The Objective
Manuel Pimentel

Alimentos: crónica de un suicidio anunciado

«¿Cómo comparar el hermoso y sostenible paisaje de los campos fotovoltaicos con un vulgar campo de trigo o de frutales, insostenibles y esquilmadores?»

Opinión
Alimentos: crónica de un suicidio anunciado

Ilustración de Alejandra Svriz.

2023. Somos la sociedad urbana. Conformamos la mayoría que manda en las democracias occidentales y creamos los relatos y los imaginarios que las gobiernan. Para nosotros, la agricultura es algo del pasado: gentes muy pesadas y atrasadas que protestan y se quejan con frecuencia. Debemos decirlo claro y dejarnos de paños calientes. Agricultores, ganaderos y pescadores son enemigos del medio ambiente y maltratadores animales, como bien sabemos todos. Además, nos fastidian cuando salimos de turismo rural los fines de semana, con sus granjas, sus tractores, sus cercas, sus regadíos, sus abonados y tratamientos. ¿Cómo se les puede consentir que sigan agrediendo de esa manera a la naturaleza?

Menos mal que la última PAC se ha enfocado adecuadamente, con el fin de limitar sus producciones y, también, con el claro objetivo de control exhaustivo mediante duros registros y cuadernos digitales. No nos fiamos un pelo de ellos. Poco a poco les iremos complicando y recortando las ayudas comunitarias. ¿Qué se habían pensado? ¿Qué podrían vivir impunemente de nuestros impuestos? Son insaciables, no se conforman con esquilar nuestra agua y nuestro suelo, sino que, además, quieren mantener sus privilegios cobrando del erario público. Algo inaceptable con lo que tenemos que acabar. Ojalá pronto consigamos el hito histórico de clausurar sus ominosas granjas y regadíos.

Ya, por lo pronto, hemos conseguido que disminuya la cabaña ganadera y, también, la flota pesquera. Ahora vamos contra sus zonas regables, que se beben nuestra agua y contaminan acuíferos, una salvajada, vamos. Tenemos que impedir, por ejemplo, que se trasvase una sola gota de agua del Tajo al Segura. Lo conseguiremos. A veces nos preguntan: ¿y los regantes de Alicante, Murcia y Almería? Pues que les den. Que cierren y que se dediquen a otra cosa, al turismo o a las energías renovables, por ejemplo, cosas respetables, sostenibles y molonas. A cualquier cosa antes que el seguir esquilmando agua y contaminando suelos y acuíferos.

2024. Somos la sociedad urbana y sabemos que la agricultura de regadío y la productiva no son sostenibles, por no hablar de las infames granjas que nos avergüenzan como humanidad sensible que somos a los derechos de los animales. Hay que acabar con ellas, para dejar paso a una naturaleza regenerada en la que podamos solazarnos en nuestras vacaciones y escapadas. Tan concienciados estamos por la sostenibilidad y la economía verde, que apoyamos, financiamos y estimulamos la instalación de parques eólicos y granjas fotovoltaicas, algo estupendo, que produce energía limpia, sin emisión de carbono.

Estamos comprometidos contra el cambio climático y por eso aprobamos, por ejemplo, una admirable ley de energía que permite la expropiación de tierras de cultivo, pastos, dehesas u olivares para instalar miles de placas solares, tal y como estamos perpetrando ahora en Jaén. ¿Que algunos protestan? Pues que se jodan. Sin duda alguna se trata de negacionistas, cómplices de los lobbies cárnicos y agrícolas, gentes desalmadas, terratenientes añorantes que nada merecen.

«Hemos ocupado con la economía verde miles de hectáreas que antes se desperdiciaban produciendo aceitunas, qué poco sostenible»

2025. Somos la sociedad urbana y estamos enfadados. Los alimentos suben y suben. Llenar un carro de la compra nos costaba unos 120 euros a principios de 2021; ahora nos cuesta más de 200 euros y subiendo. Es inaceptable. ¿Por qué ocurre esto? Sin duda alguna por la avaricia ciega de distribuidores y agricultores, que especulan con nuestras necesidades. Algunos agoreros lanzan bulos para asustarnos. Dicen, por ejemplo, que, si continuamos castigando a la producción agraria, el carro de la compra subirá hasta los 500 o 600 euros. Sería inaceptable, muchas de nuestras clases medias y populares no podrían aguantarlo.

Tenemos que encontrar una solución. ¿Cuál podría ser? Algunos de nuestros preclaros gobernantes proponen regular los precios por ley. Son brillantes, sin duda. Nos parece una idea estupenda. ¿Cómo no se nos ocurrió antes? Así podemos fijar un precio razonable para cada alimento y evitamos que los desaprensivos distribuidores y agricultores especulen y se aprovechen de nosotros. Oye, y lo de los paneles solares, un éxito enorme. Hemos ocupado con nuestra economía verde miles de hectáreas que antes se desperdiciaban produciendo trigo, aceitunas o pasto para las vacas, qué ordinariez, que poco sostenible.

