Papables en tiempos inciertos: lo que se sabe y lo que se intuye
«El elegido para tomar el control sobre el timón de la Iglesia tendrá que continuar el camino reformista de Francisco o frenarlo, de forma más o menos contundente»

| Ilustración de Alejandra Svriz
¿Otro texto más sobre posibles papables? Probablemente, a estas alturas ya estarán agotados de los textos que buscan poner nombre y apellidos de los cardenales con opciones para salir del próximo cónclave como papa. La lista de papables es larga si sumamos todas las quinielas (más de una treintena). A riesgo de resultar repetitivos quizá debamos poner algo de contexto a esta elección. No se preocupen porque muchas de las predicciones que aparecerán aquí serán erróneas. Siempre pueden volver a este texto dentro de unas semanas y comprobar lo desacertadas que fueron mis lecturas.
No seré el único en fallar. Los vaticanistas mejor informados tampoco suelen acertar demasiado en sus proyecciones. Los juegos políticos en clave eclesial son evidentes detrás de cada cónclave y sus escrutinios, aunque para los creyentes, el Espíritu Santo tiene un papel fundamental en esta búsqueda del nuevo pontífice. Lo que sucede en la Capilla Sixtina durante estos días es secreto, pero meses después nos enteramos de casi todo el proceso gracias a los susurros de los presentes. A pesar de que estas confidencias pueden ocasionar la excomunión.
El cónclave fue una institución que en sus orígenes solamente tenía representación del clero romano. Con el paso del tiempo consiguió una amplia internacionalización como representación de la Iglesia universal. Para el historiador Alberto Melloni, el cónclave es una forma de legitimización desde la universalidad del Romano Pontífice. El actual colegio cardenalicio es el más internacional de la historia con presencia de 94 nacionalidades. Aun así, el peso de los europeos sigue siendo central. El Colegio Cardenalicio cuenta con 252 cardenales, aunque sólo 135 tienen la facultad de escoger al próximo papa al estar por debajo del límite de los 80 años.
La primera cuestión relevante, por tanto, es subrayar que el 80% de los electores fueron creados por Francisco. Esto puede marcar la dirección de las reflexiones, pero tampoco asegura la continuidad del programa de Francisco. El pasado vaticano enseña que el Espíritu Santo, a veces, es juguetón con los designios cardenalicios. Pío IX fue elegido por su talante liberal en el siglo XIX y su pontificado se convirtió en todo lo contrario. Los cardenales vieron en Juan XXIII un pontífice de transición que no dejaría ningún legado y puso patas arriba a la Iglesia con la convocatoria del concilio Vaticano II.
Las otras dos variables que se tienen que subrayar a la hora de analizar a los papables son la edad y la nacionalidad. La experiencia histórica ha dejado varias enseñanzas en este sentido entre los cardenales. El cónclave huirá con toda seguridad de un perfil octogenario porque se entiende que es necesaria cierta estabilidad en la cátedra de San Pedro. Podemos eliminar de la ecuación los habituales papabili que no entrarán en la Capilla Sixtina. Los electores también saben que elegir a un papa joven – en términos cardenalicios- puede presentar dificultades, sobre todo, porque no hay un programa de gobierno a la hora de elegir a un pontífice. De esta forma, y salvo sorpresas, la edad ideal estaría en torno a los 70 años. Como dato a tener en cuenta, la media del Colegio Cardenalicio hoy es de 69 años, ya que se ha rebajado en los últimos años.
«Los cardenales italianos llegan a esta fecha con la sensación de que se merecen de nuevo tener a un pontífice de los suyos»
En cuanto a la nacionalidad, la elección de Francisco sorprendió por la larga tradición de pontífices europeos, aunque deberíamos hablar propiamente de italianos. Juan Pablo II y Benedicto XVI habían roto con más de cuatro siglos de pontífices italianos. La intensa internacionalización del colegio cardenalicio de las últimas décadas y del propio catolicismo invita a pensar que puede pesar de nuevo en esta elección una huida del Viejo Continente. Tampoco podemos olvidar que la mayoría de los fieles católicos están fuera de Europa. Aunque no sería extraño que pudiéramos ver otro nuevo viraje y regresar a la tradición trasalpina. Los cardenales italianos siguen teniendo una presencia considerable, ya que son el grupo más numeroso del cónclave. Llegan a esta fecha con la sensación de que se merecen de nuevo tener a un pontífice de los suyos. En el anterior cónclave lo intentaron con Angelo Scola (hoy tiene 83 años).
