The Objective
Jorge Mestre

Sánchez nos dejó solos

«España funciona por inercia. Fueron los vecinos quienes rescataron a otros vecinos, los voluntarios quienes limpiaron el barro. Los héroes sin Falcon ni focos»

Opinión
Sánchez nos dejó solos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pedro Sánchez ha convertido la distancia en su forma de gobierno. No es un presidente. Es un ausente con despacho. Está donde hay focos, pero nunca donde hay problemas. Disfruta del rango, no de la carga. De la presidencia solo le interesan tres cosas: el Falcon, la foto, la mano de Trump. Las obligaciones, que las cumplan otros.

Nos dejó solos con la pandemia, el volcán, los incendios y la dana. Su reacción siempre es la misma. Primero el silencio, luego el tuit, después la visita y acaba con la mueca ensayada. Llega tarde, pero llega con el outfit adecuado: botas de montaña en incendios; impermeable en riadas. Total, para qué. Nunca queda barro en los zapatos ni sombra de duda en el gesto. En la tragedia, Sánchez actúa como si España fuera un escenario en el que él interpreta al presidente ideal. Le falta gobernar, pero domina el prime time.

Su primera gran huida fue la covid. Mientras el país se confinaba, los hospitales colapsaban y los médicos se protegían con bolsas de basura, Sánchez buscó a quién culpar. Eligió a Ayuso, con la precisión de quien necesita un adversario para existir. Durante días y semanas, el presidente del Gobierno se comportó como si Madrid fuera otro país y se erigió en salvador de su propio desastre. Fue su ensayo general de escapismo institucional durante la legislatura: el arte de gobernar desapareciendo.

También nos dejó solos en La Palma. Prometió ayudas «inmediatas» que se volvieron eternas. En el relato oficial, las casas ya están reconstruidas, los cultivos recuperados, la vida normalizada. En la realidad, solo ha cambiado el silencio. El Gobierno se marchó cuando se apagaron las cámaras. Sánchez gobierna como un turista con prisa: llega, posa y se va.

Durante la dana que anegó Valencia, las imágenes de rescates y sirenas contrastaban con los pies arrastrados de la Moncloa. Ni urgencias, ni comparecencias. Cuando por fin apareció, fue para convertir la catástrofe en un decorado moral. Su mensaje era el de siempre: «Si quieren ayuda que la pidan». Pero España se levanta sola, pese al Gobierno, no gracias a él.

Porque, según un decreto de 2021, el propio Sánchez se arrogó la dirección de la seguridad nacional y, con ella, la gestión de las grandes emergencias —incluidas las inundaciones—. Así que la cadena de fallos que costó más de 200 vidas no termina en Valencia, sino en su mesa de despacho.

«Sánchez quiere ser presidente sin país. Vivir la liturgia del poder sin la fatiga del servicio. Lo suyo no es la política, sino la permanencia»

Pedro siempre tiene un culpable a mano. En su relato, el fuego lo provoca el cambio climático, el virus lo traen los antivacunas y la dana la gestiona la derecha.

Con la dana, el adversario se llama también Mazón, que tampoco ha sabido estar a la altura. Ya sé que el alicantino no eligió el mejor día para comer fuera de casa. Sus silencios y contradicciones son inconcebibles. Su error de aquel día fue no haber estado donde debía, y su error posterior ha sido ese galimatías de explicaciones que ni un filólogo en ayunas entendería. Pero, por mucho que Mazón se enrede en su propia sintaxis, la responsabilidad sigue estando también en quien preside España. Y Sánchez, una vez más, ha preferido el cómodo papel del testigo lejano. La dignidad de las víctimas exige resistirse al relato de que solo el presidente valenciano es culpable.

Sánchez gobierna por omisión. Delega la culpa, administra la ausencia, subcontrata la empatía. Y cuando la realidad aprieta, responde con comunicación. Un tuit, un vídeo, un paseo entre ruinas. Ninguna decisión que comprometa. Ninguna palabra que lo obligue. Ha convertido la tragedia en un género audiovisual con banda sonora de consuelo.

Mientras tanto, España sigue funcionando por inercia. Fueron los vecinos quienes rescataron a otros vecinos, los sanitarios quienes sostuvieron el sistema, los voluntarios quienes limpiaron el barro. Los héroes sin Falcon ni focos. España resiste porque su gente no espera órdenes, porque ha aprendido —a fuerza de decepciones— a no contar con quien debería estar al mando.

Sánchez quiere ser presidente sin país. Ser la firma sin responsabilidad. Vivir la liturgia del poder sin la fatiga del servicio. Lo suyo no es la política, sino la permanencia. Un ejercicio de resistencia estética en medio del naufragio moral.

Nos dejó solos, sí. Como hace siempre. Esa distancia voluntaria, ese desentendimiento, define su mandato. Cuando se escriba la crónica de estos años, nadie podrá decir que no fue constante. Siempre estuvo donde no debía, y nunca donde hacía falta. Y eso, al final, resume al personaje: un presidente que quiso serlo todo menos lo esencial —estar—.

Publicidad