The Objective
Manuel Fernández Ordóñez

A juicio con el apagón

«El 28-A nos dejó a oscuras y en evidencia. No fue un accidente: fue un fracaso de gestión. Y los fracasos se pagan con responsabilidades, no con notas de prensa»

Opinión
A juicio con el apagón

Ilustración de Alejandra Svriz.

El 28 de abril nos quedamos a oscuras. A la mayor parte del país ya se le habrá olvidado, pero lo sucedido fue de una gravedad extrema. No fue solo un apagón, fue el striptease de nuestras vergüenzas. Nuestro sistema eléctrico cayó como un castillo de naipes, como las piezas de un dominó infantil; algo no solo impensable, sino, además, inadmisible. Y con la luz se nos fue también la reputación. Es del gusto patrio romantizar la tragedia, como sucedió aquel día, pero no hay épica posible: hubo caos, incompetencia y ridículo a partes iguales.

Desde entonces hemos conocido varios informes que se han plagiado el estribillo: «Yo no fui». Cada parte blanquea los hechos con tecnicismos mientras señala a la de al lado, y así el caso avanza imparable hacia el único sitio donde podremos dictaminar quién fue el culpable: un juzgado. Y allí alguien tendrá que decir lo obvio: si la red se desploma, el timonel no puede salir indemne. Red Eléctrica no es un mero comentarista; sino el responsable de controlar las sobretensiones de la red (la causa real del apagón). Su deber es sostener nuestro sistema eléctrico, y el 28 de abril no sostuvo nada.

Lo que ocurrió no fue un mal día cualquiera. Fue algo predicho, esperado y anunciado. Fue algo que la propia Red Eléctrica había escrito ya en numerosos documentos de autoría propia. Y, sin embargo, la película que se nos quiere vender es la de siempre: «Circunstancias excepcionales», «episodio imprevisible», «no se podía saber», «nadie pudo hacer más». La espesa niebla que cubre todo cuando llega la hora a asumir responsabilidades.

El discurso dominante de Red Eléctrica ha sido echar las culpas a «algunas plantas» (es decir, a las eléctricas). En ese fango se mueve Red Eléctrica como pez en el agua: se presenta como árbitro neutral y víctima colateral de los fallos de terceros cuando, en realidad, es quien pilota el avión. ¿Que hubo errores de operadores privados? Es posible. ¿Que algunas instalaciones no respondieron adecuadamente? Puede ser. Pero que nada de esto hubiera pasado si Red Eléctrica hubiera programado un mix eléctrico con más potencia síncrona lo sabe hasta el violinista de la fila tres.

La chapuza no es solo técnica, es también informativa y de transparencia. Faltan datos, sobran excusas y abunda la prisa por imponer un relato. No se nos olvidan los diez días en los que Moncloa trató de alimentar la sospecha del ciberataque sin pudor alguno. Entre tanto barro, lo único nítido es la lamentable imagen que España ha dado a nivel internacional. Empezando por nuestros vecinos de Portugal, que estuvieron semanas sin fiarse de nosotros después del apagón, algo que se ve claramente cuando analizamos los datos de las interconexiones.

No hacen falta varios doctorados para entender lo esencial: un sistema eléctrico robusto aguanta sustos sin caerse entero. Si bastan unos golpes de timón para volcar el barco, el problema no es el oleaje, es el barco. Por eso el episodio es tan grave: porque revela una fragilidad que nadie quiere reconocer: es más cómodo hablar de «tormenta perfecta» que admitir que la casa tenía goteras, la puerta no cerraba bien y, para colmo, no había nadie atento al timbre.

Aquí llegamos al meollo: en España llevamos años confundiendo publicidad con gestión. Se anuncian récords, se cuelgan medallas, se presume de porcentajes y de titulares redondos. Pero en cuanto rascas un poquito, afloran los vicios: falta de planificación, procedimientos obsoletos, organismos oficiales que miran para otro lado y mucha fe en que «no puede pasar». Hasta que pasa. Y entonces descubrimos que no había plan B, que se actúa con desidia, que cosas importantes duermen años en cajones sin que nadie las revise y, por supuesto, que nadie es culpable.

«El operador del sistema está para prevenir, para ordenar y para aguantar. Si el edificio se viene abajo, el primer interrogado siempre es el arquitecto»

El ridículo internacional no viene solo del apagón, sino de la reacción posterior: ruido, contradicciones y una carrera por apuntar con el dedo a otro. Eso muestra un país que no aprende, que confunde la comunicación de crisis con la gestión de crisis. La primera línea de defensa del sistema no puede permitirse el lujo de improvisar ni de echar balones fuera. El operador del sistema está para prevenir, para ordenar y para aguantar. Si el edificio se viene abajo, el primer interrogado siempre es el arquitecto.

Por eso este asunto, inevitablemente, acabará en peritos, autos y sentencias. Harán falta informes serios, completos y, esta vez sí, concluyentes. No como el último informe publicado por Entsoe, cinco meses mareando la perdiz para no decir nada. Habrá que pedir responsabilidades, económicas y profesionales y habrá que cambiar normas, procedimientos y mecanismos sancionadores. Todo lo demás –las tertulias, las campañas y los titulares autocomplacientes– es bruma.

El 28-A nos dejó a oscuras y, sobre todo, en evidencia. No fue un accidente: fue un fracaso de gestión. Y los fracasos se pagan con responsabilidades, no con notas de prensa. Red Eléctrica no puede salir del escenario como un simple narrador: es el actor principal. Aquí hacen falta responsables, nombres, ceses y sanciones. No necesitamos más hilos de Twitter de ínclitos miembros del Gobierno. Lo que necesitamos es que los tribunales decidan y que lo hagan lo antes posible. No nos merecemos tanta pantomima.

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