Los chapoteos de Marlaska
«Es difícil encontrar un responsable político que haya actuado de forma tan activamente despreciativa contra sus propios subordinados»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Es imposible imaginar un solo país democrático donde el responsable de la cartera de Interior, el hombre que tiene a sus órdenes a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pudiera resistir sin dimitir o ser cesado fulminantemente por todo lo que ha pertrechado en sus insufribles años de ejercicio. Don Fernando Grande-Marlaska es con enorme diferencia no solo el peor ministro que haya tenido nuestra joven democracia, sino el que más indignidad ha añadido a sus acciones siempre sumisas con los poderosos y despreciativas con sus subordinados. Es el mismo ministro que lleva años negándose a dotar de recursos y medios suficientes a nuestros cuerpos policiales o a reconocer que la profesión de Policía Nacional o de Guardia Civil es una profesión de riesgo, al menos el mismo que tienen los Mossos, la Ertzaintza o muchas policías locales.
Marlaska sigue en el Gobierno porque Sánchez piensa que está tan achicharrado y amortizado que da igual lo que diga o haga. Y no da igual. En las últimas horas, dos hechos han vuelto a recordarnos quién es Grande-Marlaska, un ministro capaz de ordenar que se escondan pruebas o de condecorar a un político extranjero al que se considera el cerebro del espionaje a nuestro propio Gobierno.
Hace unos días el Comité de Peticiones del Parlamento Europeo redactó un informe en el que se afeaba y se sorprendían de que el mismísimo ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ordenara que se ocultara a los eurodiputados la prueba de la zódiac en la que murieron arrollados dos guardias civiles en Barbate cuando fue asaltada por una lancha de narcotraficantes. El delegado del Gobierno niega las acusaciones, pero no explica el porqué no se dejó ver las pruebas. Este mismo Comité del Parlamento Europeo rechazaba en su informe que Marlaska decidiera ascender rápidamente a los mandos de los guardias civiles asesinados a pesar de sus cuestionables órdenes y de las lógicas críticas de los familiares de los guardias civiles que perdieron su vida o que resultaron heridos.
Conociendo las antecedentes de Marlaska en el Estrecho puede que tampoco le haya gustado que la Eurocámara proponga y apoye que el Campo de Gibraltar sea declarado como una Zona Especial de Seguridad que justifica por el «elevado peligro» que supone para los agentes tener que combatir la delincuencia organizada en general y el narcotráfico a gran escala en particular. Y reclamaba a ese Marlaska que no reconoce a sus hombres el plus de riesgo en su labor, que haya «más financiación estructural» y también «un refuerzo de los recursos humanos» en lo que califica una «zona fronteriza de alto riesgo».
Algún día se hará la luz y podremos conocer las verdaderas razones que hubo detrás de la inexplicable decisión de Grande-Marlaska de desarticular OCON Sur, la unidad especial antinarco de la Guardia Civil que desde el 2018 al 2022 logró los mayores éxitos habidos hasta ahora en la detención de narcos y confiscación de droga en la zona del Estrecho. Un caso de éxito que golpeó muy duramente a las organizaciones de narcotráfico. Marlaska nunca ha explicado claramente las razones por las que disolvió la unidad, más allá de unas confusas justificaciones sobre una reestructuración más eficaz. Una confusión a la que se sumó una extraña campaña con acciones judiciales y supuestas pruebas falsas para desprestigiar a los mandos de OCON Sur.
Todo quedó archivado por falta de pruebas, pero la buscada eficacia que tuvo OCON Sur nunca volvió a ser recuperada en la lucha contra los narcos. Unas organizaciones que se mueven con una sorprendente libertad por el territorio marroquí. No olvidemos que Marruecos sigue siendo el principal productor mundial de cannabis, especialmente de hachís, y aunque lo intentan maquillar con la legalización de los cultivos para, presuntamente, consumos médicos y cosméticos, lo cierto es que los cultivos y el tráfico ilegal persisten.
Una situación que conoce bien Abdellatif Hammouchi, el jefe de la inteligencia marroquí que ha sido ahora condecorado por el Gobierno español con la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil. Lo justifican desde el ministerio de Marlaska por su labor en la cooperación en materia de seguridad y lucha antiterrorista entre España y Marruecos. Sin embargo, este personaje, Hammouchi, es de los más oscuros del régimen de Mohamed VI.
Entre otras lindezas se le implica directamente en el espionaje con Pegasus de los móviles del presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, de la ministra de Defensa, Margarita Robles, de la exministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya y del móvil del propio Grande-Marlaska, entre otros. Recuerda el periodista Ignacio Cembrero, gran conocedor de todo lo que rodea a Marruecos, que este Hammouchi fue considerado por la prensa francesa como el máximo responsable del hackeo de los móviles del presidente francés Emmanuel Macron y de 14 de sus ministros.
Sánchez, y al final también Macron, realizaron a los pocos meses del hackeo un giro radical en los posicionamientos de España y Francia, que pasaron a apoyar las tesis marroquíes sobre el Sahara Occidental. Más allá de la traición al pueblo saharaui que supuso ese giro, nuestra democracia soportó la vergüenza de tener que enterarse a través de un comunicado de Rabat y no de la Moncloa. Se vendió por el Gobierno español como un avance en la coordinación para frenar la inmigración ilegal. Pasado el tiempo, Rabat sigue abriendo y cerrando el grifo de la inmigración ilegal según le venga en gana. Y sigue bloqueando la apertura real de las aduanas comerciales de Ceuta y Melilla a las que intentan asfixiar económicamente.
Grande-Marlaska nunca explica lo que hace, y nunca hace lo que explica. En sus años de mandato solo ha sido eficaz a la hora de trasladar silenciosamente al País Vasco a todos los presos etarras, que ahora disfrutan de todos los beneficios penitenciarios posibles, y algunos más que les concede el Gobierno vasco.
Es difícil encontrar un responsable político que haya actuado de forma tan activamente despreciativa contra sus propios subordinados. Ni la Guardia Civil, ni la Policía Nacional, ni España se merecen un ministro que sigue chapoteando en sus despropósitos con absoluta libertad ante la indiferencia cómplice del propio presidente del Gobierno.