The Objective
Gabriel Tortella

MacBeth en la Moncloa

«Sánchez espera que los separatistas, exterroristas, populistas y comunistas, en cuyas manos se ha entregado, nunca avanzarán sobre la Moncloa»

Opinión
MacBeth en la Moncloa

Ilustración de Alejandra Svriz.

La gran literatura tiene la virtud de ser intemporal: Homero puede ni siquiera haber existido, y son difíciles de fechar tanto la escritura de la Ilíada y la Odisea como el tiempo histórico en que transcurren sus episodios; pero, sin embargo, leyéndolas nos sentimos aludidos y retratados en la grandeza y la miseria de sus personajes, tanto los divinos como los humanos; vemos en ellas las tragedias de la guerra, el poder de la pasión amorosa y sexual; la mezquindad, el desinterés, el egoísmo y el heroísmo se muestran en los albores de la historia con idéntica verosimilitud que las observamos hoy en el segundo cuarto del siglo XXI de la era cristiana. Lo mismo puede decirse del teatro de Calderón, de la obra de Cervantes, de Balzac, de Molière, o, en especial, de Shakespeare. 

Viendo a Sánchez atrincherado en la Moncloa, sustrayéndose al público, rehuyendo a los periodistas, buscando el apoyo y el consejo de una legión de asesores pagados con dinero público para defender al autócrata de ese mismo público que financia su nivel de vida regio, revolviéndose contra las instituciones a las que debe su estatus privilegiado y contra sus propios colegas, los que le ayudaron a auparse al poder y asentarse en él, uno no puede sino recordar la situación del usurpador MacBeth, en el drama de Shakespeare, agazapado en el castillo de Dunsinane, viendo enemigos por todas partes y buscando en un grupo de brujas asesoras la fórmula para perpetuarse en el poder contra viento y marea, parapetado contra la justa ira de sus súbditos y excolegas, que quieren vengar sus desmanes, tanto para hacer justicia como para restaurar el buen gobierno. MacBeth estaba confiado porque sus brujas asesoras le habían dicho que mientras el vecino bosque de Birnam no avanzara sobre Dunsinane, él, el rey intruso, estaría a salvo.

La pareja de trepadores constituida por el matrimonio del general MacBeth y su señora recuerda tanto a la pareja del «doctor» Sánchez y su esposa, que uno se asombra de la presciencia intuitiva del genial dramaturgo inglés: con siglos de distancia y circunstancias históricas tan distintas (la Escocia medieval y la España del siglo XXI); el retrato de ambas mujeres ambiciosas, espoleadoras de las carreras de sus maridos, es muy parecido. Tras la criminal ascensión al trono de MacBeth, su esposa, que le había inspirado e impelido a cometer las tropelías que allanaron su acceso al poder, se sentía torturada por el remordimiento y creía ver sus manos manchadas de sangre. Quién sabe lo que verá hoy en sus manos Begoña Gómez. Desde luego, tiene una parte sustancial de responsabilidad por la situación en que se encuentra el prisionero de la Moncloa.  

Aunque en el ascenso de Sánchez no haya delitos de sangre, gracias a Dios, la determinación de alcanzar, primero la presidencia del Partido Socialista y, más tarde, la Presidencia del Gobierno revela una firmeza en la ambición y una resolución de utilizar cuantos medios fuesen necesarios para lograr sus fines, legales si era posible, ilícitos si era necesario, que no tenía nada que envidiar a la de MacBeth, excepto que éste, como buen militar que era, no se arredraba ante la violencia física. Sánchez sí se arredra ante ella. El valor físico no es lo suyo: basta recordar su huida en Paiporta ante un detractor armado con una escoba para comprobarlo.

Es la ambición desmedida e impaciente la que ha llevado a Sánchez a esta situación. En el fondo, su conducta revela una baja opinión de sí mismo y de sus opciones políticas, aunque esto pueda sorprender al lector. El constante recurso a triquiñuelas, su insensata obsesión por aferrarse al poder a toda costa, revelan que tiene muy poca confianza en su popularidad y en su gancho electoral. Y, en realidad, tiene razón. Sus triunfos electorales han sido escasos y mezquinos, jamás ha tenido posibilidades de obtener una clara mayoría, por no hablar de una mayoría absoluta. Y. después de su primer mandato, los resultados electorales fueron muy malos: perdió dos elecciones seguidas y lo que él consideró un triunfo en las generales de julio de 2023 fue el haber perdido, pero logrado que el Partido Popular no alcanzase la mayoría absoluta. Su superioridad estaba en que, careciendo de vergüenza y de principios, él podía asumir pactos contra la Constitución y contra sus propias promesas electorales, algo que el Partido Popular, más fiel a sus principios y a los de la ética, no quería y no podía hacer. La gran baza política de Sánchez es que, siendo el nivel ético de la política española de por sí bastante bajo, el suyo es mucho más bajo todavía.

