Tres novelas cortas para el verano
«Las recomendaciones son ‘El centelleo’, debut de Andrea Santiago; ‘Un romance de provincias’, del polaco Karol Filipowicz, y ‘Kramp’, de la chilena María José Ferrada»

La abuela del autor fumando, en la portada de 'El Centelleo'. | Cedida
Tengo comprobado que cuando publico una foto de mi nonagenaria abuela fumándose un pitillo en mi cuenta de Instagram, se produce un colapso en las redes y me llueven likes hasta de Mongolia. Hay desconocidos que me escriben mensajes privados para mandarle sus abrazos y respetos, y mujeres que me piden por favor que se la presente algún día. Cuando mi abuela hace aros de humo delante de cualquiera de sus 25 bisnietos, parece que se burla con elegancia de la muerte y de la vejez, en sus aros hay un triunfo desafiante de la vida sobre todo aquello contra lo que nos previenen. Por eso no me extrañó mucho cuando la escritora y editora Alba Carballal a la que no tengo el gusto de conocer, me escribió un mensaje privado para comprarme una foto de mi abuela fumando que quería para ilustrar la cubierta de El centelleo, primera novela de Andrea Santiago (Pamplona, 1993) publicada por (Plasson e Batrleboom 2025).
Por supuesto se la vendí, es la segunda vez que me pasa con esa foto de mi abuela, que hace años me compró para colgarla en su casa un ingeniero informático holandés al que no conocía. Mi abuela sería con toda certeza una superestrella si se hiciera una cuenta abierta en TikTok o en Instagram, y podría ganarse un pastizal como influencer simplemente fumando con placer, sin necesidad de dar consejos bobalicones de lifestyle ni compartir recetas de ensaladas o fotos en bikini haciendo yoga, pero claro, a ella esas cosas le dan completamente igual, como tiene que ser. Lo cierto es que he vendido a mi abuela un par de veces.
Cuando por fin me llegó la novela impresa, comprobé que era en realidad una novella, es decir, una novela corta, no llega a las 150 páginas. También que la tía Marie, la anciana que la narradora presenta en las primeras páginas del libro «huele a mierda», a veces se pasea en bragas, es completamente malvada en sus comentarios hacia sus sobrinas… De repente pensar que mi adorable abuela podría ser para el lector una encarnación de ese personaje tremendo que ha creado Andrea Santiago, me pregunté si no había cometido una pequeña traición. Según leí un poco más me doy cuenta de que lejos de ser así, tengo el honor de haber hecho una pequeña aportación con esa foto a un grandísimo debut literario.
Andrea Santiago construye en este texto un universo doméstico cerrado en un pueblo navarro, donde alterna dos narradores, uno en primera persona que se ocupa del presente y otro en tercera, que cuenta el pasado, y entrelaza así distintas épocas de una familia, a través de generaciones, sin salir de la casa familiar. Los retratos de cada uno de los personajes están llenos de verdad, en sus gestos, en sus miedos y manías, en su habla.
La manera en que Andrea Santiago describe cómo entra la luz por una ventana, cómo son los rincones oscuros de la casa, cómo transcurren los quehaceres y rutinas de un grupo de mujeres en sus estancias, emparentan en mi imaginación a esta novela con las misteriosas pinturas flamencas de Vermeer o Peter de Hooch, que retratan los interiores de las casas y a las mujeres atrapadas en ellas.
Hay una evocación poderosa de los terrores infantiles, de esa vergüenza de hacerse pis encima, de la impresión que provoca la deforme uña del pie de un adulto, de los fantasmas que el cuarto oscuro conjura en la imaginación de una niña, que recuerda a la maestría de novelas como Llámalo sueño de Henry Roth. En fin, todo un descubrimiento inesperado que me llega gracias a los aros de humo de mi abuela.
«Es imposible no amar a Filipowicz al leer sus cartas, en ellas se hace evidente la belleza de la relación que le une a Szymborska»
Otra breve novella que también cayó en mis manos de forma casual fue Un romance de provincias, del polaco Karol Filipowicz, publicado por la editorial Las afueras. Conocí al editor hace un mes en un taxi que nos llevó a ambos al aeropuerto de Bogotá. Le comenté durante el trayecto lo mucho que había disfrutado Escribe si vendrás, un volumen que recoge la correspondencia entre el poco conocido Filipowicz y su célebre amante, la poeta Wislawa Szymborska, premio Nobel de literatura.
