The Objective
Manuel Arias Maldonado

Violencia política e imaginarios antipluralistas

«Se empieza prohibiendo la entrada al campus de algún orador a quien se considera indeseable –conocemos el paño– y alguien termina apretando el gatillo»

Opinión
Violencia política e imaginarios antipluralistas

Memorial en recuerdo de Charlie Kirk en Phoenix (Arizona, EEUU). | Gage Skidmore (Europa Press)

Ha querido la casualidad que el asesinato de Charlie Kirk se produjera en coincidencia con el estreno norteamericano de One Battle After Another, película de Paul Thomas Anderson sobre el choque entre acción revolucionaria y represión policial en la California de los años 60 y 70. De eso se ocupa Vineland, la novela del genial Thomas Pynchon que el realizador ha adaptado libremente; a finales de este mes comprobaremos en las salas españolas cuánto del libro queda en la película. Su relación con la actualidad, no obstante, parece asegurada: uno de los films en los que Anderson dice haberse inspirado se ocupa de las consecuencias personales de la violencia política que se practica cuando uno es –demasiado– joven.

Se trata de Un lugar en ninguna parte, dirigida por Sidney Lumet en 1988 y protagonizada por el malogrado River Phoenix en compañía de Judd Hirsch y Christine Lanti. Es mejor el título original, Running on Empty, que alude metafóricamente a la vida que lleva la familia protagonista: a la manera de un coche al que se le ha acabado casi todo el combustible, sus miembros se ven obligados a huir sin pausa del FBI; los progenitores atentaron 15 años atrás contra un laboratorio dedicado a fabricar napalm y mutilaron a un conserje que estaba en el lugar equivocado. Aunque Lumet es consciente de la ambigua moralidad del asunto, nos regala una secuencia formidable: la madre huida visita a su padre para pedirle que se haga cargo del hijo adolescente y ambos hablan con sinceridad de lo sucedido. Es una familia rica; ella se radicalizó en la universidad. Y aunque defiende haber actuado en conciencia, sabe que cometió un error que ha arruinado su vida y la de su familia.

«Nuestro presidente del Gobierno profesa ahora su admiración por quienes se saltan la ley»

También el asesino de Charlie Kirk proviene de una familia acomodada, aunque parece que desde niño le habían enseñado a disparar. Parece que apenas pasó un semestre en la universidad; lo que no quiere decir que todos los que pasan por la universidad se conviertan en asesinos potenciales. De hecho, como ha señalado Ricardo Dudda en este mismo periódico, la ideología puede hacerse letal con mayor facilidad si cualquiera puede hacerse con un rifle. Pero Tyler Robinson da la impresión de ser otro postadolescente atormentado en busca de una causa antes que un filósofo coherente. Por desgracia, la juventud propende al radicalismo y de ahí que la difusión de imaginarios antipluralistas resulte tan peligrosa: basta ver la alegría con la que muchos «comprometidos» han recibido la noticia del asesinato en un país de larga tradición magnicida.

Y es que se empieza prohibiendo la entrada al campus de algún orador a quien se considera indeseable –conocemos el paño– y alguien termina apretando el gatillo. Otro gallo cantaría si todos los dirigentes democráticos, incluyendo en la lista a los rectores universitarios, condenasen sin ambages la menor incitación a la violencia. Porque no puede extrañarnos que se recurra a ella donde se emplean categorías propias del enfrentamiento bélico –«antifascismo»– o se elige como presidente a un señor que promovió el asalto al Capitolio y tuitea como un indignado. También los españoles vamos servidos: nuestro presidente del Gobierno profesa ahora su admiración por quienes se saltan la ley.

Naturalmente, podemos consolarnos pensando que de la violencia política norteamericana tienen la culpa las redes sociales: como si el terrorismo ideológico de los años 60 y 70 nunca hubiera existido. ¡Son ganas de engañarse! Es verdad que las redes nos permitan asistir en vivo al despliegue de los zelotes –los más dogmáticos son siempre los que más participan– y nos ponen delante la miseria moral de la que es capaz el ser humano. Pero eso, cuidado, ya es otra historia.

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