THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Los asnos solemnes

«El abuso de la tecnología en la educación implica cambiar la cultura del libro, que exige esfuerzo, pensamiento matizado, contenidos más densos y de largo alcance»

Opinión
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Los asnos solemnes

Niña estudiando a través de la tablet. | Freepik

Ahora que tanto se debate la enseñanza en España, quiero decir que perdemos el tiempo inventando cosas como la educación en tablets. El abuso de estos artilugios implica cambiar la cultura del libro, que exige esfuerzo, pensamiento matizado, contenidos más densos y de largo alcance. Lo sustituye por la cultura de la inmediatez, que tiende a dejar las cosas en la superficie. Estos niños precoces de la generación de internet son más bien pasivos, quizás porque la imagen es pasiva mientras que la lectura es activa. En los libros, las ideas propias son el resultado de un ejercicio intelectual (que hoy no todo el mundo está dispuesto a hacer), mientras que los contenidos que circulan por Internet, en redes sociales, tornan más bien en creencias, ideas colectivas, corrientes de opinión o imágenes chocantes, subidones y encontronazos. En un debate de opinión que se ha vuelto irrisorio y superficial hay que abogar por el regreso de la formación literaria y humanista. Para el niño tiene el mismo valor la mentira que la verdad, y algo así sucede ya en nuestra plaza de debate público, X (antiguo Twitter). 

Flaubert decía que el novelista se esfuerza por ir al alma de las cosas y Proust anotó que su obra no es más que un instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir lo que, sin este instrumento, tal vez no hubiera visto en sí mismo. Decía George Steiner que hay más profundidad humana en Homero, Shakespeare o Dostoevsky que en la totalidad de la neurología o de la estadística. Ningún descubrimiento de la genética sobrepasa lo que Proust sabía acerca del hechizo y las obsesiones y ninguna sociometría de los motivos o las tácticas políticas puede competir con Stendhal. Hablamos de pensadores que han sabido plasmar en sus obras la complejidad de la persona y del pensamiento. Esos grandes libros nos leen. 

Para Ferran Toutain, la lectura de autores humanistas es lo más parecido a la experiencia directa de las cosas y lo más alejado a las limitaciones del pensamiento dogmático. Cuando más profundo o inmenso es el pensamiento, más se confirma la teoría de que el conocimiento es un laberinto complejo, lleno de trampas (las ideas fijas, el pensamiento estereotipado y las certezas son algunas de ellas) que hay que ir sorteando.

«La novela es el mayor legado de los europeos y tiene asignada la misión de pensar por uno mismo, decir aquello que incomoda»

La dinámica de hoy es encasillar a las personas en ideologías, caricaturizarlas y reproducir narrativas virales que puede adoptar diversos disfraces para ahorrarnos el penoso y largo esfuerzo de reflexionar y matizar. Nos alejaremos cada vez más de Shakespeare para adentrarnos en el adoctrinamiento moral. Hace tiempo que sacaron la literatura de la enseñanza, y la sustituyeron por la ideología, pero ahora también quieren acabar con el libro, esa tecnología vetusta pero parece que insustituible. Parece evidente que solo educando en la literatura podríamos reconducir el debate público. La literatura es siempre impredecible, complicada, heterodoxa y tiende a producir incomodidad, porque nos hace replantearnos algunas de las verdades que dábamos por incuestionables, y nos revela otros puntos de vista. Esa es la flexibilidad o ligereza que perdimos en algún punto. 

La literatura nos sumerge en lo desconocido y nos permite romper la rigidez del pensamiento, que conforma personalidades fanáticas, solo pueden contemplar el problema desde una única óptica. La novela es el mayor legado de los europeos y tiene asignada la misión de pensar por uno mismo, decir aquello que incomoda. Sólo un escritor y un niño son capaces de decir algo que les duele a ellos mismos, pero que es necesario decir en voz alta. El escritor, el hacedor de libros es, como el niño y el anciano, la figura imprescindible que nos saca de la cómoda habitación de nuestras certezas. Si borramos el libro de la enseñanza, no nos asustemos después, una vez desaparezca la literatura, de los asnos solemnes.

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