De esta forma, no es extraño que en todas las quinielas se hable de varios nombres italianos: Pietro Parolin, Matteo Zuppi y Pierbattista Pizzaballa. Parolin lo ha sido todo en el engranaje vaticano: ha sido el secretario de Estado y la mano derecha de Francisco. Es decir, ha tenido los mandos de control de la Santa Sede desde su posición. Es conocido y reconocido por sus iguales y, de una manera u otra, su figura será clave dentro de la Capilla Sixtina. Después de la dimensión pastoral del pontificado de Francisco, puede pesar su papel demasiado político hasta la fecha. Tiene a su favor que su posición y su perfil moderado podrían generar consensos entre diferentes. Ha contemporizado con los contrarios al pontificado, aunque en el universo tradicionalista hay quien se la tiene jurada.
Pizzaballa es el reverso de Parolin. Es italiano, pero no es un hombre de la curia. Actualmente es el Patriarca latino de Jerusalén. Es joven (60 años) y no se le identifica teológicamente en ningún ámbito, pero es cierto que su figura podría aparecer si se produce un habitual atasco entre dos candidatos. Por su parte, el arzobispo de Bolonia Zuppi (próximo a la Comunidad de Sant´Egidio) podría convocar a diferentes tipos de cardenales. Los que quieren a un italiano y los que quieren mantener la línea de Francisco. Eso también le pesará, porque los contrarios y los indecisos le pueden considerar un peligro por sus posiciones en los temas eclesiales más candentes. Francisco hizo un gesto de cercanía al encargarle la representación de la Santa Sede en las negociaciones de paz en Ucrania.
Entre los contrarios a la agenda del pontificado de Francisco se repiten siempre los mismos nombres: el guineano Robert Sarah, el estadounidense Raymond Leo Burke y el húngaro Péter Erdő. Creo que podríamos descartar por su edad a los dos primeros y, además, se han destacado por sus críticas aceradas a muchas de las decisiones de Francisco. Es poco probable que el cónclave se decida por figuras tan marcadas y que darían un giro de ciento ochenta grados. Pero Sarah y, sobre todo, Burke serán dos de los grandes electores de este cónclave. Ambos conocen bien los mecanismos de la curia porque han sido responsables de Dicasterios. En el fondo, tienen una gran ascendencia incluso fuera de su sensibilidad. Este grupo se sabe en minoría y ha estado trabajando a lo largo de los años para combatir a Francisco.
«El húngaro Péter Erdő podría ser la principal baza de los contrarios a la agenda de Francisco»
Ellos entienden la importancia de colocar papables de todo tipo a los vaticanistas. Y es evidente que existen nombres en estas quinielas señalados para despistar. Erdő es quien mejor situado está en esta carerra. Creado cardenal por Juan Pablo II, no han confrontado con tanta virulencia contra Francisco, aunque sus posiciones le asimilan completamente a Burke y Sarah. Podría ser la principal baza de los contrarios a la agenda de Francisco y sumar a su candidatura a otras sensibilidades, porque ha tenido mucha relación con el episcopado africano, algunas de sus iniciativas diocesanas han sido alabadas y es respetado como teólogo. En contra también se encuentra su nacionalidad, en el contexto socio-político ser húngaro y próximo a Orbán no es la mejor tarjeta de visita.
Hay otros europeos que aparecen y desaparecen de estas listas. Algunos de ellos estarían bien vistos por los contrarios a Francisco, por ejemplo, el sueco Anders Arborelius o el holandés Willem Jacobus Eijk. El alemán Gerhard Müller ha desaparecido de muchas menciones de forma sorprendente. Por su relación personal con Francisco, Müller ha sido más cauto en las críticas, pero es evidente que no ha estado cómodo con muchas de sus decisiones. Puede ser uno de los tapados desde esta sensibilidad y que aparezca si hay algún atasco en las votaciones.
