The Objective
Miguel Ángel Quintana Paz

Nietzsche 2025: cinco razones para leer (aún) al hombre de Sils-Maria

«Vivimos rodeados por doquier de quejumbrosos candidatos a víctimas que exhiben su victimismo por los pingües beneficios que les reporta. Nietzsche lo vio venir»

Opinión
Nietzsche 2025: cinco razones para leer (aún) al hombre de Sils-Maria

Ilustración. | Miguel Ángel Quintana Paz

Cuando el filósofo Ludwig Wittgenstein se preguntó, hará cosa de unos ochenta años, cuál era la causa principal de nuestras enfermedades filosóficas, concluyó que, como con tantas otras enfermedades, la culpa la tenía la dieta. En este caso, una dieta en exceso unilateral. Una dieta que se alimentara de una sola clase de ejemplos. Cabe colegir, a contrario, que para disfrutar de una filosofía sana se necesitará, pues, una cierta variedad de ejemplos y, por qué no, de lecturas. Ahora bien, en esa dieta sana, variada, ¿habrán de incluirse también los libros de Nietzsche? ¿Acaso no fue un mero ateo desquiciado, que vivió con una demencia diagnosticada los últimos once años de su vida, pero quizá ya antes incurrió en evidentes delirios? ¿Por qué ha de importarnos quien –como gustaba de recordar Javier Muguerza– no argumentaba, sino gritaba? ¿Por qué ocuparnos de quien jamás sistematizó su pensamiento, ni siquiera en capítulos más o menos largos, sino que solo pudo aportar cataratas de aforismos, a menudo de aspecto deshilvanado?

La tesis que sostendré en este artículo es que Friedrich Nietzsche, cuyos 125 años desde que falleciera hemos conmemorado hace un par de días, no solo debe formar parte esencial de toda dieta filosófica sana, sino que en nuestros días se ha convertido en algo así como las proteínas de cualquier pensamiento sólido: el alimento preferible a la hora de ganar músculo para enfrentar nuestros retos más acuciantes, la fuente de anticuerpos contra las peores amenazas que nos rodean. Ahora bien, claro resulta que, con el fin de que las proteínas nos ayuden, hay que ingerir proteínas, no informarse sobre ellas; para que Nietzsche nos ayude, pues, habrá que leerlo a él mismo, no textitos sobre él como este que aquí ofrecemos. Sirvan estas palabras, por consiguiente, solo como mero prospecto de por qué nos vendría de perlas incluirlo en nuestra dieta; mas sabido es que nadie se come el prospecto, en lugar del medicamento, cuando ansía de veras la salud. 

Primera razón: curar

En este artículo estamos empleando metáforas asociadas a la salud (dieta, medicamento, proteínas, prospecto) y el primer motivo para reivindicar a nuestro filósofo será también terapéutico: Nietzsche resulta un magnífico antídoto contra la pandemia de estupidez que hoy nos asola. 

He de confesar que yo mismo soy adicto a su droga: cuántas noches no habré llegado a mi cama con más deseos de descansar mi mente que de reposar mi cuerpo. Pero, así como el cuerpo se fatiga con el trajín y se alivia con la calma, la mente llega al lecho hastiada de lidiar con la lentitud de los estúpidos y deseosa de vagar, por fin, libre y veloz por el universo de las ideas. Nietzsche es, ahí, nuestro aliado. Rápido te desamodorra. Empiezas a leer una página suya y pronto captas una buena idea. «Oh, esta noción bien vale la página entera», te dices. Pero dos líneas más tarde se te regala una buena idea más, y otra, y otra… La página entera vibra con tanta vitalidad como contiene. Pocos autores reparten estimulantes tan concentrados.

El asunto acaba por exaltarte del todo cuando caes en la cuenta que, a partir de los veintisiete años, Nietzsche escribiría en la práctica una obra por año, hasta llegar al annus mirabilis de 1888, el último en que pasó sus vacaciones en el pueblecito suizo de Sils-Maria, el último año también antes de su colapso psíquico, pero el año asimismo en que publicaría nada menos que cinco libros consecutivos. ¿Cómo pudieron brotar tantas ideas y con tanta efervescencia en la mente de un solo hombre?

Esa fertilidad resulta sin duda consoladora, incluso tras el día más infecundo que uno haya podido padecer. 