«Así está Sánchez atrincherado en la Moncloa, como MacBeth estaba en el castillo de Dunsinane, confiado en que nunca vería el bosque de Birnam avanzar sobre el castillo»

Sánchez cree, no sin algún fundamento, que los españoles somos muy tontos y que, por tanto, se nos puede mentir y engañar, y que, repitiendo los sobadísimos mantras de «la fachosfera» y «la derecha y la extrema derecha», nos tiene embaucados, y no le pedimos cuentas por sus mentiras, su catastrófica ejecutoria como gobernante, su monumental corrupción y su constante traición a los principios tradicionales de la izquierda: honradez, transparencia, igualdad de los ciudadanos ante la ley, educación y sanidad públicas de calidad, vivienda social asequible y de calidad; y no hablemos del feminismo, porque esto es ya de traca. Nada de todo esto ha ofrecido nunca el Gobierno de Sánchez. Es cierto que otros gobiernos socialistas anteriores han sido bastante deficientes en el cumplimiento del programa. Pero Sánchez es uno de los mayores virtuosos del engaño y del incumplimiento de todos los tiempos, como él mismo ha reconocido recientemente para ganarse la benevolencia de los separatistas catalanes. Su descaro es asombroso. Violencia física aparte, el propio MacBeth tendría mucho que aprender de Sánchez, el feminista prostibulario, el socialista trepador que se trata a cuerpo de rey, gobierna contra el Parlamento, y se considera por encima de la ley.

Pero aquí es donde se ha equivocado: los españoles serán algo tontos y España tendrá algunos rasgos de república bananera. Pero tiene también una tradición legalista y el orgullo de una transición notable (no perfecta, por desgracia) de la dictadura a la democracia hace ya casi medio siglo, y tiene una estructura jurídica y administrativa con sus defectos, pero muy superior en nivel de integridad y competencia a lo que Sánchez creía que tenía; como dice el adagio, «cree el ladrón que todos son de su condición»; y, desde luego, nuestro país tiene un nivel infinitamente superior en estas materias a lo que Sánchez y su equipo ofrecen. Y así nos encontramos hoy, y desde hace ya casi ocho años, con un Gobierno enfrentado al Estado y a los órganos de la Administración. Y, como consecuencia, tenemos a un presidente del Gobierno que apenas puede salir a la calle, o someterse a las preguntas de los periodistas, que está incapacitado para aprobar unos presupuestos y para gobernar, pero que no quiere comportarse como un demócrata (no lo es, ni lo ha sido nunca) y tener el valor de someterse a la voluntad popular para salir del callejón sin salida donde él mismo se ha metido y ha metido al país entero.

Y así está Sánchez atrincherado en la Moncloa, como MacBeth estaba en el castillo de Dunsinane, confiado en que nunca vería el bosque de Birnam avanzar sobre el castillo. Sánchez espera que los separatistas, exterroristas, populistas y comunistas en cuyas manos se ha entregado, nunca avanzarán sobre la Moncloa. Pero el bosque de Birnam, contra toda probabilidad, un día avanzó hacia Dunsinane y entonces llegó el fin de MacBeth, que acabó pagando sus crímenes. En España se avecina un Birnam electoral, porque los del Partido Popular, con todos sus defectos, son más demócratas que los socialistas, y, cuando no pueden aprobar los presupuestos, convocan elecciones. Y los resultados de estas elecciones autonómicas pueden abrir los ojos de algunos aliados de Sánchez, que se fían de él más o menos igual que él se fía de ellos: nada.

A Sánchez le han puesto muchos remoquetes: «Falconetti», «que te vote Chapote», «Perro Sánchez», «Perico el Prostíbulos», etcétera. Esperemos que pronto se haya ganado el más bonito, inspirado en el genial bardo de Avon: MacVete.

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