THE OBJECTIVE
Gabriela Bustelo

La sombra de Trump sobre Vox

«Abascal no puede obviar las simpatías trumpistas de sus bases, lo que sume al partido en el contrasentido de evocar el catecismo MAGA sin reconocer sus defectos»

Opinión
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La sombra de Trump sobre Vox

Ilustración: Alejandra Svriz.

El regreso de Donald Trump a la política estadounidense ha reavivado el fervor de la extrema derecha en nuestro planeta. Pero la estrategia polarizadora y los bandazos políticos del presidente estadounidense están poniendo en un brete a sus émulos europeos. Si la mayoría de estos partidos vampirizaron la retórica nacionalista y antinmigratoria como modelo para su propio ascenso, en cuestión de meses la campaña de Trump de 2024 —marcada por el aislacionismo, el escepticismo anti-OTAN y su peculiar discurso antisistema— choca frontalmente con las prioridades europeas. Esta disonancia le chirría de manera especial a Vox, cuyo líder Santiago Abascal practica estos días el arduo malabarismo de abrazar el populismo trumpista y mantener sus propios principios mientras intenta contener la sangría de los liberales que le huyen despavoridos.

Los partidos de extrema derecha europeos, desde el Rassemblement francés y el Fratelli italiano hasta la AfD alemana, se han inspirado durante mucho tiempo en la estrategia de Trump: azuzar las guerras culturales, rechazar el multilateralismo y aprovechar el malestar económico tras el crash de 2008. Pero el giro iconoclasta del segundo mandato de Trump sabotea los intentos de presentarse como una alternativa responsable al conservadurismo convencional. La amenaza trumpista de abandonar la OTAN si los aliados no aumentan el gasto en defensa, por ejemplo, aterra a los países atlantistas que dependen de la seguridad colectiva. Porque Ucrania puede parecer un país remoto desde la Casa Blanca, pero los europeos sabemos que es un país situado en nuestro continente. Y que tiene frontera con cuatro países miembros de la Unión Europea. Por eso cuando Trump asegura ahora que «Zelenski fue el que empezó la guerra», habiendo descrito tres años antes la invasión rusia de Ucrania como «un golpe de genio», los votantes ultraconservadores parpadean aturdidos. Y al descubrir que los aranceles trumpistas van a ser funestos para España, empiezan a recordar con nostalgia los tiempos en que votaban al PP, o incluso a Ciudadanos.

Recordemos que Vox cuajó como fuerza política bajo la égida sanchista, creando en 2018 un dúo oblicuo que medra en tándem con el PSOE, con la polarización como estrategia. Santiago Abascal estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado. Aprovechó las redes sociales para propagar el tremendismo antinmigratorio y la diatriba contra las élites izquierdistas, movilizando a los conservadores desencantados de la derecha tradicional y del centroderecha. Elogiaba las políticas nacionalistas de Trump y su filosofía de «Mi País Por Encima de Todo», supuesta panacea contra la globalización y los excesos de la izquierda «progre» y woke. Sin embargo, el partido de Abascal sufrió una grave crisis interna meses antes de llegar el Trump errático del segundo mandato.

«Para Santiago Abascal, el reto es múltiple: escenificar un trampantojo de continuidad adaptado al frenético Trump del segundo mandato mientras contiene quiebra interna de su partido y el éxodo del voto liberal»

Nacido como monolito españolista, el Vox actual sufre una fractura interna entre su ala falangista nacionalcatólica y los flancos liberales clásicos. Los falangistas, instalados en el autoritarismo y la nostalgia franquista, priorizan un rígido conservadurismo social —opuesto a las minorías identitarias, étnicas y feministas— que aboga por la intervención estatal para imponer un ideario tradicionalista. Poco o casi nada que ver con los voxistas liberales clásicos del laissez-faire económico, muchos de ellos vinculados a las élites empresariales, partidarios de la economía abierta, la desregulación y las bajadas de impuestos, en contraste con la preferencia de los falangistas por el control y la recentralización. El líder Santiago Abascal, un populista hábil, procura gestionar estas tensiones sin exacerbarlas públicamente, recurriendo a una soflama incendiaria sobre la inmigración, los menas y el separatismo catalán para disimular. Sin embargo, a medida que el impulso electoral de Vox se estanca, la discordia interna debilita el partido, exponiendo una paradoja en el cogollo de su ideología. Recordemos que el ala liberal ya ha sido purgada (Olona, Espinosa, Manso, Sánchez del Real, Steegmann) y que ahora manda el sector duro (Buxadé, Méndez Monasterio, Tertsch, Garriga, Ariza) 

Abascal camina por la cuerda floja, haciéndose eco de la jerigonza populista de Trump al tiempo que evita políticas que puedan desestabilizar la economía española. Entre tanto, intenta marcar diferencias frente a un PP alineado estratégicamente con el PSOE en su defensa de la Unión Europea y de la OTAN, ante la irrupción del Trump antihéroe, con Putin como ostensible lugarteniente. Esta recalibración obedece enteramente al pragmatismo demográfico: Vox compite por conservar su trozo de la tarta electoral, sabiendo que un trumpismo manifiesto podría distanciar a los votantes temerosos del extremismo. Pero Abascal no puede obviar por completo las simpatías trumpistas de sus bases, lo que sume al partido en el contrasentido de evocar el catecismo MAGA sin reconocer sus defectos.

La sombra de Trump se cierne sobre la extrema derecha global —y sobre Vox en particular—, exponiendo las fisuras entre el populismo transatlántico y las particularidades regionales europeas. Para Santiago Abascal, el reto es múltiple: escenificar un trampantojo de continuidad adaptado al frenético Trump del segundo mandato mientras contiene quiebra interna de su partido y el éxodo del voto liberal. Con el trasfondo de una incertidumbre geopolítica y una tensión global sin precedentes en las últimas décadas, los partidos de extrema derecha europeos podrían verse obligados a elegir entre la lealtad ideológica y la supervivencia pragmática, un dilema que podría redefinir su futuro en un Occidente cada vez más fracturado.

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