Segunda razón: comprender

Se nos ha intentado vender un Nietzsche nihilista. Se nos ha intentado vender un Nietzsche esteticista. Se nos ha intentado vender un Nietzsche nacionalsocialista –y nada menos que por parte de su hermana Elisabeth Förster-Nietzsche, a cuyo funeral en 1935 asistió la plana mayor del gobierno hitleriano: de algún modo había que agradecerle sus manipulativos esfuerzos–. Se nos ha intentado vender un Nietzsche de izquierdas (especialmente en Francia). Hoy se nos intenta vender un Nietzsche que habite en Silicon Valley (por Marc Andreessen, Curtis Yarvin o Bronze Age Pervert).

Ahora bien, por debajo de todas esas etiquetas, el alemán que vacacionaba en los Alpes suizos de Sils-Maria se escabulle y se pierde como le gustaba escabullirse y perderse, de paseo, por aquellas laderas boscosas.

¿Crees que has pillado a un Nietzsche ateo? Enseguida te aturde con la introducción a Humano, demasiado humano, en que afirma que escribe como enemigo, sí, pero también «como partidario de Dios».

¿Crees haber cazado a un Nietzsche judeófobo? Vete al aforismo 251 de Más allá del bien y del mal y te toparás, junto con una crítica acerada a la judeofobia, con expresiones (tal que los judíos son «la raza más fuerte, más tenaz y más pura») que harían soltar espumarajos a los antisemitas de verdad.

¿Crees haber captado a un Nietzsche anticlerical? Dirígete hasta el parágrafo 449 de Aurora: allí leerás uno de los elogios más bellos que se han hecho nunca de un sacerdote confesor, al que pone como modelo a la hora de «esparcir nuestros bienes espirituales», pues, según nuestro autor, hemos de actuar como él cuando, «sentado en el confesionario, espera que llegue a él alguien que necesite consuelo y que le hable de la miseria de sus pensamientos, para colmarle de nuevo el corazón y las manos, y para aliviar su alma inquieta». «El confesor», añade Nietzsche, «no solo renuncia a la gloria por el bien que hace, sino que quisiera escapar incluso de la gratitud, ya que esta resulta indiscreta e impúdica ante la soledad y el silencio».

Así pues, la segunda razón para leer a Nietzsche (y leer mucho a Nietzsche) es que, de no hacerlo, comprarás de seguro un Nietzsche bastante defectuoso. Hay filósofos complicados de los cuales, al final, se pueden elaborar síntesis bastante correctas; Nietzsche es un filósofo que parece sencillo, pero al que nunca acabarás de atrapar.

Tercera razón: vociferar

Volvamos a la sentencia de don Javier Muguerza, padre académico de buena parte de los departamentos actuales de Filosofía Moral en España: ¡es que Nietzsche no argumenta, sino grita!

Respondámosle: ¿no hace falta, hoy día, gritar muchas cosas? ¿Tiene sentido conformarse con argumentar en un mundo como el que nos rodea? ¿Nos cabe aún semejante lujo?

Dicen algunos que en toda la filosofía nietzscheana figura tan solo un argumento, el del eterno retorno –argumento que, por cierto, se le ocurrió a nuestro filósofo sobre una roca cercana a Sils-Maria; hoy una placa recuerda la inspiración–. Algunos piensan, por el contrario, que el eterno retorno no es siquiera un argumento, sino solo un recurso con que estimularnos a vivir una vida que luego podamos querer infinitas veces repetir. Sea una cosa o la otra, ¿no sabemos hoy que, para entender un argumento, cualquier argumento, o para discernir un estímulo, cualquier estímulo, nos hace falta antes captar el contexto en que se nos ofrecen? ¿Y si fuera toda la filosofía nietzscheana solo una gigantesca construcción de ese escenario, de ese contexto, sobre el cual poder al final gritar (el patio de butacas nunca te oye en nuestros días si no clamas fuerte) que la vida se nos está escapando entre los dedos mientras no seamos capaces de darle un buen sí?

Soportemos los gritos de Nietzsche, pues, sin demasiada impaciencia: solo cuando has comprendido qué te vocifera un hombre en la lejanía podrás juzgar si su alarido estaba justificado o no.

