The Objective
Luis Antonio de Villena

La incesante leyenda negra

«Una máquina de propaganda contra España aún colea, y las masacres de Inglaterra y su apenas inexistente legado en sus tiempos coloniales se pasan por alto»

Opinión
La incesante leyenda negra

Alejandra Svriz

A medida que me adentro en el tema de la «leyenda negra» antiespañola me voy dando cuenta de su enorme gravedad y extensión. Sin ir más lejos, no hace muchos días Pérez-Reverte afirmó que «la historia de Europa se ha hecho contra España». Obviamente, se puede disentir o matizar, pero hay un fondo cierto, a partir del siglo XVI. El Imperio Hispánico llegó a ser tan poderoso y hegemónico desde mediados de dicho siglo, que muchos países europeos se volvieron en contra: Inglaterra y Francia, en distinta medida, porque querían su parte y luchaban por ella, Flandes (hoy Holanda o Bélgica) porque, en amplia medida formaban parte de nuestro Imperio, igual que amplias partes de Italia, Milán, Nápoles, Sicilia… Ir contra el poder de España -por supuesto más las Indias Occidentales– era, más o menos, una actitud de no pocos lugares de Europa.

La «leyenda negra» fue, lentamente, una máquina inmensa de propaganda política y bélica contra España, que se extendió a la religión y a la cultura, pintando una idea falsa en buena medida de la colonización española en nuestra América, que aún alucinantemente colea. Y, sin embargo, las masacres de Inglaterra y su apenas inexistente legado en sus tiempos coloniales se pasan por alto. Por poner solo un ejemplo, el legado español (catedrales, hospitales, universidades) que hoy es visible en México, que es parte consustancial del país, no es comparable ni de lejos con lo que EEUU tenía, no ya en su independencia -a la que ayudó España, por estar contra Inglaterra- sino ni siquiera en 1821, cuando la independencia mexicana. Pero he aquí que un personaje reconocidamente mediocre, descendiente directo de españoles, pero cabeza hueca de un indigenismo loco y llamado de izquierdas por decir algo, el sandio expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador -cuya mujer vive por cierto en Madrid, entre millonarios en euros y también era populista- viene de publicar un libro, Grandeza, donde atribuye todos los males de México (doscientos años después de la independencia) a la conquista española, en tanto que todo lo bueno procede de los diferentes pueblos prehispánicos. El dislate es tan grande -de nuevo «leyenda negra»- que los historiadores, mexicanos por supuesto, han vapuleado al ignorante. Las civilizaciones mesoamericanas, a fines del siglo XV en decadencia, eran comparables -aztecas y mayas, sobre todo- a las antiguas civilizaciones de Egipto o de Mesopotamia, al menos dieciocho siglos antes. Era inevitable que esas civilizaciones monumentales con práctica de sacrificios humanos y aún de canibalismo, se encontraron, en el XVI, con Europa. Y si hubiese sido Inglaterra quien hubiese llegado a Veracruz, digamos, hoy no existiría el México mestizo que es el gran país, ni apenas existirían indios porque los ingleses los explotaban y mataban como a «razas inferiores». Inglaterra (bien heredada por EEUU) nunca quiso el mestizaje, que es uno de los grandes legados de la Monarquía Hispánica. El México que hoy conocemos y podemos amar, es el México -enorme virreinato de Nueva España, mucho más grande que el México actual- que, con su fuerte sustrato indígena, comienza con la llegada de Cortés a las costas veracruzanas, en 1521. Todo lo que es hoy México viene del mestizaje español incluido el respeto a los modos indígenas básicos. En 1547, obra de Andrés de Olmos, aparece la primera gramática de una lengua náhuatl y de cualquier lengua indígena, «Arte para aprender la lengua mexicana». ¿Hicieron Inglaterra o Francia nada ni remotamente semejante? Pero el bobo López Obrador sigue tocando el tambor.

«La ‘leyenda negra’ renace con la saña de los enemigos. España será el país oscurantista y salvaje de la Inquisición, el catolicismo a machamartillo»

Desgraciadamente la decadencia larga de la Monarquía Hispánica comienza a ser notoria a fines del siglo XVII y muy especialmente con la llamada Paz de Utrecht (por la ciudad holandesa donde se firmó) en 1713, donde España -que no fue ni escuchada, tras los avatares de nuestra guerra de Sucesión- pierde todas sus posesiones europeas, más Gibraltar y Menorca. Felipe V de Borbón es el rey que triunfa, pero esa guerra contra los Habsburgo y con cucharas ajenas, provoca el primer cataclismo de nuestra Monarquía que, aunque mantenga América, deja a Gran Bretaña como esencial potencia marítima. Felipe V trajo muchos cambios de estilo, pero pese a su moderada apuesta por la Ilustración, perdió esa decisiva batalla. La «leyenda negra» renace con la saña de los enemigos. España será el país oscurantista y salvaje de la Inquisición, el catolicismo a machamartillo (¡cuánto debe la Iglesia Católica a España!) y el atraso por falta de las luces de la Razón. Serán los anticatólicos ilustrados y enciclopedistas franceses quienes, Voltaire a la cabeza -pese a tener amigos españoles como el conde de Aranda- decretan el barbarismo español, quedando el país fuera del Siglo de las Luces, y de la Ilustración en consecuencia. Aunque Italia y Francia, entre otros, tuvieran Inquisición, pero Italia era un mosaico de países que, sin dejar de serlo, se tornó vengativo. Por eso en el XIX, el romanticismo y la imagen de esa España son puro folclore, a lo Merimée, mientras la literatura española no entra en el canon ilustrado, como percibió en su vejez Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Novelistas españoles como Baroja, Azorín o Valle-Inclán entre otros muchos (Ramón Pérez de Ayala) muy superiores a muchos coetáneos franceses, por ejemplo, son apenas conocidos en Europa, porque España era una excepción. Tal vez esto, a día de hoy, se esté corrigiendo. Pero aún falta. Es mucho más fácil a que un mediocre inglés se lo traduzca al español, que traducir al inglés a un escritor español bueno. Así todo. Flecos y más flecos de una «leyenda negra» que debiéramos conocer para abolir de una vez por todas.  

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