The Objective
José María Calvo-Sotelo

A vueltas con el 2040 y el clima del siglo XXI

«El peor servicio que podemos hacer a la legitimidad de la ciencia del clima es vincularla con una agenda política concreta»

Opinión
A vueltas con el 2040 y el clima del siglo XXI

Ilustración de Alejandra Svriz.

«A todos aquellos que ponen en tela de juicio la ciencia». Así arrancaban unas declaraciones de la vicepresidenta de la Comisión Europea Teresa Ribera (Politico, 3 de julio) en las que rechazaba la petición de un amplio espectro de formaciones políticas europeas (entre otras, la del presidente Macron y el Partido Popular Europeo) para que la Comisión no se apresurase en confirmar su propuesta original de reducir las emisiones de CO2 para 2040 en un 90%. Recordemos que la Ley Europea del Clima (Reglamento 2021/1119) obliga a los países miembros a reducir sus emisiones netas en un 100% para 2050, y fija además un objetivo intermedio para 2030 del 55%, siempre respecto del valor de referencia de las emisiones de 1990. A cierre de 2023 ya íbamos por el 37%.

Pero la propuesta de la Comisión del 90% para 2040 (que ya puso sobre la mesa hace 18 meses siguiendo la propuesta de su Consejo Científico Asesor) necesita las aprobaciones adicionales del Parlamento y del Consejo Europeo para incorporarse a ley climática. A este respecto, el presidente Macron había afirmado unos días antes que «la fijación del objetivo 2040 no puede reducirse a un debate técnico de unas pocas semanas, tiene que ser una discusión democrática entre los 27 países miembros».

Pero volvamos a las declaraciones de la vicepresidenta Ribera («a todos aquellos que ponen en tela de juicio la ciencia») porque delatan una manera de actuar muy extendida en la margen izquierda del espectro político europeo para desacreditar en asuntos del clima a sus oponentes. A saber: que si aceptas lo que dice la ciencia sobre el cambio climático, aceptarás automáticamente las decisiones políticas que yo propongo; de modo que, sensu contrario, si no estás de acuerdo con mis propuestas políticas es porque en el fondo pones en tela de juicio la ciencia.

Y no se dan cuenta de que el peor servicio que pueden hacerle a la ciencia y a la legitimidad de sus conclusiones es vincularla estrechamente con una agenda política concreta. Esta dinámica busca desacreditar cualquier debate político legítimo sobre la lucha contra el cambio climático convirtiéndolo en un cuasi auto de fe científico. Pero los objetivos de reducción de emisiones al 2040 afectan tan profundamente a toda la sociedad europea y a su economía, que no se pueden dejar a las deliberaciones entre comités científicos y tecnócratas de Bruselas, algo muy parecido al famoso lema del despotismo ilustrado «todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Afortunadamente, la política de hoy es mucho más complicada que la del siglo XVIII, y desafortunadamente mucho más compleja que la ciencia del clima. De ahí la exigencia de Macron de que haya un debate extenso entre los 27 países miembros.

Para aquellos que piensan que la ciencia nos da una hoja de ruta clara y distinta, y que por tanto queda poco sitio para el debate político, valga como muestra el último informe (AR6, 2021) del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que es la máxima autoridad científica en la materia. En su informe, el IPCC analiza cinco escenarios «ilustrativos» (construidos a base de modelos climáticos y macroeconómicos) sobre la posible evolución de las temperaturas de la Tierra de aquí al 2100. El escenario de más bajas emisiones (SSP1-1.9) alcanza el cero neto en 2050 (el famoso net zero) y prevé un aumento de temperaturas de 1,6ºC para el periodo 2041-2060. El segundo mejor escenario (SSP1-2.6) alcanza emisiones cero en torno al 2075 (es decir, 25 años más tarde) y prevé un aumento de la temperatura para el mismo periodo de 1,7ºC, es decir, 0,1ºC más que el mejor escenario (ver la Tabla SPM.1 del resumen del grupo de trabajo GW1 del IPCC).