Cuarta razón: amistar

Abundan hoy las palabras que persiguen decirte lo que ansías que te digan, pues es muy sencillo averiguarlo: que tienes toda la razón, ¿verdad? Políticos, publicitarios, predicadores, propagandistas, seductores, youtuberos, incluso profesores y gurús, tratan de captar tu atención (ese bien tan preciado en nuestra época) dándote aquello que más te complace a cambio: dándote la razón. Con lo que llevamos dicho, ahora ya tienes claro que Nietzsche anda lejos de pertenecer a semejante estirpe. Al leerlo te quitará la razón y, luego, una vez te haya convencido de algo, volverá a quitártela de nuevo. Pero ese trajín mental, ese viaje hacia ideas cada vez más lejanas, ¿no es eso lo que, desde Sócrates, llamábamos filosofar?

En uno de sus poemas más famosos, Nietzsche afirma que la vida hay que contemplarla «aus hohen Bergen», desde altas montañas. (Estos versos, lógicamente, los escribió desde los Alpes de Sils-Maria, «a 6.000 pies sobre el nivel del mar y muy por encima de todas las preocupaciones humanas»). Nietzsche asegura también que, cuando observemos nuestra vida así, desde las alturas, no nos valdrá ya ninguno de los viejos amigos que hicimos, aquellos amigos que nos complacían con nuestras viejas razones y palabras, aquellos que nos venían a darnos la razón de antes. Mas, añade Nietzsche, esa pérdida no importa demasiado, pues sin duda llegarán otros nuevos: «A los amigos espero impaciente, preparado día y noche, / ¡A los nuevos amigos! ¡Venid! ¡Ya es hora! ¡Ya es hora!».

Leer a Nietzsche es un modo de adentrarse en esa amistad distinta a las pastosas, garbanceras y bobaliconas amistades que consisten solo en lanzarse muchas sonrisas con los demás. En las altas montañas hay viento fresco, pero también aire transparente. Hay rocas y hielo, pero también vistas que creíamos que solo los pájaros podían poseer.

Quinta razón: acertar

Solo a los necios se les oculta ya que vivimos rodeados por doquier de quejumbrosos candidatos a víctimas que exhiben su victimismo por los pingües beneficios que les reporta. Nietzsche lo vio venir. No creo que haya muchas dudas sobre lo inofensivos que nos hemos vuelto los ciudadanos de Occidente ante cualquier desfachatez que cometan nuestros gobernantes: Nietzsche lo vio venir. Tampoco creo que sea discutible que, acomodados en nuestras vidas plácidas, para muchos la existencia se ha reducido ya a eso, a pasarlo bien y que no te molesten demasiado. Nietzsche, también, eso lo vio venir.

Utilizó para todo ello un término, el de «los últimos hombres», que Francis Fukuyama recuperaría en 1991 para describir el tipo de persona que predominaría tras el final de la Guerra Fría. Fukuyama pudo equivocarse en muchas cosas (sobre todo, en cómo interpretó, a la manera hegeliana, que la historia caminaba hacia un triunfo final e indefectible de la libertad); pero sin duda no erró en aquello que supo recoger de la obra nietzscheana. El mismo Nietzsche previó que se tardarían más de cien años en entenderlo del todo. «Los acontecimientos y pensamientos más grandes –y los pensamientos más grandes constituyen los acontecimientos más grandes– son los que más se tarda en comprender», indicó en Más allá del bien y del mal. Y bien, hoy día, cumplidos 125 años desde su muerte, no andamos ya mal apañados para ponernos a ello. Aprendamos, pues, de la estrategia que adoptó Fukuyama. Pongámonos del lado del pensador que acertó.

Nietzsche acierta. No lo hace, desde luego, porque posea un método científico especialmente atinado; lo hace, de hecho, porque predijo que caminábamos hacia una época en que cuestionaríamos a la ciencia como única verdad.

Nietzsche acierta; o al menos lo hace ahora que cumplen 125 años de su muerte. No desatendamos al que nos vio venir.

Nietzsche acierta. Por eso hay tantos que quieren ponerlo de su lado. Seamos menos intemperantes y, 125 años tras su muerte, pongámonos nosotros de su lado más bien; del lado de las altas montañas, del lado del que contempla todo desde las alturas para amarlo todo mejor después.

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