The Objective
Daniel Capó

El demonio del mediodía

«Aceptamos promesas vacías, consumimos titulares sin exigir rendición de cuentas y confiamos en que la tecnología resolverá lo que la negligencia ha echado a perder»

Opinión
El demonio del mediodía

Ilustración de Alejandra Svriz.

Los viejos monjes del desierto daban el nombre de acedia al más peligroso de los males, también conocido como el «demonio del mediodía». Se referían al tedio espiritual, a la abulia, al descuido indolente del alma. El abad benedictino Dom Jean-Charles Nault ha calificado la acedia como la enfermedad de nuestro tiempo. El pasado 28 de abril, cuando la península quedó sumida en tinieblas durante largas horas, esta verdad incómoda se hizo evidente. No hablo del abatimiento de los monjes en el cenobio, sino de una gran negligencia colectiva que nos condena a tropezar una y otra vez con los mismos problemas, mientras negamos su existencia o los utilizamos como arma arrojadiza contra el adversario político. La acedia es el demonio del mediodía y ningún fruto bueno saldrá de ella.

Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania, decía no hace mucho que, desde una perspectiva externa, nada funciona bien en España. La sanidad –antes la joya de la corona– se ha degradado, a la vez que muchos profesionales de la salud optan por salir del país. Nuestro sistema educativo, corroído por las ideologías de la ignorancia, encabeza los rankings de fracaso escolar sin ser capaz siquiera de formar una elite cognitiva digna de ese nombre. La competitividad lleva décadas estancada, al igual que los salarios, lo cual limita peligrosamente el horizonte de lo posible. El empobrecimiento general de las clases medias va más allá de lo económico e incide en la mentalidad. Más aún, nace de la mentalidad. Hay que tener cuidado con las ideas que sustentamos porque al final la realidad termina asemejándose mucho a aquello en lo que creemos. El decrecentismo es una cultura de la pobreza, como lo es el descuido. 

«¿Por qué las nucleares son tabú? En lugar de análisis, se recurre a eslóganes y promesas vacías»

La acedia colectiva se manifiesta en la ineptitud para asumir que el mundo es frágil y exige atención constante. Este podría ser el resumen del apagón. Mientras Pedro Sánchez exigía responsabilidades a «operadores privados» y Podemos clamaba por las nacionalizaciones, el debate dio paso a un relato político que ignoraba los criterios técnicos. Nadie desde el Gobierno preguntó por qué, en un país que presume de liderazgo en energías renovables, un colapso de la energía solar pudo desencadenar tal caos. Nadie se detuvo a considerar si la fe ciega en la tecnología –sin un mantenimiento riguroso– nos ha hecho más vulnerables. ¿Por qué las nucleares son tabú? En lugar de análisis, se recurre a eslóganes y promesas vacías, de un modo parecido a lo que sucede con la memoria histórica, la política exterior o la vivienda pública. 

No debería extrañarnos. La demagogia niega los problemas complejos y crea problemas inexistentes para lanzarlos a la oposición. El discurso de Sánchez esquivó la autocrítica. Su narcisismo se lo impide. Pero importa poco. La acedia moderna, en su variante española, se manifiesta en una tolerancia enorme a la improvisación, arguyendo que «ya se arreglará». Recordemos la dana de Valencia o la crisis sanitaria durante la covid. Cada crisis revela una infraestructura física y política que se tambalea pero, en lugar de reformarla, se opta por el espectáculo mediático. Los políticos, atrapados en su burbuja de titulares, prefieren culpar al adversario antes que asumir que la política exige algo más que discursos. La red eléctrica, como los hospitales o las carreteras, colapsan por los años de descuido acumulado.

Sin embargo, culpar sólo a los políticos sería injusto. La acedia pertenece también a la sociedad. Aceptamos promesas vacías, consumimos titulares sin exigir rendición de cuentas y confiamos en que la tecnología resolverá lo que la negligencia ha echado a perder. ¿Cómo es posible que un pueblo que ha querido fervientemente ser Europa haya aceptado esa escuela de la ignorancia en que se ha convertido la enseñanza? El apagón no es más que el último recordatorio de la fragilidad del progreso. Se entiende que nos indignemos en las redes sociales, pero este camino cuesta abajo lo conocemos demasiado bien. Si queremos evitar el próximo desastre, debemos abandonar la demagogia y la negación para abrazar la virtud olvidada del cuidado. Y los primeros que tienen que dar ejemplo son los gobernantes.

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