Este libro de cartas está editado con mucho mimo y un excelente diseño, y reproduce en color algunos de los collages, dibujos y postales que forman parte de esta extensa correspondencia amorosa. Es imposible no amar a Filipowicz al leer sus cartas, en ellas se hace evidente la belleza de la relación que le une a Szymborska, la imaginación que emplean para dirigirse el uno al otro creándose personajes ficticios de otras épocas, el cariño genuino con el que se preocupan el uno por el otro, la libertad que se otorgan para vivir cada uno a su manera, y esa querencia de Filipowicz hacia el bosque, la montaña y la pesca de río.
Siempre me han gustado los escritores que no le dan demasiada importancia a su escritura y que no la ponen en el centro de su vida, sino a un costado, esos que como Faulkner cazan y montan a caballo, y se aburren de los círculos intelectuales y prefieren jugar a las cartas con los amigos del barrio o buscar setas en el monte. El editor de Las afueras me comentó que tenía dos novelas cortas de Filipowicz que había editado y que habían pasado algo desapercibidas, y como vio mi entusiasmo por su figura, me las mandó unas semanas después.
Comencé con Un romance de provincias, libro que devoré en una sentada. Narra la historia de Eliszabet, una joven en una pequeño municipio de la Polonia rural, donde todo es rutina y nunca pasa demasiado. Eliszabet da clases de piano, vivo con su madre que espera casarla con un aburrido ingeniero y recibe al cura para merendar. Toda su vida se agita con la llegada de un sofisticado poeta de la capital, que acude a la villa para un recital y que viste de manera deslumbrante. Eliszabet que es inteligente, sensible y maneja una fina ironía, no se deja impresionar por la elegante ropa del poeta ni por sus afectados versos, ni por su pose intelectual, pero decide tener una breve aventura con él para escapar al aburrimiento de su vida, por experimental algo fuera del control de su madre.
Filipowicz desenmascara al poeta, que tiene una condescendencia de hombre de mundo hacia las gentes de provincia, a los que idealiza en sus escritos por su sencillez, pero que en el fondo desprecia. Eliszabet es perfectamente capaz de ver a través del poeta, y de contestarle con mucha retranca a todos sus empeños por embaucarla, y resulta patético ver las estrategias de quien explota su aura de escritor para ligar. El libro es una delicia con un amargo final.
«A veces uno compra libros o (antiguamente) discos solo por las portadas y está bien que así sea»
La última novela corta que voy a recomendar también llegó a mí en Bogotá, durante la ferie del libro de esta ciudad. Buscando títulos de editoriales independientes colombianas, me topé con un librito que tenía una portada tan bonita que tuvo que comprármelo. A veces uno compra libros o (antiguamente) discos solo por las portadas y está bien que así sea, no hay que olvidar que los libros y los vinilos son antes que nada objetos, y que la mayor parte de su vida como objetos en nuestras estanterías no serán ni leídos ni escuchados, sino solo portadas que uno ve, de modo que más vale que sean bonitas. A los libros con portadas feas los termino escondiendo para no verlos ni que los vea nadie.
Esta novella se titula Kramp, y está escrita por la autora chilena María José Ferrada (Chile 1977). En España la edita Alianza, pero la portada bonita es de Laguna Libros, que es una editorial colombiana. Ferrada es una escritora de cuento infantil y por lo que he leído, parece que esta es su primera novela para adultos, si bien la protagonista es una niña. El libro es desolador, pero está lleno de humor.
Cuenta las aventuras de una niña que falta constantemente al colegio porque su padre, viajante que comercia con productos para ferreterías, se la lleva con ella en sus viajes a pequeños comercios de pueblo porque descubre que vende más clavos y tornillos usando a la niña para dar lástima a los tenderos. Su hija está encantada de perder clase e irse de aventuras con su padre, y ambos se lo ocultan a la madre que vive algo alejada de la realidad y en un estado depresivo, cuyas causas se irán desvelando cuando la novela da un giro inesperado hacia las truculencias de la dictadura militar chilena.
El libro construye con absoluta credibilidad la mirada infantil y femenina de esa niña que aún no es capaz de entender la enorme irresponsabilidad de ese padre desastrado pero entrañable. He de decir que a mí que tengo tres hijas, me resultó fascinante cómo la autora trata la relación padre-hija, y como según avanza a la adolescencia va descubriendo las fisuras de la figura del padre, que se empequeñece y se desploma. El libro tiene la rara cualidad de hacer reír y hacer llorar en muy breve espacio y con una total economía de medios, sin alardes de estilo, con un minimalismo propio de Carver. Y todo en poco más de 100 páginas.