Conversos: España, Sefarad y Al Andalus
«Pienso en las conversiones y progromos de nuestra historia. Ojalá musulmanes y judíos alcancen la paz entre ellos y quizá, entonces, podamos encontrarla nosotros»

'Expulsión de los judíos de España (año 1492)', óleo sobre lienzo creado de Emilio Sala. | Wikimedia Commons
Somos cristianos, pero albergamos mucha Sefarad y Al Ándalus en nuestro interior, ocultas, subterráneas e ignoradas. Un latido susurrante que nos impide reconciliarnos por completo con nuestra historia; de ahí nuestro ser sin ser, nuestro desasosiego, nuestra imposibilidad de armonizar una visión que a todos integre. De entre todos los países del mundo, probablemente sea España quien albergue en sus entrañas una mayor complejidad, mezcla de pasado cristiano, musulmán y judío.
Sin mitificar un utópico pasado de paz y armonía, que de todo hubo en la viña del señor, lo cierto es que, tras Hispania, la romana y la visigoda, fuimos reinos cristianos diversos conviviendo/combatiendo/expulsando a Al Ándalus y Sefarad. Esa realidad aún late en nuestra esencia atormentada, lo que levanta pasiones a favor y en contra. El debate de altura entre Sánchez Albornoz y Américo Castro sigue vigente y bien vigente en nuestros días.
Escribo estas líneas tras presentar en Madrid el espléndido libro de David Jiménez-Blanco, Conversos, en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, imprescindible casa para la cultura española dirigida por el escritor Gervasio Posada. La obra se articula en torno a la vida de un personaje fascinante, Salomón Leví/Pablo de Santa María (1350-1435). Rabino mayor de Burgos y una figura de enorme prestigio entre los juristas y religiosos hebreos de Castilla, de Aragón y de otros reinos europeos, se convirtió al catolicismo bajo el nombre de Pablo de Santa María. Llegaría a ser obispo de Burgos, canciller de Castilla y embajador del Papa Luna, Benedicto XIII, viviendo en primera línea el Cisma de Occidente.
Pero, más allá de su carácter biográfico e histórico, la obra posee esencia ensayística al ahondar en la nueva sociedad que nacía tras la integración, más o menos forzada, de judíos (también de musulmanes) tras sus masivas conversiones. La actual España nace de ese torrente atormentado, que aún no alcanzamos a desvelar. Jiménez-Blanco, en diálogo con Samuel Bengio, realiza un viaje intelectual, geográfico y personal en busca de respuestas a sus interrogantes esenciales. Una obra fundamental, publicada por Almuzara, que llega para quedarse.
Tras salir de centro de Callao, atravesé la Puerta del Sol, tomada por turistas alegres, curiosos y sudorosos, ajenos a un mundo que explota y truena. El calor aprieta y la festividad de San Juan nos recuerda que hemos cruzado el solsticio, el día más largo del año. Consulto las noticias, rodeado de la indiferencia de los transeúntes, cada uno a lo suyo. Irán acaba de atacar a una base americana en Qatar. La guerra de golpes recíprocos, que van y vienen. Judíos, apoyados por cristianos contra musulmanes iraníes, a los que no parecen apoyar los musulmanes árabes. La historia que no cesa, con sus múltiples variantes de permutaciones y combinaciones.
«EEUU y Israel no invadirán Irán, su plan es destruir su capacidad militar y, de paso, tratar de hacer caer su régimen»
Y de nuevo, el debate sobre esa guerra lejana se siente cercana acá: los unos que apoyan a un bando, los otros a los de enfrente. Siempre existe una razón para justificar el ataque contra aquellos a los que odiamos, lleven turbante o kipá. Los calores ya están aquí y, con ellos, los nuevos bombardeos para una vieja guerra, que solo finalizará cuando uno de los dos gane. O el Irán de los ayatolás o el Israel que hasta ahora hemos conocido. Irán es una feroz dictadura teocrática, Israel una democracia occidental, por mucho que nos duelan muchas de sus acciones y reacciones. Irán ha jurado eliminar a Israel y, claro está, los israelíes no se van a dejar conducir pacíficamente de nuevo al matadero. En estas tesituras, y como bien han repetido diversos primeros ministros y responsables europeos, Irán no debe conseguir la bomba atómica.
Pero, pese a las advertencias, llevaban años enriqueciendo uranio. Las bombas antibúnker norteamericanas GBU-57A/B parecen hacer puesto fin a su delirio nuclear… por ahora. Mientras sigan en el poder, los ayatolás no cejarán hasta conseguirla o hasta comprarla a algunas de las potencias nucleares, como China o Rusia, que la amparan. EE UU e Israel no invadirán Irán, su plan es destruir su capacidad militar y, de paso, tratar de hacer caer su régimen. Solo entonces podría volver algo de paz, al menos por un tiempo. El Creciente Fértil es cuna milenaria de civilizaciones que jamás encontraron la paz. Junto a Europa componen el solar que más guerras conociera a lo largo de los siglos y milenios. Así fue, y así parece que seguirá siendo.
