The Objective
Alejandro Molina

Del 'homo videns' al 'homo spargens'

«Los medios han ido sustituyendo en su receptor-tipo al ciudadano racional, cultivado en el pensamiento abstracto, por un sujeto dominado por la imagen»

Opinión
Del ‘homo videns’ al ‘homo spargens’

Ilustración de Alejandra Svriz.

Así como no falta quien postula que debieran restringirse las emisiones de música no solicitadas en espacios públicos o comunes –centros comerciales, lobbys de hotel, restaurantes, aviones, salas de espera, etc.–, por cuanto cualquier sonido no deseado no deja de ser ruido, una agresión ambiental aunque lo que se haga sonar sea la 9ª de Beethoven, estos días pasados fantaseé con un mundo ideal en el que hubiera también algún límite a la emisión y difusión de filmaciones de sucesos dramáticos o luctuosos cuya visualización no hubiera sido voluntariamente buscada o solicitada por el receptor.

Entiéndaseme que no cuestiono que los medios de comunicación, digamos convencionales, tengan el derecho y hasta la obligación de ilustrar el hecho noticioso del que dan cuenta con las imágenes obtenidas del suceso –de ordinario captadas por cámaras de seguridad o por terceros de manera azarosa–, en la medida en que, junto con las palabras que las contextualizan, pueden dar más cabal conocimiento del hecho. A lo que me estoy refiriendo es a la continua y machacona difusión e intromisión inopinada de esas mismas imágenes en las redes sociales; redes que no dejan de ser también, como los citados al inicio, espacios públicos o comunes donde circunstancialmente concurrimos o coincidimos las personas en virtud de algún vínculo, siquiera virtual, recíprocamente aceptado.

En no pocos casos se trata de una inmisión de imágenes descontextualizada, sin referencias fiables respecto de lo que muestran, con la espuria intención de aprovechar el natural shock del receptor para colocar un mensaje ideológicamente confrontativo, que, prescindiendo de las palabras y los argumentos, cale acríticamente en el espectador. Sobran los ejemplos, pero hay uno característico: imágenes de agresiones violentas perpetradas por personas de razas minoritarias o marginalizadas, en no pocas ocasiones ocurridas en otros países y/o en otro tiempo, que falsariamente se refieren como ocurridas ayer mismo en España o en Europa y como si fueran moneda común.

Calculo que he pasado los últimos 15 días tratando de esquivar en las redes sociales la visión de las imágenes de los respectivos asesinatos del influencer ultraconservador Charlie Kirk y de la desventurada refugiada ucraniana Iryna Zarutska, muerta a manos de un desequilibrado. Descontado el instinto autoprotector de mi propia sensibilidad, lo que me empuja a eludir la visualización de aquellas imágenes es que la abrupta difusión de dicho material gráfico surte el efecto, consciente o inconsciente, de debilitar el filtro cognitivo del receptor para hacerle inferir un deformado estado de la realidad por el que –en otros dislates– la izquierda y la raza negra estarían globalmente conjuradas en una suerte de guerra civil contra sus antagonistas políticos y raciales.

Constatada la viralización y conmoción social que esas imágenes provoca, no puede uno por menos que cuestionarse si el discurso disruptivo que se ha valido de las mismas para expandirse hubiera tenido alguna difusión trascendente de no haber existido las imágenes mismas. Dicho de otra manera: muchos de los ciudadanos que claman en sus redes sociales por la supuesta revelación política que supondría el asesinato de Charlie Kirk y sus pretendidas consecuencias globales se enteraron de la existencia misma del influencer en el momento mismo en que pudieron ver las imágenes de su muerte. Sin vídeo de su asesinato no hubiera habido quizá viralización alguna del discurso de la víctima.

«Se ha convertido al espectador en sujeto activo de la difusión de imágenes sustitutorias de la palabra y del pensamiento abstracto»

Los medios de comunicación han ido sustituyendo en su receptor-tipo al ciudadano racional, informado por fuentes escritas y cultivado en el pensamiento abstracto por un sujeto dominado por la imagen, que correlativamente ha ido empobreciendo sus aptitudes cognitivas y su racionalidad. Se trata de un fenómeno que ya puso de manifiesto Giovanni Sartori hace casi 30 años en su Homo Videns: La sociedad teledirigida (1997). Lo que quizá haya cambiado desde entonces es que el homo videns es hoy también un sujeto activo en la captación y difusión de imágenes, que, en lugar o además de la televisión, sustituyen a la información, la palabra, la abstracción y la racionalidad crítica, generando así consecuencias negativas para la democracia, la educación y la sociedad en general. Se ha convertido al pasivo homo videns, al espectador, además, en sujeto activo de la difusión de imágenes sustitutorias de la palabra y del pensamiento abstracto: un homo spargens o viralizante podríamos decir.

Caso paradigmático es el de los protagonistas –y espectadores– de los disturbios que han determinado recién el derrocamiento del Gobierno en Nepal. Un fenómeno que muestra un juego especular en el que los consumidores de redes sociales visualizamos imágenes captadas y viralizadas por otros consumidores de esas mismas redes –los alzados, la Generación Z– en las que se puede observar cómo la mayoría de los que integran la turba no blande o enarbola antorchas, armas o garrotes, sino teléfonos móviles con los que graba cómo una minoría exigua de ellos asalta violentamente las sedes institucionales. No deja de ser irónico –e icónico– que, sin obviar profundas causas sociales en la revuelta, su desencadenante haya sido precisamente la prohibición por el Gobierno del acceso a las redes sociales.

En su Homo videns Sartori criticaba severamente los informativos de la televisión, arguyendo que la primacía de la imagen sobre la palabra escrita y los conceptos atrofiaba la capacidad de abstracción y de entendimiento del espectador, de modo que esos espacios no serían un instrumento para el conocimiento, sino para el entretenimiento y la subinformación; y que, en lugar de fomentar un debate informado, girarían en torno a la apariencia de los políticos, buscando un efecto emocional fruto de polémicas superficiales, fungibles o episódicas. El pensador florentino desconfiaba de las imágenes de los informativos de televisión por cuanto –decía cándidamente– podían ser manipuladas, editadas.

Todos esos problemas que en la televisión todavía existen, y que aún se han profundizado, se han extendido además a las redes sociales como medios de comunicación alternativos. Suerte que no alcanzó a ver Sartori la generación de imágenes falsas a través de inteligencia artificial, que es la manipulación/edición a la que ahora nos enfrentamos en el que es ya el reino de la imagocracia.

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