediatos pero comprometen su futuro. Es un patrón recurrente. Tras la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, después de 1989, su mitad occidental disfrutó de un ingenuo «dividendo de la paz», reduciendo su gasto en defensa y en las demás funciones nucleares del Estado para concentrarse en extender los servicios del estado de bienestar y promover su variedad de «creencias lujosas». Esta complacencia la ha dejado vulnerable y la invasión de Ucrania sólo ha evidenciado que su seguridad depende por entero de los Estados Unidos

El cortoplacismo no se limitó a la defensa. La creación del mercado común impulsó el comercio y la movilidad de recursos, pero también comportó una avalancha de regulaciones. Algunas han sido útiles, pero otras muchas, con el pretexto de proteger al trabajador, al consumidor o al medio ambiente, sólo han servido para crear burocracias parasitarias, encarecer la producción y levantar barreras de entrada. Paradójicamente, las sensatas, que son las que fomentan la competencia y limitan las ayudas de Estado, están hoy amenazadas. En lugar de consolidar el mercado, la UE corre el riesgo de retroceder a un proteccionismo que sólo favorecería a los dinosaurios sociales, económicos y políticos.

La introducción del euro fue otra decisión con beneficios inmediatos, pero que escondía un fallo estructural. Si bien redujo los costes de transacción y eliminó el riesgo cambiario dentro de la eurozona, se implementó sin una unión política ni fiscal. Como resultado, el euro sigue siendo vulnerable. Las decisiones del Banco Central Europeo afectan a todos, pero su credibilidad depende de la solvencia de unos pocos países. Mientras tanto, la política fiscal permanece en manos de cada estado miembro. La crisis financiera ya demostró que, sin disciplina fiscal, el euro puede naufragar. Sin embargo, en lugar de prevenir ese riesgo, la UE lo agrava cada vez que mutualiza deuda y flexibiliza los criterios fiscales. 

Ante cualquier desafío, la UE persiste en usar soluciones indoloras. En el ámbito financiero, pretende reforzar la integración de los mercados de capitales para facilitar la inversión y el acceso al crédito. Conste que aumentar el tamaño y la integración del mercado de capitales es deseable; pero, aunque resultase tan beneficiosa como creen —quizá exageradamente— sus defensores, ese tipo de estrategia indolora sólo pospone la decadencia. Como mucho, gana algo de tiempo, pero sólo maquilla nuestras debilidades estructurales. 

Máxime si se opta por aumentar aún más el peso de las burocracias públicas sobre la economía. La última excusa para justificar esa reincidencia es que Europa genera mucho ahorro que se invierte fuera, olvidando que lo óptimo es que el capital se dirija adonde sea más rentable, y que, hoy por hoy, ese lugar no es Europa. 

En lugar de mejorar el entorno económico, se finge compromiso con la desregulación (por ejemplo, al reducir apenas las disparatadas exigencias de la directiva de sostenibilidad), se ignora por completo la necesidad de rebajar los costes fiscales (es significativo que apenas se traten en el informe Draghi) y se prioriza el control estatal sobre la asignación del crédito. Además de rebautizar políticas industriales fallidas, la UE pretende recrear circuitos privilegiados de financiación que, lejos de fortalecer la economía, perpetuarán inversiones ruinosas. El paradigma es la pretensión de que unos sectores públicos que ya han demostrado sobrada incompetencia y corrupción en esa tarea fomenten el capital riesgo y la innovación. 

«Otro desafío es el aumento de gasto en defensa: si algunos países perciben que pueden gastar sin asumir plenamente los costes, se perpetuarán los déficits y la indisciplina fiscal»

Otro desafío que la UE intenta afrontar sin pagar precio alguno a corto plazo es el aumento del gasto en defensa, que se pretende financiar mediante la emisión de deuda conjunta. Como ocurrió con los fondos de recuperación tras la pandemia, la mutualización de deuda genera incentivos perversos. Si algunos países perciben que pueden gastar sin asumir plenamente los costes, se perpetuarán los déficits y la indisciplina fiscal, mientras los gobiernos de países con ciudadanos proclives a la miopía y la complacencia, como España, seguirán aferrados al poder mediante la compra masiva de votos. 

Es también irreal confiar en que esta deuda europea será «auto extinguible», cuando la mayoría de los Estados miembros busca refinanciar su deuda pública de forma indefinida. Todo ello, además, en un contexto en el que la relajación por Alemania de su freno constitucional a la deuda pública amenaza con encarecer el endeudamiento en toda la UE, y la economía y la sociedad alemanas dan muestras alarmantes de agotamiento. Si se confirma el diagnóstico de Wolfgang Münchau en Kaput: El fin del milagro alemán, al hacerse evidente esa debilidad de Alemania, toda Europa, incluido el euro, enfrentará dificultades crecientes. 

El problema de fondo es que la UE sigue buscando comodines en vez de afrontar sus problemas. No basta con ampliar mercados ni inventar instrumentos financieros para, en esencia, darnos el lujo de seguir apostando por un modelo agotado. Europa necesita dotarse de un entorno económico que sea atractivo por sí mismo, sin depender de magias indoloras. La seguridad a largo plazo no se compra con más deuda si no va acompañada de un crecimiento sólido y sostenible. La competitividad no se consigue con sinergias ocasionales ni subsidios, sino con impuestos bajos, regulación clara y marcos estables que favorezcan la inversión. Y la estabilidad financiera no se garantiza con la emisión de deuda «segura», sino con una política fiscal responsable.

Europa sigue atrapada en un bucle de soluciones fáciles y en su mayoría falsas que en el mejor de los casos sólo posponen su decadencia. Esta estrategia miope de esconder los problemas con crecepelos está agotada. Para que Europa pueda renacer, urge reducir el tamaño global del Estado para librarlo de excrecencias paralizantes y fortalecerlo en aquellas funciones que nadie más puede cumplir, y que llevamos décadas descuidando de manera irresponsable.

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