Mentir para servir (al partido)
«La clase política tiene la mala costumbre de adornar sus currículos con logros académicos que nunca consiguieron»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz
Pocas veces se nos presenta la dinámica de la política interna de los partidos de manera tan descarnada como en estas semanas. Hace unos días, Noelia Núñez González se vio obligada a dimitir. O le obligaron a dejar sus cargos. Había mentido sobre sus múltiples estudios, adjudicándose unos títulos que no tenía y de los que alardeaba. No era la primera vez, ni será la última – como ya se ha demostrado. La clase política tiene la mala costumbre de adornar sus currículos con logros académicos que nunca consiguieron. En algunas ocasiones, quien comete esta hinchazón curricular tiene que dar un paso hacia atrás. Durante los primeros meses del sanchismo, la entonces ministra de Sanidad Carmen Montón dejó su cargo al desvelarse que había cometido plagio y falsificado algunas de sus notas en un máster. Era la segunda dimisión en los cien primeros días de gobierno. Entonces parecía un gobierno débil y dañado, ¡qué ilusos éramos en aquellas jornadas! El castigo fue, como en la mayoría de las ocasiones en los partidos políticos, premiarla un tiempo prudencial después con la embajada de España ante la Organización de los Estados Americanos. En el caso de Núñez, Miguel Tellado aplaudió la dimisión como “una lección de ejemplaridad” ante “un error”. Hay que valer para estas cosas.
La dimisión de Noelia Núñez demostraba que el Partido Popular pretendía subir la exigencia ética para golpear al Partido Socialista cuando surgiese un nuevo caso, o para presionar con los ya conocidos y para vender una supuesta superioridad moral. Y eso sucedió. A inicios de esta semana, nos despertamos con la noticia de que el presidente del Partido Socialista del País Valenciano había falsificado un título que no tenía para conseguir un puesto en la Diputación. El señalado José María Ángel Batalla presentó unos días después su dimisión, cuando se supo que la Agencia Valenciana Antifraude lo estaba investigando. Dimitió, pero sin reconocer los hechos. El diploma falso se convierte así en uno de esos misterios insondables que quedan al descubierto al destaparse la corrupción.
«Los socialistas han puesto tantas manos en el fuego y se han quemado tantas veces, que la Unidad de Grandes Quemados debería abrir un ala especial para dirigentes socialistas»
La titular de Ciencia, Innovación y Universidades Diana Morant, una de las ministras y candidatas autonómicas, ha salido en su defensa. La memoria reciente del sanchismo debería prevenirla de semejantes alegatos. Morant defiende la honorabilidad de Ángel Batalla. Y tendremos que creerla, como le creímos cuando defendía a José Luis Ábalos o Santos Cerdán, por poner dos ejemplos que tienen mucho que ver – según los mentideros del partido- con su ascenso político. Los socialistas han puesto tantas manos en el fuego y se han quemado tantas veces, que la Unidad de Grandes Quemados debería abrir un ala especial para dirigentes socialistas. Lo más sorprendente de este episodio es que la ministra de la que depende la política universitaria resta importancia a un fraude académico. Habrá que subrayarlo porque hemos estado varios días hablando sobre la preocupación gubernamental por la calidad de la enseñanza superior en España.
En sus primeras declaraciones, y es una marca de la casa, Morant volvía a mover la portería para señalar que “no pedimos títulos, pedimos hoja de servicios. A un político no lo hacen los títulos académicos, sino su currículum de trabajo”. Después incidía en que no había que entrar en el debate de la titulitis. El clásico “a dónde vas, manzanas traigo” de la comunicación política. Como si el caso fuera sobre la ausencia de títulos y no sobre su supuesta falsificación. Morant tiene razón al señalar que “la política se puede hacer sin título académico, se hace con dignidad y con responsabilidad”. Lo que no ha explicado aún es cómo puede ser digno y responsable quien consigue un puesto de funcionario público para lucrarse a cuenta de los contribuyentes.
Como decíamos al inicio, nunca se ha visto de forma tan descarnada la naturaleza de la política. Morant no mentía al indicar que los partidos sólo miran las hojas de servicio. No se estaba refiriendo al bien común, aunque lo quisiera disfrazar como tal, sino a los mecanismos internos de los partidos. A veces estos funcionan como organizaciones sectarias, otras como instituciones cercanas a las prácticas mafiosas, pero siempre como una agencia de colocación. Y, por supuesto, nunca de los mejores – con o sin títulos académicos.