The Objective
José García Domínguez

Obituario de la clase media

«La hoy menguante clase media fue el cemento social que avaló la estabilidad del orden bipartidista surgido de la Transición, ese mismo orden que ahora se tambalea en todas las encuestas electorales»

Opinión
Obituario de la clase media

Pixabay

Clase media es disponer de una residencia principal en la ciudad, otra segunda vivienda en la playa o la montaña, viajar al extranjero un par de veces al año, comer o cenar fuera con relativa frecuencia y cambiar el coche antes de los 100.000 kilómetros, además de mandar a los niños a Irlanda durante el verano para que se vayan soltando con lo del inglés. La auténtica clase media es eso. Y si no llega a ser eso del todo, tendría que tender a acercarse mucho, cada vez más.

De ahí que esta columna apele en el título a la extinción entre nosotros de ese grupo social, el mismo que no hace tanto había constituido el genuino eje vertebrador de la sociedad española. ¿Cuántas familias de esas que las estadísticas oficiales insisten todavía en catalogar dentro de tal estrato, el de la célebre clase media, pueden permitirse en el tiempo presente unos hábitos de vida y consumo de ese tenor? Muy pocas, una minoría que no cesa de reducirse a medida que pasa el tiempo. Parafraseando a Marx, hay un fantasma que recorre Europa, y muy especialmente España, pero no es el del comunismo sino el de la difunta clase media. 

Un ectoplasma errante, ese espectro sociológico de un ente que fue real pero que ha dejado de serlo, algo que los miembros de otra clase, la política, se niegan a reconocer. Por eso, los grandes partidos del sistema, sobre todo ellos, siguen dando pábulo a la fantasía recurrente de que España constituye un país de clases medias. Y es que la mítica clase media está presente de forma ubicua, omnipresente, en el discurso político e institucional dominante.

La clase media, sí, hace acto de presencia permanente en todos los planos de la sociedad española en tanto que grupo mayoritario, salvo en uno: el del mercado laboral. Ocurre que la clase media española hegemoniza todos los espacios virtuales, esos que configuran el imaginario nacional. Pero cuando se baja al más prosaico plano de la realidad, la material y tangible, ahí desaparece de repente. Y desaparece por su evidente dimensión secundaria y progresivamente marginal. 

¿Cómo es posible que las élites políticas sigan hablando, y a todas horas, de la clase media como estrato de referencia para apelar a los rasgos más representativos del conjunto del país cuando el 20% de la población laboral apenas ingresa el SMI, mientras que otro 47% sólo alcanza a doblar ese mismo SMI? Estamos hablando de casi dos terceras partes de la población activa ocupada y con ingresos por cuenta ajena. ¿Dónde se ve ahí la clase media? No se ve en ninguna parte, salvo en la imaginación de los que redactan los capítulos conclusiones en las estadísticas del INE.

¿Cómo seguir hablando en serio de que este sigue siendo un país de clases medias cuando ya la mitad de la población laboral ocupada desarrolla su actividad cotidiana en el sector del comercio y la distribución (16%), la hostelería (9%),  la construcción (7%) y los llamados servicios personales de bajo valor añadido – cajón de sastre donde se agrupan los trabajos de limpieza, cuidado de mayores, vigilantes de seguridad o empleo doméstico, entre otros de similar perfil- (16%)?

La hoy menguante clase media fue el cemento social que avaló la estabilidad del orden bipartidista surgido de la Transición, ese mismo orden que ahora se tambalea en todas las encuestas electorales. El ascenso constante de Vox, por el flanco derecho, y el no menos constante de la abstención antisistema desencantada, por el izquierdo, ilustran esa descomposición creciente del consenso colectivo en torno a nuestra democracia liberal. Una descomposición, la que ahora se expresa en el campo político, que no es más que un reflejo de otra descomposición, la de aquella categoría social que operó como el gran amortiguador de las tensiones colectivas a partir de su irrupción en escena en la década de los sesenta. En Europa, también en España, volvemos a un paraje conocido: el primer tercio del siglo XX.

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