The Objective
Fernando Savater

Europa sí, Europa no

«Hoy Europa ayuda a sus países miembros a soportar mejor algunos de sus problemas, pero no les resuelve ninguno y les plantea otros nuevos»

Opinión
Europa sí, Europa no

Ilustración de Alejandra Svriz.

De aquella época pasada en que España anhelaba entrar en Europa como un niño hambriento en un mercado de golosinas, nos queda todavía un rescoldo de la confianza maltratada en que la UE es la solución del problema español, junto con la exagerada decepción por la dudosa calidad de tal solución. Nuestra postura oscila entre un europeísmo demasiado confiado y un resentimiento implacable y estéril. Me recuerda a aquello que contaba Mark Twain de un lejano pariente suyo europeo cuyo único anhelo era lograr vivir en los USA: creía que en América las calles estaban pavimentadas con oro y cuando por fin llegó descubrió que las calles yanquis no estaban pavimentadas con oro, que en muchos casos ni siquiera estaban pavimentadas y que el que iba a tener que pavimentarlas era él. Hoy Europa ayuda a sus países miembros a soportar mejor algunos de sus problemas, pero no les resuelve ninguno y les plantea otros nuevos. Difícilmente será la varita mágica que aclarará y ordenará nuestro excesivamente complejo panorama político interno, más bien se diría que espera una España robusta que la ayude a achicar las vías de agua que tiene en cuestiones como inmigración, terrorismo islámico y la necesidad de una defensa competente frente a las grandes o pequeñas pero constantes agresiones del insaciable Putin. Cada vez más la pregunta ya no es que puede hacer Europa por España, sino que podemos hacer nosotros por Europa, lo cual indica que ya somos sin duda europeos adultos y, por tanto, atribulados. 

Cuando padecíamos los peores desmanes de la banda terrorista ETA, el movimiento cívico Basta Ya recibió el premio Sajarov que otorga el Parlamento Europeo a la Libertad de Pensamiento. Por supuesto, el galardón (el primero concedido a un grupo europeo) se debió a que por entonces aquel Parlamento tenía en sus filas a gente como Rosa Díez y todavía no se había inventado Podemos y demás lamentables desechos de tienta. Cuando fuimos a recogerlo, nos dimos cuenta de que en la ilustre institución había gente de muy buena voluntad, pero también de una ignorancia supina sobre lo que pasaba en el País Vasco, que tampoco eran las antípodas. Algunos quisimos conseguir una comisión del Parlamento que viniese a conocer sobre el terreno y de primera mano lo que era vivir bajo el yugo del terrorismo separatista. Hablé al respecto con Tajani, al que me recomendaron para el asunto y que muy amablemente me recomendó que me pensara bien el proyecto: era posible que si la comisión incluía a los verdes y otros ornamentos festivos simpatizaran más con los etarras que con los españoles acosados.

Por aquella época, y quizá todavía hoy pese al medio siglo transcurrido, los españoles a poco que nos mostrásemos contentos de serlo, éramos sospechosos de franquismo… No podemos suponer que en las instituciones europeas solo hay sabios imparciales que entienden nuestros embrollos políticos (el principal de los cuales y único en Europa es el tenaz nacionalismo separatista de dos de las regiones más ricas y políticamente mimadas) mejor que nosotros mismos. Aunque parezca imposible, también en otros países y hasta en cargos internacionales hay talentos tan deplorables como Ione Belarra, Irene Montero, Patxi López o Ernest Urtasun. Como advirtió nuestro Baltasar Gracián, «en todas partes hay vulgo». Lo único que no me atrevo a decir es que haya en Europa otro espécimen como Pedro Sánchez… aunque si cruzamos el Atlántico nos encontramos con Trump, que tampoco canta mal las rancheras. 

La mayoría de las apelaciones que han hecho los separatistas catalanes a los altos tribunales europeos han sido convenientemente recusadas, lo mismo que la ridícula pretensión de que se ascienda el catalán a lengua oficial de la UE, cuando no es mayoritaria ni siquiera en Cataluña. Parece que nadie se toma demasiado en serio fuera de nuestras fronteras a Puigdemont, Comín, Turull y demás compañeros mártires, lo cual es tranquilizador desde el punto de vista de la salud mental del continente. Pero he aquí que nos toca ahora tropezar con el omnipresente vulgo, en la persona del abogado general de la UE, Dean Spielmann, del cual ya teníamos una referencia anterior negativa con ocasión de la doctrina Parot. Ahora le ha tocado meter estrepitosamente la pata con motivo de la ley de Amnistía, que le parece más bien justa y benéfica de acuerdo con los parámetros europeos. Para evaluar su dictamen bastaría saber que le parece muy fundado al editorialista de El País y a Bolaños, o que empieza divagando sobre Aristóteles, lo cual en estos casos suele ser mala señal. Pero además contamos con el artículo de Teresa Freixes (esa sí que sabe) El abogado general, los árboles y el bosque, en este mismo diario, o la contundente intervención de Cayetana Álvarez de Toledo interpelando al bueno de Bolaños (a mí un poco de pena sí que me da).

Vamos a ver: las opiniones favorables del señor Spielmann o incluso la sentencia del alto Tribunal Europeo cuando llegue pueden interesarnos de un modo estratégico para reforzar nuestra posición política como ciudadanos españoles frente al deleznable separatismo. Pero no tienen ningún valor para dictarnos lo que debemos opinar al respecto, porque eso es algo que tenemos que hacer con nuestras propias cabecitas, no con otra prestada. Y sin olvidar nunca que sabemos más del asunto por varios dolorosos motivos que los magistrados foráneos… Por suerte parece que nuestro Tribunal Supremo aún funciona razonablemente bien, como acaba de mostrar la condena al fiscal general del Estado. Y eso consuela del abundantísimo vulgo que campa por sus respetos en el izquierdismo político y mediático que ahora rabia sin tapujos ante esa misma sentencia, como si fuese inapelablemente injusta porque no les han pedido permiso para dictarla. Ni a ellos ni jurisconsultos afines al sanchismo, como Baltasar Guasón, Martín Pillín y Ay Carmena. Jo, vaya tropa.

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