«El Acuerdo de París de 2015 no fija la fecha del 2050 como objetivo, sino ‘la segunda mitad del siglo XXI’»

Siendo conocedores de la enormidad del esfuerzo que supone alcanzar emisiones cero en 2050 ¿sería verdaderamente inaceptable plantearse si por 0,1ºC de diferencia al 2060 no sería más realista alcanzar emisiones cero en 2075? Claro que, si escogiéramos esta ruta menos ardua, la temperatura en 2100 sería 0,4ºC más alta que la del escenario mejor. Con lo que llegados a este punto podríamos plantearnos la pregunta, entre otras muchas, de cómo nos repartimos el esfuerzo con las generaciones futuras, que serán sin duda más ricas y estarán mucho mejor preparadas que la nuestra. Lo que está claro es que estos dilemas no los resuelve la ciencia, solo los coloca encima de la mesa. Resolverlos corresponde al ámbito de la política y discutir sobre ellos no es poner la ciencia en tela de juicio, sino más bien asumir sus conclusiones.

Así las cosas, podríamos afirmar que el objetivo del cero neto para 2050 de la Ley Europea del Clima de 2019 fue fruto de una decisión política informada por la ciencia, pero no impuesta por ella. Eso no le quita al objetivo ni un ápice de legitimidad, antes al contrario, se la otorga. Recordemos que el Acuerdo de París de 2015 no fija la fecha del 2050 como objetivo, sino «la segunda mitad del siglo XXI». El primer informe que habla del 2050 como objetivo es el Informe Especial de 2018 del IPCC, encargado a petición de los firmantes del Acuerdo de París que querían corroborar con un informe científico el objetivo de «mantener el aumento de la temperatura muy por debajo de los 2ºC», y preferiblemente no superar los 1,5 °C. ¿Por qué no fijamos en la ley de 2019 el 2075 como fecha clave? Lisa y llanamente porque con una fecha tan alejada en el tiempo la transición energética habría perdido toda la fuerza política que ganaba con un objetivo mucho más cercano.

Pero el brete más difícil en que la ciencia del clima pone a la sociedad en su conjunto es porque la reducción de emisiones de CO2 (la principal arma para luchar contra el cambio climático) no ofrece ningún beneficio tangible en el corto plazo, a excepción de la reducción de la contaminación del aire con el avance del coche eléctrico en las ciudades.

De nuevo, según los cinco escenarios de marras del IPCC, la evolución de la temperatura de la Tierra en los próximos 15 a 25 años depende muy poco de la cantidad de emisiones de CO2 que seamos capaces de reducir en el entretanto. El mejor escenario de emisiones (SSP1-1.9) y el mucho peor (SSP5- 8.5) (ver de nuevo la Tabla SPM.1 del GW1), apenas entregan una diferencia de temperaturas para el periodo 2021-2040 de 0,1ºC. Tan grande es la inercia del sistema climático que el efecto de la reducción de emisiones necesita de muchas décadas para empezar a hacer mella en la evolución de las temperaturas o en la frecuencia o intensidad de algunos fenómenos meteorológicos extremos. La ciencia no ofrece soluciones rápidas desafortunadamente.

«Hemos presenciado el despliegue de la energía solar, pero también el fracaso en la (no) creación una industria fotovoltaica europea»

Valga todo lo anterior para defender la necesidad y la legitimidad del debate político a la hora de fijar objetivos en la lucha contra el cambio climático, sin recurrir a la falsa moneda de que la ciencia se ocupará de ello por nosotros. Un debate político informado por la mejor ciencia y desprovisto de la moralina o de la cerrazón que abunda a día de hoy. Recupero la cita de Manuel Arias Maldonado «la transición energética es un proceso de aprendizaje social mediado por la política». La Unión Europea acaba de cumplir 20 años de su pionero sistema de comercio de emisiones de CO2, que ha conseguido reducir las emisiones del sector eléctrico en un 50%.

Pero al mismo tiempo no somos capaces de entregar una energía eléctrica barata a la industria europea, el consumo de electricidad está estancado y apenas avanzamos en la descarbonización de la industria. Hemos presenciado el increíble despliegue de la energía solar, pero también el estrepitoso fracaso en la (no) creación una industria fotovoltaica europea, a pesar de los ingentes fondos públicos que hemos dedicado a su promoción. Nos enfrentamos ahora al mismo problema con el vehículo eléctrico, alimentando una pujante industria china y poniendo en riesgo el sector industrial más importante en suelo europeo.

Muchos de los objetivos a 2030 y a 2040 penden de castillos en el aire como el hidrógeno verde o la eficiencia energética, para los que no hay un plan B. De todos estos aciertos y errores tenemos que ir aprendiendo, y no lo podremos hacer sin un debate político abierto y honesto.

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