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Daniel Capó

El ocaso del orden liberal

«Mientras Trump agita sus aranceles contra el globalismo, nosotros nos aferramos a un ideario que ya no explica nada y que tampoco anuncia el futuro»

Opinión
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El ocaso del orden liberal

Ilustración de Alejandra Svriz

El pesimismo nos invita a pensar que el viejo orden liberal de la segunda mitad del siglo XX está llegando a su fin. Por la tecnología, la globalización, la demografía, y también por las ideas: todo ha cambiado. Primero sucedió lentamente y después, ya en los últimos años, se aceleró hasta que en el horizonte ha empezado a vislumbrarse un mundo distópico.

Leo en The New York Times la última columna de Thomas L. Friedman. Lo que ha visto en China recientemente le hace pensar que el futuro ya no nos pertenece. Su artículo es el melancólico lamento de quien que contempla cómo la superioridad de Occidente se tambalea ante un rival que lo desafía en sus propios términos. Por supuesto, no es el único. El multimillonario Peter Thiel, desde su observatorio en Silicon Valley, lanzaba recientemente otra advertencia: Europa, Biden y los demócratas americanos representan ya los valores del antiguo régimen. Juzga que han sido superados por la Historia. Yo no estoy totalmente de acuerdo, pero entiendo lo que quiere decir: hay una revolución en marcha.

Friedman fue a visitar el nuevo campus de Huawei en Shanghái: 104 edificios de vanguardia levantados en tres años, un sueño para 35.000 ingenieros llamados a diseñar un futuro distinto al que se nos vendió en la década los 90, cuando la democracia y el libre mercado reinaban sin rival. En aquellos años, España malvendía su tejido industrial a cambio de una economía de servicios que colapsaría poco después. China, sin embargo, siguió un camino distinto basado en la transferencia de tecnología y en una educación de élite, en un fuerte crecimiento del PIB y en la falta de libertades.

Para nosotros se trata de una distopía; pero esa distopía no sólo sobrevive a las sanciones de Trump, sino que las convierte en un trampolín para lanzar smartphones plegables y sistemas operativos propios. Lo que nos aterra es ver que un régimen autoritario sea capaz de desafiar nuestra pretendida superioridad económica y se presenta como un modelo de desarrollo alternativo, quizás más eficiente. Aunque basta un ejemplo: el debate público. Los titulares que leemos en nuestra prensa son el Valle de los Caídos, la continuidad o el cierre de las universidades privadas y el impacto de la subida de las pensiones en el crecimiento de la economía. ¿Dónde queda el siglo XXI?

Los tics apocalípticos de Thiel resultan aún más angustiosos. China es la gran fábrica global y con una tecnología cada vez superior. Además, a una escala que avergüenza nuestras fantasías de autosuficiencia. Su sistema educativo les permite sumar cada año millones de ingenieros, matemáticos y biólogos. Es una realidad imposible de replicar en ninguno de nuestros países, ni siquiera sumando esfuerzos. Hablo de Occidente en general, no sólo de España o de la UE.

«¿Pactará la UE con China, combinando el capital con la tecnología  y las oportunidades con la terca realidad?»

Sin embargo, para Thiel no se trata sólo de una cuestión económica o tecnológica. Son las ideas lo que cae. O, si prefieren, la fe de nuestros padres. Recordemos: el mundo que surgió en 1989 tras el derrumbe del comunismo quiso poner punto final a la Historia. La democracia liberal prometió que la libertad individual y el pluralismo serían invencibles. Y, no obstante, esta promesa fue cuestionada muy pronto por la tecnocracia china. Y, mientras Trump agita sus aranceles contra el globalismo, nosotros nos aferramos a un ideario que ya no explica nada y que tampoco anuncia el futuro.

Las incógnitas apremian. ¿Pactará la UE con China, combinando el capital con la tecnología y las oportunidades con la terca realidad? ¿Nos convertiremos en una tercera vía destinada a la autosuficiencia? Esta es la tentación, el precio a pagar por la arrogancia de renunciar a las virtudes burguesas que hicieron posible la prosperidad: el esfuerzo, la innovación, el coraje de asumir riesgos, la solidez fiscal, el ahorro y la inversión, la industria y el trabajo…

Porque muchas veces se nos advirtió de que la Europa gerontocrática se convertiría en un parque temático para los turistas ricos de allende los mares. Es posible, pero también cabe pensar en un futuro distinto: en miles y miles de polígonos industriales y campus de I+D chinos donde nosotros seamos los turistas de un futuro que hemos decidido no escribir en primera persona.

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