España se va invertebrando más
«Cuando urge vertebrar España y liquidar la sombra de la ‘leyenda negra’, cuando es necesario enfrentar con razones los separatismos, incluso en personajes tan poco señeros como Puigdemont»

Ilustración de Alejandra Svriz.
No es difícil ver que nuestro país en este momento va mal o muy mal. Dicen que la macroeconomía ha subido, pero sabemos que macro y microeconomía a veces tardan en coincidir. El PIB sube, pero hay más paro, y el Gobierno Sánchez nos está haciendo ver no solo vergüenzas políticas y de moralidad cívica, sino escenas tercermundistas: desde el apagón hasta los varios fallos de los trenes AVE. El moderno tren parado en mitad del campo, de noche, y los viajeros (supongo que llenos de rabia) mirando las estrellas… ¿Y ha dicho algo el ministro Puente que hace mucho, por dignidad, debió haber dimitido?
Parece que a Sánchez el país que preside le importa un bledo. Él es sólo yo, mi, me, conmigo y toda su camarilla presuntamente ahíta de corrupción. Los independentistas catalanes y vascos que apoyan a Sánchez nunca han visto tanta felicidad. El egocéntrico les da lo que piden, y por si fuera poco, ven como su «enemiga» España va cada vez peor, lo que les colma de gusto. Que haya independentistas puede ser normal (los hay en el Reino Unido) pero que los ayude el propio presidente del gobierno central, con su Yoli y su Montero, eso es realmente alucinante…
Esto me trae a la memoria un libro espectacular y adelantado, como tantos de Ortega y Gasset: España invertebrada, de 1921. Poco a poco, Ortega sintió que el problema de España, desde varios ángulos, no decrecía, sino que avanzaba. «La desintegración avanza en riguroso orden, desde la periferia al centro, de forma que el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de una dispersión interpeninsular». Aquí late una idea muy brillante y nada falsa. El Imperio Hispánico fue tan enorme (y hoy se va reconociendo, mejor de lo que se suponía) que concitó salvajes envidias y esa leyenda negra -angloholandesa de base- que los agobiados españoles en su inicial decadencia se creyeron, como algunos se creen a Sánchez. El Imperio sufre la casi total pérdida de Hispanoamérica, que no mejora en general la vida de los nuevos países (sólo Argentina creció de verdad) sino que crea un caos, bajo la égida yanqui, que más o menos, abajo o arriba, dura hasta hoy. ¿No hubiera sido Centroamérica un único país, mejor que los pequeños países que ahora la forman?
Pero sigamos, perdida la Gran América, en 1898, España pierde (de nuevo gringos por medio) Cuba, Filipinas y una tranquila Puerto Rico. Incluso perdimos islas del Pacífico tan significativas luego como Guam. España ya «invertebrada» no es capaz de resistir el colapso de un Imperio -también estuvo Portugal- acosado de mentiras y enemigos. En EEUU casi no hay mestizos, pero México o Perú tienen en su población actual al menos un 50% de mestizaje. Pero fuimos los españoles quienes matamos indios y no ingleses y yanquis que casi los exterminaron. Caídos nuestros ánimos y potencia (no puedo entrar en el largo problema de la politización del catolicismo, que nos benefició poco) llegamos a lo que Ortega define tan preciso. Si mexicanos, argentinos, cubanos, chilenos, dominicanos, etc., se bajaron de un barco común, ¿por qué no lo iban a hacer catalanes o vascos, si hasta existió el cantón de Cartagena? Muchos desastres llevaron al desastre cruel y radical de la Guerra Civil.
El franquismo -tampoco se trata de analizarlo ahora, más complejo que las simples consignas- respecto al «problema de España» no arregló nada, sólo detuvo un proceso de disolución sin reales soluciones. Como también dijo Ortega, «España es el problema y la solución Europa». Pareció que sí (aún creo que es así) en la Transición, que guardaba y protegía todo lo que fuera catalanismo o vasquidad, dentro la nación española. Pero quienes odiaban España (y la odian, como Otegui, el PNV, Pujol y sus pupilos) ya habían entrado, conectando con el grito mexicano de Dolores en 1810 -aunque la independencia fue en el 21- en el proyecto de la disolución, desintegración, desvertebración de España. Los nacionalismos periféricos -que Sánchez cuida y alimenta- quieren ser el final verdadero del Imperio Hispánico, que caería con gente tan «colonizada» por los españoles como Marta Ferrusola o José Antonio Ardanza, por ejemplo. Aunque no parezca percibirse, vivimos el final de En Flandes se ha puesto el sol.
Cuando urge vertebrar España y liquidar la sombra de la «leyenda negra», cuando es necesario enfrentar con razones los separatismos, incluso en personajes tan poco señeros como Puigdemont, cuando España puede empezarse a encauzar los pasados 90 y algo después, llega la anticuada izquierda cheguevarista, Zapatero comienza a destruir la gran socialdemocracia, y Pedro Sánchez, entre mentiras y trampas, ansioso de poder hasta el infinito, prefiere pactar con quienes quieren el fin de España, por miedo a Vox. Que Sánchez combata a Vox sería noble, que Sánchez y su cáfila se vendan al separatismo, presidiendo la nación que hacen por tumbar, es abyecto. Si Guerra (exagerado) dijo que Suárez era un tahúr del Misisipi, Sánchez va a ser recordando como el cuatrero fantasmal.