Bienvenidos al mundo de hoy
«El asesinato de Kirk nada tiene que ver con izquierdas y derechas. Tiene que ver con las pantallas y con las armas. Demos gracias a que éstas aún no las tenemos»

Charlie Kirk.
El asesinato de Kirk, ese tertuliano no muy sofisticado –le he visto hablar, y como fuente de autoridad intelectual apelaba … ¡al Pentateuco!—, a manos de un joven formado en el conservadurismo pero que por su cuenta, y siguiendo sus inclinaciones políticas y sexuales, derivó hacia el otro extremo, y todas las interesantes derivadas y consecuencias, están siendo entendidas adecuadamente, pero hay aspectos del caso que no se ven con claridad. Procuro aquí enfocar mi lupa.
Por si el lector no estuviera al caso, los desnudos hechos son los siguientes: cuando un tertuliano de derechas, o de extrema derecha (póngale cada uno la etiqueta que le parezca), llamado Kirk, estaba debatiendo animadamente con los estudiantes en el campus de una universidad norteamericana –no puede haber una cosa más democrática-, ha sido asesinado, mediante un balazo distante, por un joven francotirador llamado Robinson, a quien los discursos y argumentaciones de Kirk le parecían insoportables: llevaban más «odio» del que él podía aceptar.
Bien: hasta aquí nos encontramos sólo con otro fenómeno de asesinato de figuras públicas a manos de cualquier don nadie que aprovechando la libertad de su país para obtener armas de fuego decide salir del anonimato tomándose la justicia por su mano o haciendo algo significativo. Cada cinco o seis meses tenemos noticias de algún crimen parecido en lugares como Utah o Nebraska o así, gentileza de la Constitución americana, robustamente respaldada por la Asociación del Rifle y la industria de las armas.
Puede ser John Lennon, puede ser un matrimonio de congresistas demócratas, o el jefe de una mutua médica que procuraba no cumplir con sus compromisos, o los alumnos de una escuela primaria cuando acudían a la clase de Geografía, o los fieles negros que asistían a una misa en la iglesia equivocada… y ahora el señor Kirk, que estaba exponiendo animadamente sus convicciones sin esperar que la réplica fuera un balazo.
Hasta aquí, nada asombroso. Es el American Way of Life. And Death. Es la Coca-Cola. Desde los Padres Fundadores era conveniente que todo el mundo fuera armado para exterminar a las tribus indias y apoderarse del fértil territorio, en nombre, eso sí, de la democracia y los derechos del Hombre.
«Lo novedoso, y lo escandaloso, en este caso de Kirk, no es tanto el crimen en sí cuanto las reacciones de la ciudadanía»
Ahora, cualquier profesor español que es invitado a pronunciar una conferencia o a impartir unas clases en alguna universidad americana sabe que antes de viajar allí tiene que firmar un documento según el cual si durante su estancia en el campus es herido o asesinado por algún tarado, la universidad no es responsable y los gastos de convalecencia o de repatriación de féretro y cadáver corren a cargo de su familia.
Ahora bien, lo novedoso, y lo escandaloso, en este caso de Kirk, no es tanto el crimen en sí –el asesino, por cierto, creía poder salir impune pero lo han pillado en seguida, a pesar de ser inteligente y creerse tan listo no tenía idea precisa del mundo en el que vive, donde hay cámaras por todas partes— cuanto las reacciones de la ciudadanía, tanto en las redes sociales como en la vida auténtica, o llamémosla vida «física».
Cierto que esas reacciones han sido filtradas por los algoritmos de un genio del mal, y cierto también que los Estados Unidos es un país de 200 millones de habitantes, la mayoría de ellos sin duda decentes y cabales; pero el caso es que docenas, si no cientos, de particulares, muchos de ellos profesores de colegio, o de universidad, asistentes médicos, profesionales de la informática o de la restauración o de cualquier especialidad -y todos ellos, como es evidente no solo por sus pintas, de convicciones izquierdistas, feministas, trans, raciales, etc- se han exhibido ante las cámaras riendo, bailando, celebrando el asesinato de Kirk. Dando la imagen increíblemente obscena de una América desalmada, llena de gente que baila sobre la tumba del adversario. Un aquelarre sobrecogedor, premoderno.
Claro que el joven Mozart también se «divirtió mucho» viendo bailar a un reo colgado de la soga, pero ¿hoy? Uno ve a esos juerguistas y no puede menos que asombrarse y pensar: ¿pero es que en ese país, la patria del individualismo, nadie tiene respeto por la vida de un individuo? ¿Tan malos sentimientos albergan sus corazones?… ¿Serán igual de desalmados mis vecinos y bailarían también sobre mi tumba?
«Todo este dislate y horror y tontería bruta sólo confirma la ignorancia de la naturaleza solipsista de las redes sociales»
Casi igual de iluminadora es la reacción justiciera de los acusicas que denuncian a quienes celebran el crimen, y se jactan de lograr que les echen de su empleo.
Pero soplones los ha habido siempre. No, lo que es más asombroso es la ingente cantidad de esos profesionales (de la informática, de la medicina, de la enseñanza, de la restauración) que el día del asesinato lo celebraron alegremente en las redes, que luego han sido denunciados, que han sido despedidos de su empleo… y que vuelven a las redes, filmándose en sus coches, llorosos y desesperados, gimiendo que «me han echado, no es justo… ¡yo sólo ejercía mi libertad de expresión!». Ahora que se han quedado sin trabajo se preguntan cómo van a pagar el alquiler.
Poca solidaridad van a encontrar: antes de que acaben de llorar, el observador ya ha pasado a la pantalla siguiente. Donde a lo mejor hay un gatito muy mono, lamiendo amoroso a un perrito.
Todo este dislate y horror y tontería bruta sólo confirma la ignorancia -incluso entre los ciudadanos norteamericanos, que se las inventaron-, de la naturaleza solipsista de las redes sociales y de la continuidad entre el mundo digital y la vida real. Esos internautas –empezando por Robinson, siguiendo por sus necios celebrantes, siguiendo por los malignos chivatos, y acabando, lector, en tus propios hijos— viven, la mayor parte del día, en un mundo virtual donde la vida es una película o un juego de mata o muere, donde uno puede seleccionar a voluntad con quien habla y a quién silencia o «bloquea» para que nada del otro lado entre, donde puede aceptar a quien le da la razón y expulsar a quien se la discute, y del que están ausentes los mecanismos de corrección que solían operar en un mundo previo, un mundo de imaginario quizá no menos ficticio y construido, pero que presentaba más puentes, más fisuras… por las que el otro podía entrar.
Todo lo cual nada tiene que ver con izquierdas y derechas. Tiene que ver con las pantallas y con las armas. Demos gracias a que éstas aún no las tenemos, y bienvenidos, en todo caso, al mundo de hoy.