El campo luce ahora hermoso, como si de un tablero de ajedrez se tratara, con las extensas casillas en negro de los cientos de miles de paneles fotovoltaicos que hemos instalado, con sus cercas, subestaciones, tendidos, agarres metálicos, zapatas de hormigón y suelos desnudos y muertos para evitar incendios, que la seguridad es lo primero. Algo sostenible, que embellece el paisaje y que elimina la nidificación y alimento de esa avifauna salvaje que transmite gripes aviares y otros males víricos, terribles y seculares. Salud y energía limpia, ¿quién puede dar más que nuestros queridos paneles? ¿Cómo comparar el hermoso y sostenible paisaje de los campos fotovoltaicos, con sus brillos y relumbres, con un vulgar campo de trigo o de frutales, insostenibles y esquilmadores?

Los hackers, a sueldo de Putin, acusan a las placas solares de ser responsables de los apagones que sufrimos, de daños ambientales irreparables y de disminuir nuestra producción de alimentos, al ocupar suelo fértil. Se trata de unos insolventes que se desprestigian por sí solos. La sociedad urbana los desprecia, no lograrán distraernos de nuestros sacrosantos objetivos 2030.

«Solo los ricos pueden gozar de una dieta variada y sana. Los demás, a comer lo que puedan»

 2027. Somos la sociedad urbana y estamos preocupados, muy preocupados, por nuestra alimentación. ¿Por qué nadie nos advirtió que los alimentos podrían escasear? Quién nos lo iba a decir, después de décadas de olvido: las cosas del comer nos vuelven a ocupar. El carro de la compra ya supera los 500 euros, las protestas se multiplican. Las clases populares comienzan a tener severas dificultades para garantizar una dieta básica y suficiente para sus hijos, que apenas si prueban proteína animal porque la carne se puso por las nubes. Solo los ricos pueden gozar de una dieta variada y sana. Los demás, a comer lo que puedan. Casi no producimos ya alimentos en España y Europa: nuestras exitosas políticas de cancelación lograron cerrar, como pretendíamos, un significativo porcentaje de las explotaciones agrícolas y ganaderas. Conseguimos lo que nos propusimos: reducir regadíos, limitar los odiosos invernaderos, prohibir abonados y tratamientos y eliminar las oprobiosas granjas, puro terror animal. ¡Cómo celebramos entonces esos éxitos históricos! Se trató de nuestro deber, no nos arrepentimos de nada, por más que algunos desaprensivos nos criticaran con fiereza y nos acusaran de la carencia y encarecimiento de los alimentos.

Por si fuera poco, los aranceles, las guerras y los desajustes internacionales han dificultado las importaciones. Nos llegan menos y mucho más caras, lo que nos está machacando. Cuando regenerábamos nuestros campos y los liberábamos de labranzas, riegos, fertilizantes y pastoreos, siempre creímos que los alimentos nos llegarían de fuera, buenos, bonitos y baratos. Pues va a ser que no, las guerras y los juegos geopolíticos lo impiden. Americanos y chinos se lo llevan todo, casi nada nos dejan. Y lo poco que alcanzamos, caro, carísimo. Maldito Trump, patrón de los especuladores.

2030. Somos la sociedad urbana, mandamos y necesitamos comer. Por eso apoyamos a nuestra agricultura. Exigimos alimentarnos con una dieta saludable, variada, sostenible y, por supuesto, a un precio razonable. Y nuestros agricultores, ganaderos y pescadores son los únicos que pueden garantizarlo. Sin ellos, dejaríamos de ser. Por eso gozan de prestigio y respeto. Tienen todo el mérito del mundo. Luchan con esfuerzo porque la comida llegue a nuestras mesas, por lo que les estamos sinceramente agradecidos. Nuestras nuevas leyes los apoyan, queremos olvidar las carencias y malnutriciones que padecimos. Benditas gentes del campo, que consiguen lo imposible gracias a su innovación, tecnología, sudor y sabiduría. Con menos tierra alimentan a una población mundial creciente. Por eso, estamos con ellos.

Hemos garantizado y ampliado los regadíos, sobre todo del Levante, que es la huerta que nos provee de verduras y hortalizas. ¡Cómo nos acordamos de ellas cuando nos faltaron! ¿A quién demonios se le ocurrió, entonces, cerrar los trasvases? Ahora vuelven a fluir, sin merma de los caudales ecológicos que, en verdad, nunca estuvieron amenazados. Los ganaderos garantizan la proteína animal que evita las anemias infantiles que comenzamos a sufrir cuando la carne se puso a un precio imposible. La renta agraria ha mejorado y los agricultores producen calidad a un precio razonable y de manera sostenible, además. Cuando hace un tiempo alguien gritó que el rey estaba desnudo, nos dimos cuenta del disparate de llenar de placas solares los campos, la acción más ecocida que los siglos vieran. ¿Cómo pretendieron hacernos ver como verde lo que en verdad era negro, negrísimo? Cretinos. Pues que sepan que la brisa vuelve a mecer las espigas de los campos de trigo que sembramos sobre sus ruinas.

Pues eso, somos la sociedad urbana, pura coherencia y sentido común, como decíamos, que nunca nos dejamos manipular. Ni antes ni ahora… Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué sonríes? ¿Es que acaso no confías en nosotros? Pues oye, chaval, aquí lo dejamos, no pensamos perder ni un segundo más con lectores tan necios y descreídos como tú. Adiós, te abandonamos ya, que la mesa puesta nos espera. Que Dios bendiga los alimentos nuestros de cada día y que, de paso, castigue a aquellos que nos los quieren hurtar, que muchos son y bien cercanos están, además.

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