Con las profecías de Nostradamus al fondo, hay muchas voces que colocan en el papado a un cardenal africano. Sin embargo, no parece que esto sea muy probable. Las figuras reconocidas en el cónclave tienen el sambenito de tener caracteres y posiciones muy cambiantes y, a veces, contradictorias. Así se reconoce en el congolés Fridolín Ambongo Besungu, a pesar del papel que ha jugado durante años como asesor de Francisco. Y lo mismo podríamos decir del ghanés Peter Turkson, cuya campaña en el anterior cónclave sigue levantando comentarios pasados los años. Si los partidarios de las reformas de Francisco buscasen un candidato en este continente podría ser el sudafricano Stephen Brislin. Pero tampoco parece tener muchas posibilidades.
Los vaticanistas no están prestando demasiada atención entre los cardenales del continente americano. Es evidente que la procedencia de Francisco está marcando el terreno de juego. Y entre los norteamericanos pesa mucho pertenecer a la principal potencia mundial, más en los tiempos geopolíticos que nos ha tocado vivir. Pero existen algunos personajes continentales que pueden salir a relucir en la conversación cardenalicia si no se alcanza un consenso, como el mexicano Carlos Aguiar Retes o el brasileño Odilo Pedro Scherer.
«El filipino Luis Antonio Tagle aparece en todas las quinielas y ha sido señalado desde hace años como el sucesor asiático de Francisco»
Llegados a este punto, debemos hablar de Asia. El filipino Luis Antonio Tagle aparece en todas las quinielas y ha sido señalado desde hace años como el sucesor asiático de Francisco. Es un miembro de ese catolicismo de los márgenes geográficos, que no en términos estadísticos. Ha pertenecido a la Comisión Teológica Internacional y está especializado en eclesiología. Tiene una personalidad carismática y es un buen orador, además tiene un programa de televisión en su país. Siempre ha estado preocupado por la pobreza y la justicia social. Y, además, fue prefecto Congregación para la Evangelización de los Pueblos y en la actualidad el Pro-prefecto del Dicasterio de Evangelización.
De nuevo, es un cardenal reconocible y reconocido. Si esto fuera una operación matemática habría pocas dudas de que dos más dos son cuatro. Sin embargo, como señala el viejo adagio vaticano, quien entra papa en el cónclave sale cardenal. A esto hay que añadir que era el presidente de Cáritas Internacional cuando fue descabezada por una mala gestión hace unos años por el propio Francisco. Esto le supuso un golpe a su imagen, aunque no impidió que el papa siguiera contando con él para otras responsabilidades. Si nos quedamos en Asia tampoco podemos dejar de lado a dos figuras que podrían continuar con las reformas de Francisco, como son Malcolm Ranjith (Sri Lanka), aunque su edad puede pesar mucho, o Charles Maung Bo (Myanmar), quien ha ido ganando reconocimiento con el paso de los años.
¿Y los españoles? Hay seis que entran en este cónclave, aunque dos de ellos han desarrollado su actividad pastoral fuera del país. En algunas quinielas se desliza la posibilidad del cardenal Juan José Omella (arzobispo de Barcelona), aunque es poco probable por su edad (79 años). Eso sí, Omella será una de las voces más autorizadas y escuchadas del cónclave. Su papel en el Consejo de Cardenales, que Francisco creó como órgano consultivo, hace que se pueda convertir en uno de los grandes electores de este cónclave en favor de la continuidad reformista.
Como señalábamos en el balance del pontificado de Francisco, sea quien sea el elegido para tomar el control sobre el timón de la Iglesia tendrá que continuar con el camino reformista iniciado por Francisco o frenarlo, de una forma más o menos contundente. Comenzaremos a salir de dudas en cuanto sepamos quién será el nuevo papa. Quizá se tarde más que los dos anteriores cónclaves porque el mapa de liderazgos es complejo. Y la mayoría usaremos como justificación para nuestros desaciertos este hecho.