Estaba escrito. Tras el sanguinario ataque de Hamás el pasado 7 de octubre de 2023, sabíamos que Israel, por pura supervivencia, atacaría a Irán. Si no lo hacía, Israel, tarde o temprano, finalizaría aplastada por su arsenal creciente, bomba nuclear incluida. O sea, el fin, game over. Así lo sintieron los israelíes humillados por la agresión de Hamás, así se convencieron, tras sentirse, por vez primera en tiempo, débiles, inseguros, vitalmente vulnerables. Hamás atacó bases y poblados, asesinó a 1.200 personas y secuestró a 250, tomó posiciones y durante casi tres días, permaneció sobre suelo israelí. Nunca había pasado. Un escalofrío de terror sacudió a la población hebrea, que no comprendió como sus sistemas de inteligencia y defensa podían haber fallado de manera tan estrepitosa.
Y supieron que, si el ataque de Hamás se hubiera coordinado bien con Hezbolá, con Irán, con las milicias proiraníes de Siria e Irak y con los hutíes de Yemen, podrían haber sido aniquilados. Solo Dios sabrá qué les falló en su mortífero plan. Porque, no lo olvidemos, todas esas fuerzas no quieren solo ganar una guerra, quieren destruir a Israel y matar o expulsar a todos sus habitantes. Desde el río (Jordán) al mar, repiten como consigna, a veces coreada por algunos insensatos, como fuera el caso de una de nuestras vicepresidencias. Israel no puede perder una guerra, porque, sencillamente desaparecería. Y el 7 de octubre experimentó que su fin podría haber llegado. Era día de fiesta y se confió. Aprendió una lección que jamás podrá olvidar. No tiene derecho al descanso ni a la relajación. El menor descuido puede suponer su fin.
«Los israelíes decidieron luchar para sobrevivir. Y se pusieron a ello, con una eficacia –y una crueldad– extraordinaria»
Decidieron luchar para sobrevivir. Y se pusieron a ello, con una eficacia –y una crueldad– extraordinaria. Asesinaron a líderes de Hamás y Hezbolá, destruyeron su fuerza militar, ocuparon Gaza, con un costo de imagen innegable, por la desproporción de su venganza. Más de 55.000 palestinos muertos, muchos más heridos, hospitales –bajo los que Hamás escondía sus centros de mando, por cierto– destruidos, hambruna, un balance desolador. Los apoyos a la causa de Israel disminuían con las imágenes de palestinos asesinados al tratar de conseguir comida. Pero Hamás, a día de hoy, sigue sin devolver a los rehenes y sin renunciar a la lucha. Israel quiere destruirla, lo que, visto lo visto, no resulta nada fácil. Sabe que la destrucción de Hamás y Hezbolá no será suficiente.
Mientras Irán siga por detrás, organizando y financiando grupos armados y terroristas, Israel no hallará la paz. Por eso, decidieron acabar con su poder y, si fuera posible, con su régimen. Algunos pensaron que no se atrevería. Nosotros nunca tuvimos duda de que lo harían, una vez derrotados sus proxys colindantes con Israel, mudos mientras Irán sufre la furia israelí. En efecto, Hezbolá, Hamás y las milicias proiraníes de Siria e Irak, destrozadas, poco han podido hacer por ayudar a su patrón. Los hutíes aún siguen lanzando misiles contra Israel, pero es cuestión de tiempo que sean aplastados, cosas de las guerras y sus lógicas.
Irán es un gran país. Hermoso, con una enorme arqueología, patrimonio e historia, forjado por poetas, santos y sabios a lo largo del tiempo. Merece una mejor suerte que la que le ha tocado, en manos de unos ayatolás radicales que imponen una férrea dictadura. Baste recordar que las protestas de la población por la muerte en los calabozos de Mahsa Amini, detenida por llevar mal puesto su velo, fueron violentamente reprimidas. Murieron más de 500 personas. Y ahí siguen esos salvajes ayatolás dando lecciones de moral y justicia cuando mantienen a su pueblo bajo la bota –mejor bajo el velo– del terror. Un terror medieval que, al parecer, no ven sus aliados y amigos.
EEUU e Israel dicen que no buscan derrocar al régimen iraní, Creemos que sí, otra cosa es que lo consigan. Los norteamericanos han demostrado una y otra vez su poderío militar pero su incapacidad política. Por allá donde han pasado, la anarquía ha sustituido a las anteriores dictaduras, como fue el caso de Irak y, en distinta medida, Afganistán. Tratarán de que la población se levante contra los ayatolás, o que una facción disidente del ejército dé un golpe de Estado. Atacarán sin piedad para debilitarlos internamente, de ahí los bombardeos a sus símbolos de poder. En fin, ya veremos como acaba este episodio. Una batalla más de la gran guerra a la que parece que el destino nos encamina y para la que nos armamos hasta los dientes, 5% del PIB incluido. Eso va en serio, muy en serio.
Enciendo el ordenador. Pienso en Salomón Leví/Pablo de Santa María. En las conversiones y progromos del ayer, en las expulsiones, en los retornos, en los símbolos globales que aún significan Al Ándalus y Sefarad, patrimonio de nuestra historia, y que siguen vivos, muy vivos en el recuerdo mitificado de judíos y musulmanes, esos que también fueron nuestros abuelos. Ojalá alcancen la paz entre ellos, quizás, entonces, podamos encontrarla con nosotros mismos. Y, ojalá, de paso, el noble pueblo iraní se libere de la dictadura medieval de esos ayatolás que cruelmente los reprimen y subyugan.