La guerra de Trump contra Europa
«Si Trump quiere jugar a la guerra comercial, que se prepare: Europa ya no es un tablero, es un jugador»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Este miércoles, el presidente Donald Trump decidió aumentar hasta el 50% los aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio, lo que ha tensado las ya frágiles relaciones entre la Unión Europea (UE) y Estados Unidos. La medida, según la administración Trump, se ha presentado como una herramienta para revitalizar la industria nacional estadounidense. Esta subida tiene como objetivo excluir por completo a los productores extranjeros de estos metales del mercado estadounidense.
La ronda anterior de aranceles sobre el acero y el aluminio, impuesta por Trump en 2018, se estima que creó 1.000 empleos adicionales en el sector del acero, pero a costa de destruir 75.000 empleos en la manufactura en otras partes del país, debido al aumento en los costes de producción.
Además, desde abril de 2025, EEUU aplica aranceles del 25% a los automóviles y piezas de automóviles importados, y un arancel general del 10% a todas las importaciones (incluidas las provenientes de la UE).
La reacción europea no fue simbólica. Bruselas aprobó aranceles sobre productos estadounidenses por 21.000 millones de euros. Estos incluyen productos de alto valor político, como la soja de Luisiana —estado natal del actual presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson—, así como motocicletas y productos agrícolas. El objetivo es claro: presionar en los estados clave del electorado republicano.
Además, la administración Trump ha amenazado con imponer aranceles del 50% a todos los productos de la UE si no se logra un acuerdo favorable para EEUU antes del 9 de julio. Si Trump cumple su amenaza, la UE prepara una lista adicional de aranceles sobre productos estadounidenses por valor de 95.000 millones de euros, que afectarían a sectores industriales como los aviones de Boeing, los coches fabricados en EEUU y el bourbon. Ambos contendientes se preparan para un nuevo enfrentamiento comercial que amenaza con desencadenar una guerra arancelaria de consecuencias impredecibles.
Una narrativa fiscal populista
Trump ha defendido sus políticas arancelarias con un relato simplista pero efectivo: hacer que “los extranjeros paguen” por el Estado. Bajo esta lógica, los aranceles no serían un coste para los estadounidenses, sino una forma de recaudar sin tocar el bolsillo del contribuyente nacional. Sin embargo, esta narrativa populista ha sido desmentida por múltiples estudios, incluido uno de la Reserva Federal de Nueva York, que concluyó que los aranceles impuestos durante su primer mandato fueron absorbidos casi por completo por empresas y consumidores estadounidenses.
Consecuencias para Europa y Estados Unidos
En Europa, los futuros aranceles golpearán sectores clave como el automotriz, el agroalimentario, el farmacéutico y el de bienes de equipo. Economías como Alemania e Italia, ya afectadas por la desaceleración y las tensiones energéticas, podrían enfrentar caídas en exportaciones, inversión y empleo.
Del otro lado del Atlántico, los consumidores estadounidenses se enfrentarán a un encarecimiento de productos europeos. Las empresas que dependen de componentes importados verán mermada su competitividad. Lejos de estimular la economía, los aranceles generarán inflación y deteriorarán el poder adquisitivo, especialmente entre las clases medias y bajas: las mismas que Trump dice defender.
Europa importa masivamente servicios estadounidenses: desde software hasta plataformas digitales, consultorías y redes sociales. Ese acceso privilegiado de las empresas de servicios americanas al mercado europeo es una herramienta de presión que habría que utilizar más. Por eso, cualquier nueva negociación debe considerar también el intercambio en servicios y la protección de datos.
En un escenario global marcado por la fragmentación geopolítica, las tensiones comerciales y el resurgir de políticas proteccionistas, la UE se enfrenta al desafío de redefinir su estrategia internacional. La amenaza de una nueva guerra arancelaria con Estados Unidos, impulsada por el presidente Trump, ha puesto de relieve la necesidad de una respuesta que combine firmeza con visión estratégica.
Más allá de la coyuntura, el verdadero reto para Europa es fortalecer su papel en un orden mundial que ya no está garantizado por reglas compartidas ni por alianzas incuestionables. Frente a este entorno volátil, la UE debe actuar como un actor global coherente, equilibrando la defensa de sus intereses con la promoción de un comercio justo y sostenible.
Frente a agresiones comerciales como la subida al 50% de los aranceles al acero y aluminio por parte de EEUU, la UE no puede responder con pasividad. Sin embargo, tampoco puede caer en la lógica de la escalada automática, que dañaría a sus propias economías y al sistema comercial en su conjunto. La clave está en la proporcionalidad: diseñar contramedidas que protejan a sectores estratégicos europeos, envíen una señal política clara y mantengan abiertas las vías diplomáticas.
Diversificación de mercados
La relación económica entre la UE y EEUU es profunda y mutuamente beneficiosa, pero su excesiva centralidad constituye una vulnerabilidad. La dependencia europea de mercados únicos —ya sea EEUU, China o Rusia— ha quedado expuesta en múltiples crisis recientes, desde los aranceles a los coches hasta la guerra en Ucrania. La diversificación de mercados no es un gesto simbólico, sino una necesidad estratégica.
Por eso Europa debe fortalecer sus lazos comerciales con América Latina, África y Asia. Estos continentes no solo representan mercados en crecimiento, sino también aliados potenciales en foros multilaterales y socios estratégicos para reducir la dependencia de insumos críticos. Iniciativas como el Acuerdo UE-Mercosur, la Asociación Económica UE-ASEAN o los pactos con la Unión Africana deben pasar del papel a la implementación efectiva, acompañadas de inversiones en infraestructura, cooperación digital y sostenibilidad.
Conclusión
La UE enfrenta un momento decisivo. Ante el regreso del proteccionismo estadounidense, debe responder con inteligencia estratégica. La firmeza en la defensa de sus intereses no está reñida con el compromiso con el multilateralismo ni con la búsqueda de acuerdos equilibrados.
Diversificar mercados, proteger a los sectores vulnerables y usar su peso económico como herramienta de negociación serán claves para preservar su autonomía y su modelo económico y social. En un mundo donde el comercio se ha vuelto campo de disputa política, Europa necesita actuar como actor global con visión, coherencia y unidad. Si Trump quiere jugar a la guerra comercial, que se prepare: Europa ya no es un tablero, es un jugador.