Celebración de fiesta
“El Sábado de Gloria sólo figura en el calendario desde 1955, cuando el papa Pío XII decidió adelantar el milagro del Cristo resucitado a las 23.00 del sábado”

Cristo de los Alabarderos, en Madrid | Angel Perez / Zuma Press / ContactoPhoto
Está usted leyendo esta columna el día en que se celebra el llamado Sábado de Gloria. Pero no sabemos mucho sobre esa gloria del sábado, ni por qué ya no hay gloria en ninguna parte, excepto, quizás, y de un modo metafórico, en la retórica deportiva. Pero, ¿qué era esa Gloria que dio lugar al sábado glorioso?
La palabra misma fluye por varios canales de distinto caudal. Hay una gloria que viene a equivaler a la fama, nombradía o popularidad. El gran Sebastián de Cobarruvias (sic) decía, en 1611, que sólo se debe aplicar a los muertos porque son aquellos a quienes nadie envidia: “Hasta que uno ha acabado, o la vida, o lo que tiene començado, no se le debe dar gloria”. Así que hay una gloria para los muertos cuya reputación y honor extraordinarios “resultan de las buenas acciones y cualidades de una persona” (RAE).
Sin embargo, hay un segundo canal, menos caudaloso, pero con aguas plateadas y lumbrosas. Es el que con ese nombre designa un lugar donde sólo están los bienaventurados que contemplan arrobados la majestad divina durante toda la eternidad o más. De ahí que, mundanamente, se diga “estoy en la gloria” mientras sorbemos una vodka en la playa. Es una de esas exageraciones con las que nos premiamos a nosotros mismos por nuestra pequeñez.
De ambas, la que califica al Sábado de Gloria es sin duda la segunda, es decir, la que canta “Gloria a Dios en las alturas”, que es la traducción del latín Gloria in excelsis Deo. Una figura medieval, cuando todo estaba obligado a mantenerse en un lugar y por lo tanto era necesario imaginar un lugar también para Dios. Decirle a alguien que “no estaba en su lugar” era algo abominable. El Cielo cristiano ha de ser una transposición del Olimpo griego que era la casa, o colonia más bien, de los múltiples dioses.
El sábado de Gloria asume, por lo tanto, que estamos celebrando a Jesucristo, el cual ya debía de habitar en el Cielo, para lo cual, necesariamente, tenía que haber resucitado. Pero no se vaya a creer que esto siempre ha sido así. No se espanten, pero este Sábado de Gloria sólo figura en el calendario desde 1955, o sea, hace cuatro días. Y esto es así porque el papa Pío XII, compadecido por los creyentes que guardaban ayuno desde el Viernes Santo y no podían, por tanto, comer ni una hoja de perejil antes de la mañana del domingo (“de Resurrección”), decidió adelantar el milagro de Cristo resucitado a las 23.00 del sábado. No quiero liarles, pero el caso es que ese cambio duró poco porque Juan Pablo II volvió al Sábado Santo. No obstante, ya nadie, excepto los profesionales, le hace caso. Es asunto tan tremendo, el de la Resurrección, que todo papa quiere tocar el relojito milagrero.
“Fue la última vez en que la Gloria tuvo presencia en el mundo moderno, salvo en su uso equivocado en los deportes”
Dicho en plata: fue Pío XII quien zanjó el asunto de a qué hora y en qué día el Señor Jesucristo salió de la tumba y subió a los cielos (Decreto Maxima Redemptionis, 16 noviembre 1955). Desde entonces el sábado es de Gloria y el domingo de Resurrección. Hay que reconocer que Pío XII, otra cosa no, pero aplomo, todo. Como quien retrasa la hora en el horario de invierno.
Esa debió de ser la última vez en que la Gloria tuvo alguna presencia en el mundo moderno, si exceptuamos, insisto, el uso frecuente en los deportes, uso, como se ve, totalmente equivocado. Cuando decimos que Ausencio Chirigote ha alcanzado la gloria en el bádminton no estamos diciendo que haya pasado a mejor vida por culpa de la pelotita emplumada, pobre Ausencio, sino que es muy famoso durante unos meses por haber ganado algo.
Yo diría que la última vez que alguien se tomó por un emperador romano inmortal fue Napoleón, cuya consagración, con corona de laurel (de oro) incluida, debió de ser un espectáculo a la francesa, chic y femenino. Ni siquiera Hitler osó semejante disparate. Ya se sabe que los nazis eran unos pequeñoburgueses de izquierdas. Y me parece que tampoco Mussolini corrió parecido ridículo, y mira que lo tenía cerca.
La gloria quedó para los muertos de las guerras mundiales, pero sólo en las medallas y las tumbas. Nadie creía ya que ser aplastado por un tanque fuera una muerte gloriosa. Y los que vendían gloria, es decir, los políticos y los generales, sabían muy bien que era un cuento para consolar a las viudas y a las madres. Lo reflejó muy bien Stanley Kubrick en Paths of glory, una película sobrecogedora que, si no la ha visto, debería verla antes de morir. Aquí se llamó Senderos de gloria.
Observen ustedes que ni siquiera los astronautas que pisaron la luna por vez primera alcanzaron la gloria. Sólo unos minutos en los informativos durante algunos meses. Y es que las hazañas que llevamos a cabo con ayuda de las máquinas no sirven para alcanzar la gloria. A menos de que sea un aparatito de Fórmula 1, o de Moto GP.