The Objective
Joseba Louzao

Machado y los silencios elocuentes

«El silencio del Gobierno sobre el Nobel a Machado es el fiel reflejo de un consentimiento con una peligrosa autocracia, que habla el lenguaje de la represión y la miseria»

Opinión
Machado y los silencios elocuentes

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando uno se ha embarcado en un ciclo de verborrea constante, los silencios siempre son mucho más elocuentes. No se pueden confundir con prudencia, sino que suelen reflejar incomodidad o culpa. Fíjense: sufrimos un Consejo de Ministros que no pierde oportunidad para sermonearnos desde las redes sociales. Día y noche, por tierra, mar y aire. Sin embargo, este viernes todos se han callado a la vez. No hay ni siquiera distinción entre el ala socialista y los restos de Sumar. El silencio más significativo ha sido el del presidente Sánchez, quien estuvo toda la jornada del viernes sin dar la enhorabuena a María Corina Machado por su premio Nobel de la Paz. Parecía que la única respuesta posible era el silencio ante un golpe inesperado. Con seguridad, y por improbable que pudiera parecer, ya tendrían preparados los comentarios por si Donald Trump se hacía con el galardón. Lo de la líder opositora venezolana les desencajó.

Como bien dice esa frase que se adjudica a tantos, el silencio es la única seguridad para quien desconfía de sí mismo. Ánimo, Pedro. No podemos olvidar que los compadreos con el régimen chavista aún tienen que ser explicados a la sociedad española. La tibieza es la consecuencia de algo que no puede declararse en público. Recordemos aquel escándalo que habría hecho caer a cualquier gobierno de nuestro entorno: la visita de la ministra chavista Delcy Rodríguez al aeropuerto de Barajas. Todavía se trata de un encuentro con demasiados interrogantes, tantos que derivaron en semanas de incoherencias, explicaciones increíbles y una ristra de falsedades. Esperemos que, tarde o temprano –y ojalá por vía judicial–, sepamos con certeza lo que sucedió aquella noche. No olvidemos tampoco que los protagonistas principales del esperpento hoy están siendo investigados por corrupción e ingresos opacos. Quizá el silencio nazca del trasfondo de aquella visita.

“No podemos olvidar que los compadreos [del Gobierno] con el régimen chavista aún tienen que ser explicados a la sociedad española”

El pedretariado nos insiste en sus alegatos en que España merece una derecha homologable al resto del continente. En días como hoy se podría replicar y ampliar: ¡ojalá pudiésemos tener una izquierda homologable! Tenemos a un líder socialdemócrata que alienta una huida hacia el extremo de su flanco izquierdo para protegerse de los escándalos que azotan a su familia y amigos. Sus augures son conscientes de que el suelo electoral socialista solo se puede mantener a costa de Sumar y Unidas Podemos. Y en esos ámbitos Machado es vista como una golpista o un avatar de Hitler –tal y como insinuó nuestro hostelero de moda–. Por ese motivo no sorprende este proceder gubernamental. Tampoco ayuda que la crisis venezolana se haya convertido en un meme para atacar al adversario político. Nuestros humoristas mencionan Venezuela y arrancan carcajadas.

No soy partidario de este premio. Ni cuando aciertan, ni cuando fallan. Pero el comité noruego del Nobel de la Paz ha señalado algo que debe subrayarse en este contexto: «Cuando los autoritarios toman el poder, es crucial reconocer a los valientes defensores de la libertad que se alzan y resisten. La democracia depende de quienes se niegan a callar, que se atreven a dar un paso al frente a pesar del grave riesgo y que nos recuerdan que la libertad nunca debe darse por sentada, sino que siempre debe defenderse: con palabras, con valentía y con determinación». Esto es. Siempre y en todo momento, no solamente cuando nos interesa políticamente. La defensa de la democracia no puede sostenerse sobre un falso trampantojo ideológico.

El elocuente silencio de este viernes es el fiel reflejo de un consentimiento con una peligrosa autocracia, que habla el lenguaje de la represión y la miseria. Estaría tentado de señalar que este doble juego moral erosiona la credibilidad del Gobierno, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, pero no nos engañemos: saben perfectamente a qué juegan. Y les ha salido bien en otras ocasiones.

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