The Objective
Paula Quinteros

Venezuela y la cortesía ideológica

«Lo extraño no es que el NYT omita lo esencial, sino la suavidad con la que lo hace: convertir al verdugo en un contexto y a la víctima en un inconveniente psicológico»

Opinión
Venezuela y la cortesía ideológica

Ilustración de Alejandra Svriz.

En los debates sobre Venezuela ocurre una rareza: cuanto más abrumadora es la evidencia, más creativas se vuelven las dudas. La última muestra la ha ofrecido el New York Times, que esta semana publicó un retrato de María Corina Machado, Nobel de la Paz, en el que la dirigente aparece convertida en un problema de carácter y el régimen que la persigue en un contexto político más o menos complejo.

El equilibrio perfecto, salvo por el detalle de que no es equilibrio, sino evasión. No es un mal artículo. Sería injusto atribuirle tanta ambición. Es, simplemente, un caso ejemplar de cómo cierta prensa occidental insiste en sostener que toda tragedia admite dos versiones, incluso cuando una de ellas ha consistido en desmontar un país pieza a pieza.

Para evitar malentendidos —que abundan— basta recordar algunos hechos que el New York Times extravió en el trayecto. Venezuela no es un narcoestado por metáfora, sino por inventario: imputaciones en tribunales estadounidenses, operaciones de la Administración de Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés) estadounidense y Europol, cooperación con carteles mexicanos y colombianos, vínculos operativos con Hezbollah, protección al ELN y a las disidencias de las FARC.

No son episodios aislados: son el expediente. Y el expediente describe un Estado donde la legalidad es un trámite y el crimen, simplemente, la función ejecutiva. Describir un narcoestado no implica sugerir cómo debe resolverse: implica únicamente no negarlo. Mientras tanto, la vida venezolana transcurre fuera de estas contorsiones estilísticas: niños que murieron esperando un trasplante; enfermos renales y oncológicos sin insumos; hospitales donde lo único que no podía fallar, falló. La clase de hechos que no necesitan adjetivos porque ya son, en sí mismos, una acusación completa.

«Preguntar si Venezuela es un narcoestado no es análisis, sino cortesía ideológica»

Lo extraño no es que el NYT omita lo esencial. Lo extraño es la suavidad con la que lo hace: convertir al verdugo en un contexto y a la víctima en un inconveniente psicológico. La operación es antigua. Lo sorprendente es que todavía funcione. A estas alturas, preguntar si Venezuela es un narcoestado no es análisis, sino cortesía ideológica.

La duda no ilumina; excusa. Y quien se acoge a ella no describe la realidad: simplemente se protege de ella. El caso venezolano no exige interpretaciones imaginativas, sino una mínima higiene intelectual: llamar a las cosas por su nombre. La evidencia ya hizo el trabajo. Quien todavía discute el diagnóstico no cuestiona a Venezuela, sino a la realidad misma. Y la realidad —como suele— ni se inmuta.

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