El laboratorio extremeño
«Un PSOE que se desmorona, una izquierda alternativa sin pulso, un PP incapaz de resolver su ambigüedad y un Vox que avanza en medio del desorden partidista»

La presidenta de Extremadura celebrando su triunfo electoral.
No nos engañemos: será complicado extrapolar de forma mecánica los resultados de Extremadura al conjunto del país. La comunidad presenta particularidades electorales evidentes y, además, estas han sido las elecciones autonómicas con menor participación de toda la democracia en la región, un dato que no puede despacharse como anecdótico. Sin embargo, sería un error concluir que este proceso electoral no puede dejarnos lecturas relevantes. Las dejan, y probablemente contribuirán a generar un estado de opinión que se proyectará sobre el ciclo electoral que se abre en otras comunidades autónomas. Veremos entonces quién sale reforzado y quién termina chamuscado. Porque, como siempre ocurre, unos marcos acabarán imponiéndose sobre otros. La maquinaria está en marcha para ganar la batalla del relato.
La derrota del PSOE —y, de manera muy señalada, de Pedro Sánchez— es evidente. Se trata del peor resultado histórico del partido en un feudo tradicionalmente socialista. Conviene recordar que en las anteriores autonómicas no pudieron gobernar, pese a ser la fuerza más votada. En esta ocasión, la distancia con el Partido Popular ha sido mayor que con Vox, y lo más significativo es que en Badajoz, la ciudad más poblada de Extremadura, los de Abascal han adelantado al PSOE como segunda fuerza. No nos debería sorprender: la estrategia electoral socialista ha estado centrada casi exclusivamente en aforar a Gallardo, sacrificando cualquier otra lectura política de fondo.
Resulta previsible la reacción de los palmeros habituales. Parece haber consenso súbito en alguna idea común: que estas elecciones han sido un dispendio faraónico de María Guardiola y que la candidatura de Gallardo era poco menos que un error histórico de la militancia socialista extremeña. Porque, como nos dejan claro de nuevo, Pedro Sánchez no tiene nada que ver con el resultado. La buena noticia para el presidente es que conserva un suelo electoral sorprendentemente sólido, capaz incluso de seguir a un líder esperpéntico e imputado. Siempre habrá quien se refugie en Waco con él, pase lo que pase.
A la izquierda del PSOE, el panorama tampoco es alentador. Se constata el agotamiento de las confluencias de los mil nombres. Sea cual sea el conglomerado que aspiren a ser, parecen incapaces de capitalizar los errores socialistas para crecer. Si no han sabido gestionar un ciclo relativamente favorable sin caer en el enfrentamiento interno permanente, resulta difícil imaginar que puedan hacerlo en un horizonte político bastante más oscuro para sus intereses partidistas. La fragmentación ya no suma, simplemente resta.
El Partido Popular, por su parte, sigue atrapado en una gestión compleja de expectativas, una losa que ya condicionó las elecciones generales de 2023. La victoria en Extremadura tiene algo de amarga. María Guardiola no ha conseguido ni siquiera rozar la mayoría absoluta y tiene una responsabilidad directa en el nulo crecimiento electoral (¡ha bajado levemente en los votos absolutos!). La campaña ha sido errática y conservadora. No presentarse a ningún debate parece haberle perjudicado por lo que parecía esconder, lo que demuestra que no se debe hacer caso de todos los consejos de los expertos en campañas.
«Feijóo sigue sin responder a la pregunta clave: qué tipo de político quiere ser ahora que sabe que jamás conseguirá la mayoría absoluta»
Extremadura se convierte así en un laboratorio de la tensión que debe afrontar Feijóo y los barones territoriales. Guardiola apostó por una combinación de un perfil moderado y de confrontación con Vox, confiando en que ese equilibrio le aportaría votos. Pero los votos estaban en otro sitio: en el antisanchismo y en el descontento. Azcón tendrá que pensar bien su estrategia en Aragón. Ya sabemos que lo que funciona en algunas regiones no lo harán necesariamente en otras. Y viceversa. Núñez Feijóo, a día de hoy, sigue sin responder a la pregunta clave: qué tipo de político quiere ser ahora que sabe que jamás conseguirá la mayoría absoluta en solitario. No se puede sorber y soplar a la vez. La ambigüedad desconcierta al electorado y suele acabar pasando factura. Además, si el sanchismo cuenta con medios y periodistas que reaccionan de forma casi automática a los impulsos del líder, la derecha está plagada de opinadores empeñados en marcarle la agenda a Génova. Y no es una voz unívoca. Es sencillo perderse en semejante laberinto.
Los grandes triunfadores de la noche han sido los de Vox. Han sabido capitalizar el descontento y, sobre todo, parecen haber iniciado un trasvase de votos desde la izquierda, un fenómeno que merece ser observado con atención de aquí en adelante. Ahora bien, tampoco deberían caer en triunfalismos acríticos. Tener la llave de la gobernabilidad implica responsabilidades que hasta ahora no han querido gestionar. Todavía más desde que, puestos a elegir entre la vía Meloni o la vía Orbán, optaron claramente por la segunda. Fue una declaración – poco halagüeña- de sus intenciones de futuro.
Los resultados de Extremadura no decidirán el próximo gobierno, pero sí desnudan las estrategias. Un PSOE que se desmorona, una izquierda alternativa sin pulso, un PP incapaz de resolver su ambigüedad y un Vox que avanza en medio del desorden partidista. El laboratorio extremeño lanza advertencias claras a cada protagonista. Habrá quien sepa leerlas y también quien prefiera fingir que no ha pasado nada.