¿Qué hemos aprendido del apagón?
«El apagón es el primer síntoma grave de un defecto ya conocido. La red eléctrica no puede incorporar más y más renovables sin el crecimiento de la demanda»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Han transcurrido dos meses y dos días desde el apagón del 28 de abril, y en condiciones normales el título de esta columna no debería sorprender al lector por su optimismo, porque a estas alturas ya deberíamos saber todo lo que ha pasado y por qué. Pero todos sabemos que no es así.
Hasta la fecha se han publicado tres informes sobre el apagón. Dos de ellos son «de parte», el de Red Eléctrica (REE), que apunta con el dedo hasta en 12 ocasiones (¡!) a los operadores privados, y el de la asociación de empresas eléctricas Aelec, que responsabiliza a REE porque como operador del sistema contaba con todas las herramientas a su alcance para evitar el cero eléctrico. El tercero es el del ministerio, que se presume imparcial y reparte algo las culpas, aunque nadie duda de sus «afinidades electivas» con el operador del sistema. Afinidades que al igual que las de la novela de Goethe, ponen en riesgo el buen equilibrio del marco institucional que nos gobierna.
En este sentido, es importante recordar que tanto el ministerio como REE son jugadores de ventaja en este aparente duelo a tres (o a cuatro si nos incluimos los consumidores afectados), porque comparten información que no han hecho pública al clasificarse como «confidencial» en el proceso de investigación que lideran las autoridades europeas. ¿Cuánto más tendremos que esperar para que todas las partes, implicadas y afectadas, cuenten con toda la información?
No caigamos sin embargo en la trampa de que los árboles del suceso concreto del apagón –toda la información– no nos dejen ver el bosque de los problemas de nuestro sistema eléctrico actual. No hace falta esperar hasta el último detalle de lo que ocurrió el pasado 28 de abril para extraer algunas conclusiones sobre ello. El apagón es el primer síntoma grave de una «enfermedad» que ya fue identificada hace tiempo. Sirva como ejemplo el informe Electricidad 2024, de la Agencia Internacional de la Energía, en su sección sobre España (página 131), en la que se afirma ¡con sorprendente clarividencia! que «en los próximos años, la integración exitosa del creciente volumen de generación renovable (en particular, la solar fotovoltaica), especialmente en los meses con menor demanda y alta radiación solar –típicamente abril y mayo– será importante». (El subrayado es nuestro).
Sirva también como ejemplo la Planificación Energética 2021-2026 del ministerio (planificación que propone Red Eléctrica), que advierte del «cambio fundamental» que supone «el elevado ritmo de instalación de generación eólica y solar» y recoge, por ejemplo, la necesidad de invertir 52,3 millones de euros en 14 reactancias para «mejorar la seguridad de suministro mediante un mejor control de la tensión, evitando la aparición de sobretensiones en la red de transporte» y permitiendo «la integración de un mayor contingente de generación renovable en horas con vertidos».
«En apenas siete años, nos hemos cargado el mercado solar con una sobreoferta de energía»
El apagón parece ser, por tanto, la materialización de las llamadas de atención que ya conocíamos sobre los riesgos de gestión de una red eléctrica en la que se combinan una alta penetración de energías renovables no despachables (solar y eólica), una red excesivamente mallada y una baja demanda de energía. Ése era el panorama del pasado 28 de abril y de las semanas que le precedieron.
¿Qué lecciones podríamos extraer entonces sobre el apagón a día de hoy? La primera sería que la principal apuesta del Pniec al 2030 –duplicar en los próximos cinco años la generación fotovoltaica– está definitivamente perdida. Ya hace tiempo que nadie compra proyectos fotovoltaicos con todos los papeles en regla porque la incertidumbre sobre el precio futuro de la energía solar hace imposible su financiación. En apenas siete años nos hemos cargado el mercado solar con una sobreoferta de energía que ha canibalizado las cuentas del sector.
Con el apagón hemos comprobado a mayores que técnicamente nuestra red eléctrica no puede incorporar más y más renovables sin acompasar su crecimiento con el crecimiento de la demanda. Curiosamente, es en la identificación de las palancas del crecimiento de la demanda donde el Pniec es un páramo desierto de propuestas. Necesitamos, por tanto, construir una nueva visión al 2030 que se concentre menos en el crecimiento de la generación renovable y más en la promoción de nueva demanda eléctrica, y que modifique la regulación sobre inversiones en nuevas redes eléctricas para garantizar el acceso y conexión de nueva demanda de manera más eficaz y más flexible.
De ahí que el Real Decreto-ley 7/2025 de la semana pasada se decida a promover la inversión en baterías (sobre todo en plantas solares y eólicas existentes) como camino crítico para absorber el excedente de las horas centrales del día, y proponga además medidas para incentivar la mucho más difícil electrificación del consumo industrial o de la climatización de edificios. Tendría que apostar más por una menor fiscalidad a la producción y consumo de electricidad si quiere de verdad promover la electrificación y descarbonización de nuestra economía.
«El paradigma de la energía solar (y de la eólica en menor medida) como una energía barata se desmorona»
Todo lo anterior nos lleva además a otra conclusión de mucho más calado, que también se venía anunciando desde hace tiempo: que el paradigma de la energía solar (y de la eólica en menor medida) como una energía barata se desmorona. Porque si una parte relevante de la producción solar en las horas centrales del día se tiene que almacenar en baterías, se acabará vendiendo por la tarde a precios mucho más altos para recuperar cuando menos la inversión en baterías, que por megavatio (MW) de potencia instalada es tan alta como la inversión en el propio parque fotovoltaico.
Que los precios medios de venta final de la producción solar subirán está muy claro, y también parece claro que serán los inversores en baterías, no los de parques fotovoltaicos, los que se lleven la mejor parte. Con todo, la entrada en juego de las baterías añadirá flexibilidad a la gestión del sistema eléctrico y, andando el tiempo, debería será capaz de mitigar los precios negativos del mediodía y amortiguar los picos de precios de la tarde, al entrar en competencia con los ciclos combinados y el agua. Pero, una vez más, sin crecimiento de la demanda no hay buena solución de largo plazo.
Y ya para terminar, un interrogante: cómo es posible que una organización como Red Eléctrica, tradicionalmente prudente y conservadora en sus operaciones, con el mayor acervo europeo en la integración de energías renovables, cómo es posible, digo, que una organización con ese renombre haya operado semana tras semana con el nivel de riesgo que finalmente le ha llevado al apagón del pasado 28 de abril y a malograr su reputación para una larga temporada.
Un riesgo del que era muy consciente como lo acreditan sus propios documentos internos. Lamentablemente, no tenemos una respuesta fit to print que diría el New York Times, y por eso es mejor no escribirla. Esperemos (¿con optimismo?) a que la investigación europea nos aclare pronto este extremo, porque será clave para decidir el futuro de la compañía.