The Objective
Carlos Granés

Ensayo y terror

«El ensayista, más que sumar al lector a su trinchera, intenta provocarlo, estimularlo para que él mismo se arme de coraje y razón y baje las escaleras en busca de respuestas»

Opinión
Ensayo y terror

Escultura de un hombre pensando.

Todas las películas de terror, especialmente las más truculentas y malas, desvelan un rasgo universal del ser humano, una necesidad o urgencia cognitiva que compartimos como especie: no soportamos no entender, nos resulta desesperante no integrar los fenómenos extraños en redes de significado coherentes que le den sentido y orden a las cosas. Es por eso que cada vez que el protagonista de estas películas, por lo general una mujer de ojos muy abiertos y respiración entrecortada, oye un ruido extraño o un chirrido, incluso un rugido en la buhardilla o en el sótano, en lugar de alejarse en busca de protección, toma un cuchillo y desciende por las escaleras para no quedarse sin saber qué está ocurriendo. Lo racional parecería huir, salir corriendo y evitar cualquier encuentro desagradable o peligroso. Pero no: resulta que es más angustiante no entender, quedarnos con la duda y sin una explicación coherente. 

Por eso funciona el terror y por eso podemos ver la misma escena miles de veces: porque nos resulta coherente la conducta de esos personajes y porque seguramente nosotros también haríamos lo mismo. Preferimos el peligro a la incomprensión. Preferimos exponernos a quedarnos en la inopia. Cognitivamente, nos produce más angustia no saber lo que hay allí detrás, cuál es la causa de ese ruido o de ese destello que está alterando la normalidad, que la posibilidad de ser devorados o asesinados. Eso es lo que muestra el cine de terror, que la fuente más primaria de pánico es quedarnos sin explicaciones, no comprender la realidad que habitamos.

«Observando la realidad a través de la lente de las redes sociales, todo se distorsiona, las diferencias se magnifican y las animadversiones crecen de forma descomunal»

En esa necesidad de entendimiento radica la curiosa relación que hay entre el terror y el ensayo. Se leen y escriben libros de ideas o de prosa ensayística porque no soportamos no entender el mundo en el que vivimos. Los ensayistas no se diferencian mucho de los personajes de estas películas. También ellos oyen ruidos, ven eventos extraños, perciben alteraciones en la normalidad de las cosas y van a ver qué es lo que está pasando, qué ha cambiado, qué nuevos valores se legitiman en la sociedad, qué ideas están surgiendo, cómo está cambiando la política, la cultura, la economía, la sociedad, la vida… Y, al igual que estas aguerridas mujeres que bajan al sótano con un cuchillo,  también ellos deambulan solos por la oscuridad, tratando de entender lo que ocurre armado con los pocos recursos a su alcance. El más importante, su voz, un yo que se afirma y da su visión de las cosas. Nada demasiado drástico ni rotundo, solo una contribución al esclarecimiento de lo que acontece. Y aunque se trata siempre e inevitablemente de una aportación modesta, con ella se hace algo de suma importancia. Se afirma la posibilidad del individuo de dar su parecer sin resignarse a asumir como propias las interpretaciones oficiales.       

Las buenas películas de terror, las que de verdad dan miedo, son aquellas en las que no hay un monstruo escondido en la oscuridad, ni tampoco un asesino en serie o un fantasma agazapado en un rincón esperando a su víctima. Son aquellas en las que los chirridos y los rugidos no tienen explicación. El verdadero terror, el más convincente, aparece cuando advertimos que al protagonista lo ha traicionado su propia mente, y lo ha dejado abandonado en un mundo que ya no puede comprender ni predecir, mucho menos controlar. Hablamos entonces de terror psicológico y de locura, porque la enfermedad mental es eso: perderle la pista a la realidad y empezar a entenderlo todo mal, crear explicaciones que nadie más comparte y que conducen a comportamientos erráticos y en ocasiones peligrosos. Tal vez ese es el efecto que han tenido las redes sociales en nuestro tiempo. Observando la realidad a través de su lente, todo se distorsiona, las diferencias se magnifican y las animadversiones crecen de forma descomunal. Los contenidos que circulan por esos canales, sobre todo los políticos, lejos de describir la realidad, más bien la desfiguran, nos ayudan a entenderla mal, de forma paranoica, en clave de guerra cultural, como si todo lo que circulara por ahí tuviera como fin agredirme o enfurecerme.

Y es por eso que ante las distorsiones de las redes se debe volver a los ensayos. El ensayista, más que convencer o sumar al lector a su trinchera, intenta provocarlo, estimularlo para que él mismo se arme de coraje y razón y baje las escaleras en busca de respuestas. El terror también se va cuando arrojamos luz en el rincón oscuro y descubrimos que el monstruo era en realidad un gato, o que bajo la sábana había un mueble viejo y apolillado y no un fantasma.

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